Capítulo 4: Encuentro

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—Mal, ¿podemos hablar?

—Ahora no— la pelimorada esquivó a Evie sin mirarla a los ojos. Caminó rápido pero fue seguida por la chica hasta que se puso a caminar a su lado—. Ben me pidió que fuera a ver a los extranjeros. Ahora no—repitió, sin obtener resultados pues siguió teniéndola a la par.

—Te acompaño—masculló tratando de ignorar la actitud evasiva de Mal.

La próxima reina de Auradon lanzó un suspiro bajo que, claramente, reflejaba su exasperación. De igual modo no dijo nada más.

Los extraños del Bosque Encantado habían sido trasladados a una sala anexa a la principal, donde se les pidió que estuvieran cómodos ya que Ben tardaría mucho tiempo en interrogar a David al lado del Hada Madrina y sus padres. Mal sugirió ir a echar un vistazo en caso de que no fueran gente buena. Un poco de amenaza verbal no sonaba mal.

Al ingresar el muchacho, más o menos de la edad de ambas, dejó los dulces que estaba tratando de elegir y se apresuró a llegar hasta ellas.

—Hola, soy Henry.

—Se te olvidó la reverencia, cariño. Un caballero siempre se inclina ante una dama— reprendió su abuela, quien arrulla al bebé en brazos. Estaba tan preocupada por Emma que seguía haciéndolo a pesar de que el pequeño se había dormido hacía mucho tiempo. Henry se apresuró a acatar la sugerencia—. Y una dama siempre corresponde al caballero.

—Paso— dijo Mal.

Evie, en cambio, hizo la dichosa reverencia gustosa.

—Yo soy Evie Grimhilde— anunció sin poder contenerse, ganándose una sonrisa adorable en el rostro de Henry.

—Mal.

Regina, que hasta ese momento se había dedicado únicamente a mirarlas con cuidado, se puso de pie. Su andar aristocrático llamó la atención de Evie, quien se sintió un poco cohibida ante la familiaridad de la mujer, a pesar de no haberla visto nunca en su vida. Regina estiró su mano hacia la peliazul, un gesto extraño pero que igual ella tomó por educación.

—Regina Mills— sus palabras arrastradas y ese deje de prepotencia la confundieron aún más —Mucho gusto.

—Disculpe, ¿nos conocemos de algún lugar antes? — la chica inclinó su cabeza y sus ojos marrones brillaron con algo de curiosidad.

Regina sintió algo cálido en su pecho, un sentimiento que sólo se asemejaba a cuando Henry era bebé y lo cargaba entre sus brazos. La chica era hermosa. Demasiado irreal. Casi quiso abrazarla pero detuvo el impulso al darse cuenta de que no debía ni tenía que hacer eso... ¿Entonces por qué sentía en su corazón la necesidad de darle amor? Sin duda había algo en ella que gritaba por protección, por amor maternal. Lo podía intuir.

—No lo creo, querida. Vengo de un lugar muy lejano.— su voz fue extremadamente suave esta vez.

—Podría jurar que ya la había visto de algún lado... Bueno, no importa. Me encanta su blusa, por cierto. El morado definitivamente es su color— dijo admirando la vestimenta de Regina. Una risa escapó de los labios de la Reina Malvada y alzó una ceja.

—¿De verdad lo crees?

—¡Claro! Pero, ¿quiere un consejo? Ese saco definitivamente no va con esas zapatillas.

—Son cómodas para caminar... ¿De verdad se ven mal?

—Acompañeme. Le daré unos cuantos consejos.

Regina aceptó y ambas se sentaron en un sillón bajo la mirada atenta de las otras tres personas. Blanca Nieves sabía que Regina no tenía un corazón oscuro a estas alturas, pero su estilo era algo que no toleraba que alguien cuestionara, y al verla dispuesta a escuchar a esa chiquilla era algo nuevo y agradable de ver. Mal y Henry intercambiaron miradas, no esperando que ellas se llevarán de esa manera apenas intercambiando saludos.

—Y... ¿Cómo estás, Mal? —le preguntó Henry con nerviosismo.

Mal Igna de la Isla era mucho más hermosa en persona que en el libro y era aún más intimidante también.

—No me hables como si fuera tu amiga. No te conozco, no me conoces— advirtió, el gusto de verlo encojerse de hombros recorrer su sistema—. Si los tuyos resultan ser lo suficientemente estúpidos como para traicionar la confianza que les dimos, se arrepentirán.

Henry guardó silencio y dio un cabezazo borrando cualquier rastro de sonrisa. Olvidaba por completo que él para Mal era totalmente un desconocido a pesar de que él sí la conocía a ella. O al menos a su versión del libro.

—Evie, ya nos tenemos que ir— anunció Mal mirando a su mejor amiga, quien reía por algo que había dicho la mujer.

—Ve tú.

—¿Qué?

—Me quedaré un rato con Regina, no te molesta, ¿verdad?

—No— dijo entre dientes.

Regina pudo notar un brillo verde aparecer en los ojos de la pareja del rey. Su mirada clavada en ella, como si el hecho de estar platicando con Evie la pusiera en ese estado. Probablemente compartían un vínculo bastante fuerte como para que ella expusiera así su magia. Le recordó vagamente a la Maléfica de su hogar y notó muchas similitudes además del color morado y verdes dominante en sus ropas y cabello.

—Oye, tus ojos no han dejado de brillar desde que dijo que se quedaría— le hizo notar, y en ese instante la hija de Maléfica parpadeó y volvieron a la normalidad—. ¿Enojo, tristeza o dolor... Desilusión? ¿Cuál sentimiento activa tu magia?

—¿Cómo sabe que tengo magia?

—Sería una verdadera pena que no la reconociera, siendo yo poseedora de ésta.

—¿Tiene magia, reina Regina? —preguntó Evie.

—La tengo, ciertamente.

Regina estiró su brazo hacia adelante, con la palma abierta  hacia arriba. Una pequeña bola de fuego fue apareciendo de la nada, tan brillante y ardiente que Evie tuvo que apartarse un poco. Luego la hizo desaparecer.

—Mamá— Henry le lanzó una de esas miradas que le pedía que callara, una mirada de advertencia.

—Increíble —murmuró Evie. Mal, en cambio, no dijo nada más y azotó la puerta con fuerza innecesaria al salir—. No le hagan mucho caso, últimamente ni siquiera me tolera a mí.

Regina notó su mirada triste al decir aquello.

—¿Es muy amiga tuya?

—Mi mejor amiga. Casi mi hermana— dijo con aire soñador, pero triste a la vez—, pero con todo lo que nos pasó no he podido acercarme a ella, y tal vez por eso está molesta. En fin, hablaré con ella luego.

—Mal seguro necesita espacio. Debe sentirse incómoda por nuestra intromisión a su tierra— sugirió Nieves, acariciando distraídamente la carita del bebé —. Lo bueno es que nos iremos tan pronto como mi hija esté completamente sana.

—¿H-hija?

Blanca Nieves, Henry y Regina intercambian miradas.

—Evie, nuestro árbol familiar es tan complicado que hay ciertas cosas que nunca tendrán coherencia para ti aunque ahora son normales para nosotros.

—¿Eh? — Evie miró confundida a Henry, quien había sacado un pedazo de papel de su mochila y una lapicera—. Discúlpame, estoy muy...

—Confundida, lo sé. Si me lo permites quiero explicarte y darte detalles sobre mi familia, ¿quieres? Es una larga historia.

—Bueno... Creo que ustedes tienen muchos secretos, así que sí. Claro, si no hay problema —miró a Regina y la mirada maternal con la que se topó la hizo sentir rara.

—Por supuesto que no me molesta que sepas de nuestra vida. Eres especial, Evie.

—Um, ¿gracias?

—Ponte cómoda, Evie. Porque en verdad que es una historia muy, muy larga.

Perdidos en Auradon [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora