—¿Qué desea contarme, señor Dobrovolski? —La mujer ajusta sus gafas y aprieta los dedos en su bolígrafo.
Taras arquea una ceja y no puedo evitar sonreír con diversión. Esta ha sido una muy mala idea, pero definitivamente divertida. Mi marido observa imperturbable a la psicóloga y luego asiente.
—Nada —contesta escueto.
—Si continúa negándose, no vamos a avanzar —dice con voz conciliadora—. Debe abrirse a mí, expresar lo que siente.
—¿Y qué hay de usted, señorita Ivanova? ¿No quiere expresar lo que siente? —La profesional frunce el ceño y traga saliva cuando Taras se inclina hacia ella.
Ruedo los ojos. Aquí vamos de nuevo.
—¿A qué se refiere? —La psicóloga me mira rápido y me encojo de hombros con una mueca indiferente.
—A que tiene miedo. Sus gestos lo demuestran: toca sus gafas, se remueve inquieta, sus manos sudan y por eso tiene que sostener el lapicero con firmeza. Está aterrada —murmura él con voz lenta y tranquila.
—¿Me está psicoanalizando? —protesta con un graznido que le da toda la razón a Taras.
—No se haga la ofendida. La verdad es que tiene mucho miedo; sabe quiénes somos y quiere estar lo más lejos posible, sin embargo, ha aceptado venir porque piensa que es mejor no tener deudas con la mafia. ¿No es así, señorita Ivanova? —Ella traga con dificultad, otra vez, y decido intervenir:
—Puede retirarse, doctora. Y descuide, no sucede nada. Viva feliz e ignorante.
El evidente alivio recorre su cuerpo. Recoge sus cosas con celeridad y se marcha de mi oficina.
La sigo con la mirada hasta que desaparece y luego observo a mi esposo con ojos acusadores.
—¿Qué?
—¿Es en serio? Van cinco psicólogos en dos semanas. ¿Piensas intimidarlos a todos?
—No es mi culpa que sean unos cobardes de mierda.
—Tú tampoco colaboras —le espeto. Sonríe de lado—. ¿No quieres sobrellevar tu locura? ¿Cómo pretendes hacerlo sin ayuda profesional?
—Vaya, gracias por el cumplido —resopla con sarcasmo.
Me acerco a él.
—Eres el peor paciente de la historia.
Me alejo cuando intenta besarme y salgo de mi oficina. Juro que trato de ayudarlo, de hacerlo superar ese trauma, pero él ahuyenta a todos los doctores que busco. Está negado a una sesión, no obstante, debe importarle si quiere de verdad no convertirse en un monstruo. Desde esa noche que mordió todo mi cuerpo como si fuera un vampiro, he visto esa mirada desquiciada unas tres veces más. Y aunque no lo quiera admitir en voz alta, me asusta. Temo por mis hijas, por mí, por él mismo.
Ya no sé qué más hacer.
—Sé que me temes. Odias la idea de que le haga algo a las niñas. — Me detengo abruptamente al escuchar su voz detrás de mí.
—¿Qué dices?
—No finjas, Lana. No conmigo, te conozco bastante bien. —Me doy vuelta y lo enfrento. Aunque su rostro no muestra nada, sus luceros tienen una mirada atormentada y dolida—. Me dijiste que podías vivir con ello, luchar conmigo, y ahora te muestras atemorizada.
—No es eso, Taras. Es que cada vez que te veo, te noto menos tú mismo. Te estás dejando llevar por tu oscuridad, lo veo cada vez que tenemos algún trabajo.
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La Rusa©
General Fiction***DISPONIBLE LIBRO EN FÍSICO*** Muchos piensan que estoy abatida, que han acabado conmigo. Se regocijan porque creen que exterminaron a Lana Záitseva. Sus mentes tan pequeñas no se detuvieron a pensar que podría estar viva. ¡Pobre crédulos! Estoy...