Capítulo 14

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Termino de rizar el último mechón de mi corto cabello. Dejo que las ondas tomen la posición que quieran con una sacudida de cabeza y aprecio el resultado. No me gusta el largo de mi pelo, lo odio, de hecho, pero he de admitir que es más rápido y fácil de peinar que antes.

Me levanto del sillón de la cómoda y tomo el vestido para meterme en él. Poseo poco tiempo antes de que el chofer de Dierk pase por mí; es una suerte que haya decidido maquillarme antes de peinarme. Deslizo la prenda por mi cuerpo y tengo que tomar un poco de aire para que se ajuste a mí. Como antes lo imaginé, el vestido es una talla más pequeña que la mía, por ende, me queda demasiado ajustado. Se amolda como segunda piel a mi cintura y cadera. Tiene un escote en triángulo muy pronunciado, casi llegando a mi estómago, obviamente para llamar la atención, y la falda llega a la altura de mis rodillas. Me coloco los tacones y un poco de perfume antes de contemplarme en el espejo. Mi cuello sigue estando limpio sin la presencia del collar de Aleksei. Y no creo tener el valor algún día de ponérmelo de nuevo, no cuando estoy a punto de hacer cosas que él no aprobaría, no cuando estoy a punto de romper la promesa que una vez le hice: no convertirme en Slava.

En su lugar, me pongo la costosa gargantilla de diamantes de Swarovski, cortesía de mi enemigo más directo.

La puerta se abre y Dasha ingresa en la habitación. Sin dejar de verme, se sienta en mi cama y desliza sus ojos por todo mi cuerpo.

—Te ves bien.

—Gracias. —Admiro mi reflejo. Esta no soy yo, solo estoy jugando a ser otra persona. Supongo que así se siente una actriz—. ¿Sabes? He estado dándole vueltas a algo en mi cabeza.

La chica me observa con curiosidad. No creo que lo entienda, ni ella ni Sergéy, incluso James. Sin embargo, luego de pensarlo varias veces, una de las condiciones de Dierk no es una idea tan descabellada, no si lo vuelvo a mi favor.

—¿Qué cosa?

Me doy la vuelta y clavo mi interés en ella.

—Sí voy a quedarme embarazada de Dierk —digo convencida.

Dasha se levanta de un salto y me ve como si fuera un ser de otro planeta.

—Ahora sí te volviste loca. ¡Un hijo! Eso le daría más poder del que ya le estás dando. ¿Qué está pasando contigo?

—Confía en mí, Dasha. Un bebé con el apellido Liebeskind es lo mejor que puedo obtener de este convenio.

Ella lleva las manos a su cabeza y está a punto de decir algo, pero un mensaje de Dierk llega a mi teléfono. Sin leer, sé que es la señal que necesito para irme y tomo mis cosas para salir de mi habitación. No me despido de nadie, Dasha ya tiene algo con qué volverse loca y Sergéy tiene trabajo tras el equipo de rastreo en mi brazalete.

El Rolls Royce de Dierk me espera y por un momento pienso que está adentro, pero el auto me espera vacío, con excepción del chofer, quien no dice nada en ningún momento de nuestro recorrido. Me lleva a un edificio de piedra con estilo barroco de solo dos plantas, donde una terraza se asoma en el segundo piso con una iluminación tenue. Hago una mueca al imaginarme lo que hay dentro y me preparo mentalmente para soportar las falsas apariencias.

El hombre me ayuda a salir del vehículo y aprecio el sofisticado lugar donde está ubicado lo que es un restaurante, a juzgar por el nombre, francés. El diseño antiguo desentona con el modernismo del sitio, al mismo tiempo lo hace llamativo y hermoso. Una buena estrategia de marketing, si me preguntan.

El equipo de seguridad me deja pasar tras una mirada al hombre que me ha traído; en el recibidor me quedo sola por unos segundos hasta que aparece Dierk con una sonrisa peligrosa, pero definitivamente ardiente. Hoy lleva su cabello planchado y agarrado en un semirrecogido, que tal vez parezca poco atractivo para algunos, sin embargo, a mí se me hace muy sexy. Lleva un traje azul oscuro, una camisa blanca con dos botones desabrochados y sin corbata; sus zapatos son marrones. No se ve tan formal, todo lo contrario. Y si es una treta para llamar mi atención, pues lo hace bien, no mentiré.

La Rusa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora