Capítulo 32

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Al día siguiente me levanto muy temprano para ir a correr un poco, sin embargo, recuerdo que estoy embarazada y no tengo claro si esa actividad podría afectar a mi bebé de alguna forma, así que me decido por ir al gimnasio de la casa y caminar un poco en la cinta, tal vez también hacer un poco de spinning.

Subo a la tercera planta, donde está la sala de entrenamiento personal de la familia, y allí me encuentro a Boris y a Vladislav subidos en el pequeño ring entretenidos en una rutina de golpes y esquivar, el primero con guantes de entrenador.

—Buenos días —murmuro.

Sigo mi camino hacia la máquina de correr.

Ambos me prestan una mínima atención antes de seguir en lo suyo.

—Hola, princesa. ¿Entrenas embarazada? —pregunta un jadeante Vladik.

Me encojo de hombros.

—No pretendo perder la forma.

Enciendo la cinta en una velocidad baja y una inclinación media para aumentar las calorías a quemar.

—Gracias por la ayuda, Boris. Iré a las cintas —escucho cómo mi padre le dice a mi soldado.

En menos de un minuto lo tengo en la máquina de al lado.

Miro hacia atrás y veo a Boris alejarse hacia las pesas. Vamos a hablar más o menos en privado. No digo nada, pero arqueo una ceja hacia Vladislav.

—No quería hablar contigo delante de Sher y Larissa, mucho menos con los niños tan cerca. Y creo que este es el momento perfecto.

Asiento antes de aumentar la velocidad a trote, no tengo la paciencia suficiente como para caminar solamente.

—¿De qué quieres hablar?

Vladik también comienza a trotar en su cinta y niega con la cabeza.

—Sé que el infeliz de Lavrov se merece todo lo que le has hecho, pero no me parece bien que lo tengas en el jardín de la casa a la vista de todos. Los niños están aquí ahora y no quiero que ellos vean las atrocidades que hacemos, no cuando todavía están muy pequeños. —Muerdo mi labio inferior. No pretendía que ellos llegaran tan rápido—. Tuvimos que cubrir sus ojos para que no lo vean; es una imagen muy perturbadora para unos niños de apenas cinco años.

—Lo haré mover de allí en cuanto pueda. No los esperaba tan pronto; para cuando ustedes vinieran se suponía que él ya habría muerto de una hipotermia. —Jadeo un poco por el esfuerzo de hablar y correr. Mi padre suspira.

—Me sorprende que no haya muerto aún. ¿Cuánto tiene allí?

—Tres días. Estoy retrasando el proceso para que sufra más.

Tenerlo desnudo en el frío lo mataría demasiado rápido, es por ello que tres veces al día es calentado con agua tibia y mantas, además de una pequeña calefacción, lo suficiente para aumentar su temperatura corporal y luego dejarlo vulnerable ante las frías ráfagas de viento invernal.

Estoy segura de que pronto rogará por su vida. Cuando lo haga, entonces prohibiré que lo vuelvan a calentar y su cuerpo se congelará poco a poco. Anoche lo vi; ha perdido varias uñas y su piel está agrietada por las bajas temperaturas. Sus labios partidos y morados dan indicio de una muerte inminente, sin contar que las porciones de comida son muy mínimas y ni hablar del agua para beber.

Él está recibiendo lo que merece por su traición.

—¿Qué dice su familia? ¿Qué pasará con ella?

La Rusa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora