Capítulo 30

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Cuando el doctor atiende a Lavrov y lo deja estable, le ordeno a tres soldados el cuidado de él, quien permanecerá expuesto al frío todo lo que pueda aguantar sin morir dentro de la caja. Todo aquel que visite la casa podrá verlo, incluso su familia, pero nadie podrá tocarlo.

Los hombres comienzan a dispersarse luego de recibir la orden de Sergéy de desalojar la casona.

Taras se ha desaparecido y es seguro que trata sus asuntos con Vadim. No pienso meterme entre ellos. Es su venganza, merece privacidad. Yo por mi parte me voy hacia la casona con los lobos siguiendo mis pasos. Necesito una ducha, ya que el olor a sangre me está dando asco, supongo que, por el embarazo, pues nunca había reaccionado igual.

Cuando entro en mi habitación, es que noto la gravedad de mi estado. Todo el vestido está arruinado con manchas rojas en cada rincón. Mi abrigo también ha sufrido las consecuencias de mi furia y eso no será fácil sacarlo. Asimismo, mi rostro tiene salpicaduras del líquido rojo y decido ir al baño de inmediato. Me retiro la ropa tirándola a un lado en el suelo, me meto en la ducha y disfruto del agua caliente que recorre mi cuerpo.

Siento algo de alivio, pero mi cometido será cumplido cuando Lavrov me ruegue por meterlo a un lugar más caliente, cuando su piel se ponga morada por el frío y sus labios azules, cuando llore por mi misericordia... entonces me declararé satisfecha. Y es en ese momento que meteré una bala en su cabeza.

Restriego mi cara para que salga la sangre de ese maldito de mí, también lo hago con mis uñas y manos. Hago que el olor a rosas del jabón arrastre mi tensión y me permito respirar tranquila. Las cosas poco a poco se acomodan en su lugar y si continúa así, podré liberar la carga de mis hombros. Sin embargo, resta mucho por hacer, por mantener mi poder, y esto es solo el inicio.

Quedo atenta cuando escucho la puerta del baño ser abierta.

Por la mampara empañada logro reconocer el cuerpo de Taras parado en la entrada, me observa. Mi vientre se tensa y me quedo rígida sin hacer nada, espero algún movimiento de su parte. Sé que no puede ver mi desnudez al estar el vidrio distorsionado, pero, de todas formas, que solo esté ahí parado está mandando escalofríos por todo mi ser.

Extiendo mi mano y retiro un poco la bruma para verlo mejor. Tiene un poco de sangre en sus mangas, no obstante, todo lo demás está completamente impecable. Sus luceros calculadores me ven con fijeza. No hay expresión alguna en su rostro y eso me recuerda al Taras de unos meses atrás.

—¿Cómo te ha ido? —pregunto casual.

Se encoge de hombros.

—Lo he matado —contesta simple.

Asiento.

—Supuse que lo harías.

Se hace un silencio tenso en donde nos miramos con atención. Mi corazón aletea con vergüenza ante su presencia. Como una adolescente anhelo tanto tocarlo, y recuerdo cómo lo he rechazado hace poco. He sido tan tonta.

—¿Por qué, Svetlana? ¿Por qué alejarme cuando sabes que me deseas tanto como yo a ti? Es una estupidez ignorar lo que sentimos el uno por el otro, ¿no crees? —Sus orbes se entrecierran y yo aprieto los labios.

—El amor te hace dé...

—Débil, sí —me interrumpe sonando frustrado—. Ya lo dijiste, y me pregunto dónde mierda escuchaste esa porquería.

—No lo escuché, lo aprendí por mi experiencia. Es mejor mantener los sentimientos de lado —sueno brusca, a la defensiva. Y me maldigo por ello. Junto los párpados unos segundos para calmar mis impulsos y es tiempo suficiente para que Taras se acerque a derribar mis barreras.

La Rusa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora