Capítulo 13

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El empresario Dierk Liebeskind ha sido visto de forma muy cariñosa con una joven desconocida. ¿Ha roto él su relación con la bellísima modelo Jessika Goldstein o estamos frente a un caso de infidelidad? —lee Dasha la revista que hemos comprado en la tienda de la esquina.

Sonrío de lado. Así que la salida ha tenido frutos.

—Te cuidaste bien. No se ve tu rostro —comenta Sergéy.

Le doy otro sorbo a mi café.

—Por supuesto. No puedo exponerme tanto, solo es un pequeño extra para mantener las apariencias más adelante. Es una suerte que Liebeskind no sea una figura a la cual la prensa le toma mucha importancia, de lo contrario, sería un problema.

Dasha continúa leyendo la sección donde hablan de nosotros y viendo las imágenes, en las cuales, a propósito, oculto mi rostro en el cuello de Dierk o con mi pelo. Llevamos una semana con este espectáculo, todas las reuniones entre nosotros planeadas por mí. Si bien debo admitir que esto no me servirá de nada para mis fines, es divertido ver la cara a punto de explotar de Mallory o Jessika cuando Zelinda me invita a desayunar a su casa.

El mismo día de la cena de presentación, Enriko anunció que su segundo hijo sería el prometido de la modelo y la reacción de ambos fue épica.

Me quedan algunos As bajo la manga para poner la balanza a mi favor. Sin embargo, tengo que tomarme mi tiempo para no parecer desesperada. Que lo estoy, pero no quiero que Dierk lo sepa. Yo misma he llamado a la prensa, yo les he dado la primicia e incluso mi nombre para que lo utilicen. Lástima que no encontrarán ningún hilo de donde tirar. De eso se encarga la brillante Milenka. En serio que pienso llevarme a esa chica para la casona, su habilidad es un don para mí y la necesito a mi lado siempre.

—Siento que todo esto es innecesario y te estás excediendo. ¿Por qué simplemente no te casas con él y regresamos a Rusia? —espeta Dasha con el ceño fruncido.

Aprieto más mis piernas contra mi pecho y sonrío divertida.

—Pareces mi madre —me burlo y ella gruñe—. Ya en serio: no es tan necesario, pero es relajante. He vivido bajo mucha tensión toda mi vida. Si tengo la oportunidad de divertirme mientras trabajo, pues lo haré. Al fin y al cabo, solo soy una chica. —Me encojo de hombros y Sergéy vira los ojos.

—Vaya que últimamente te gusta repetir esa frase —replica.

Me río.

Cada vez que menciono que soy una chica, escupo y maldigo la memoria de Leonide. Con esas palabras me recuerdo a mí misma que tener veintitrés años es solo llevar el conteo de una cifra. En la mente está mi capacidad, lo que soy. Mi edad no me define. He hecho cosas que ningún anciano normal en setenta años de vida ha hecho, así que me considero cualquier cosa, menos una niña. No obstante, nadie dijo que no puedo comportarme como una.

—No me voy a disculpar por ello. —Le lanzo una mirada traviesa y él niega con la cabeza, entretanto, se ríe sin poder evitarlo.

Me gusta este ambiente que se forma entre nosotros algunas mañanas mientras desayunamos. Se siente como si por unos minutos volviera a casa y estuviera en la mesa con Yelena, Yaroslav y con mi madre.

Recordar lo que he perdido me llena de nostalgia e ira.

No puedo evitar jurar que haré pagar a Lavrov por separarme de los que amo. Su lista es particularmente larga en comparación a la de Nestore Costa y Vadim Popov.

Me inclino hacia la mesa ratona para dejar mi taza.

Justo en ese instante la pantalla de mi teléfono se ilumina y el sonido de una llamada entrante rompe el final de la lectura del artículo que Dasha se ha empeñado en terminar. Ella y Sergéy me miran expectantes al verme levantar las cejas en reacción al nombre en la pantalla: D. Liebeskind.

La Rusa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora