Capítulo 3: Los Extraños

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—¿Nos tenemos que presentar con nuestros títulos?—dijo Nieves, rompiendo un silencio tenso.

Varios minutos atrás, luego de ser revisados por los guardias, fueron llevados a Auradon. Sin esposas, solo eran escoltados. Ya estaban tras la puerta del salón donde tenían que entrar y presentarse.

—Se van a confundir. Aquí también existimos, recuerdalo. Si yo digo que soy quien soy, ¿cómo crees que reaccionen?—obvió Regina mirando a su ex enemiga. Ésta asintió dándole la razón—. Quizás solo nuestros títulos nobiliarios.

Su pecho por alguna extraña razón se agitó al recordar que su doble ahí tenía una hija.

Regina en verdad sentía curiosidad por conocer a esa jovencita extravagante. Nunca lo había dicho jamás en voz alta, pero siempre deseó convertirse en madre de una niña. A Henry lo amaba y no se arrepentía de haberlo adoptado y ofrecerle el hogar que se le había negado, pero él ya estaba a punto de ser adulto, no la necesitaba como antes. Y a pesar de que sabía que nunca tendría un bebé propio debido a una decisión de su pasado, cuando se enamoró de Robin el sueño recurrente de una bebé con sus ojos y su cabello no dejó de atormentarla por varios meses, y cuando el murió, la pequeña Robin calmó ese deseo pero nunca desapareció por completo. Una sonrisa triste apareció en su rostro al recordar al amor de su vida, sus ojos llorosos se alzaron al cielo e intentó no pensar en eso más. Emma la miró preocupada, pero no le dijo nada. Era normal verla triste casi siempre. Solo cuando no era una hija de perra con todo el mundo y se permitía bajar sus barreras por descuido.

—Llegó la hora.

Los guardias los guiaron hasta el castillo más importante, según ellos, pues ahí vivía el actual rey. Todos los ciudadanos, cuando pasaron por las casas de los alrededores, los miraron con ofensiva curiosidad al pasar, quizás por sus vestimentas tan extrañas y sus rostros, ya que Regina, Emma y Garfio se mostraron reticentes y carecían de la suavidad del gesto que poseían Blanca Nieves, David y Henry, quienes claramente sabían como lidiar con una multitud, estaba en su sangre, después de todo. 

Al entrar al palacio, porque solo así se le hacía justicia a la hermosura de lugar, de inmediato fueron trasladados a lo que ellos llamaron sala del trono, o algo así, pues para Regina no había quedado claro. Se distrajo mirando los vitrales del pasillo largo por el que iban, al igual que Henry, quien no dejaba tampoco de sonreír. Todo aquella situación le gustaba mucho.

—Yo hablaré cuando estemos frente al rey— indicó David, ansioso por conocer al hombre sabio e inteligente que los gobernaba—. Antes de que repliques, Regina, debo recordarte que tu manera de presentarte ante una multitud no es de las formas más ortodoxas.

—Que aburrido, Nolan. Se te olvida que también soy reina.

—Una reina bastante intimidante—murmura Emma, sin poder evitar reír.

—Swan, que excelente sentido del humor tienes, ¿te lo había dicho?

Emma dejó de reír al instante y la miró seriamente. Ahora fue el turno de reír de Regina.

—Basta las dos. Tenemos que dar una buena impresión.

David y su esposa se tomaron del brazo, Emma tomó la mano de Killian y Regina sonrió cuando Henry le ofreció su brazo, el cual aceptó gustosa.

—Decimos que un hechizo en nuestra tierra nos mandó aquí, que no queremos provocar problemas y cuando nos dejen ir nos vamos, ¿bien?

Todos asintieron de acuerdo con David.

Cuando las puertas se abrieron entraron de acuerdo al orden antes dicho. Se toparon con demasiados pares de ojos sobre ellos, pero quienes realmente parecían intrigados eran justamente las dos personas sentadas en los tronos al centro del final del salón, pero ellos también llamaban mucho la atención, en especial por el cabello de Mal y la edad que aparentaba Ben. Vestían claramente para la ocasión. Ben se puso de pie, tratando desesperadamente por lucir imponente. Era mucho más joven de lo que David esperaba, aún así avanzó unos pasos y decidió que era hora de presentarse.

—Rey de Auradon— inició David, haciendo una reverencia que los demás imitaron—. Soy el rey David del Bosque Encantado. Ella es mi esposa Mary Margaret y mi hijo Neal— señaló y Nieves sonrió alzando la mano— Ella es mi... —dudó al presentar a su hija, pues no daba en la edad— Mi hermana, la princesa Emma y su esposo el capitán Killian Jones— los susodichos asintieron con la cabeza, esperando verse amigables— Y mi suegra, la Reina Regina y el príncipe Henry.

Regina se tensó al escuchar la palabra suegra. Mataría a David cuando todo aquello acabase. Era cierto, pero no dijo que era porque se casó con el Rey Leopold y que no comparte ningún vínculo sanguíneo con la susodicha. No era tan vieja como para ser suegra de nadie, por eso Henry tenía prohibido tener novia.

—¿Dices que vienen del Bosque Encantado?— preguntó Ben, confundido. Miró a Adam quien también estaba igual que él.

—Así es.

—Imposible. El Bosque Encantado desapareció luego de un arrasador hechizo hace más de veinte años. Ningún habitante sobrevivió, mucho menos alguien de la realeza.— acusó de falso su testimonio, ignorando el nerviosismo que le pedía callar. Ese no era el comportamiento de un rey, se dijo, apretando los puños. Mal lo notó y al igual que él se puso de pie para mostrarle su apoyo.

David esbozó una sonrisa de lado, robando varios suspiros de las sirenas hijas del rey Tritón, quienes también formaban parte del Consejo dentro de su estanque en una de las esquinas del salón.

—Bueno, lo que sucede es que mientras enfrentábamos un duelo contra el Hada Negra, un hechizo nos trajo aquí, a su reino, pues venimos de otro mundo donde todo esto no existe—hinchó el pecho, llevando sus manos tras la espalda—. Fue una lucha exhaustiva y me temo que la perdimos. Sin embargo, no hemos perdido la guerra y nuestro deseo es regresar para terminar con el mal...

Antes de que cualquiera pudiera procesar la información, Emma se desplomó sin poder evitar que el cansancio que sentía la venciera. Killian la atrapó justo a tiempo para que no se diera de bruces contra el suelo, rápidamente pidiendo apoyo. Todos en el lugar comenzaron a murmurar entre ellos. David tomó a Emma entre sus brazos y la sensación desagradable de la preocupación de asentó en su pecho. Henry también se arrodilló a su lado, sacudiendo a la mujer rubia sin resultados.

—Por favor, necesita ayuda urgente. Me comprometo a hablarles acerca de nosotros todo lo que necesiten saber... Pero por favor, ayudenla—pidió David con la voz teñida de desesperación.

Ben asintió y con un gesto de mano indicó a sus guardias que ayudaran a la princesa, para luego ordenar que llamaran al médico real.

—Gracias por su benevolencia, majestad.

El hijo de la Bestia esbozó una pequeña sonrisa restándole importancia a sus acciones, pues sabía que eso era lo correcto.

—Son desconocidos, Ben. No puedes ayudarlos— exclamó Chad entre los del Consejo.

—Rey Benjamin para ti, Chad— intervino Mal, alzando la barbilla— Que tu padre te haya dado su lugar aquí no te hace poseedor del mismo voto que él tenía.

—Pero...

—Pero nada. La ayuda aquí no es negada a nadie. Lo sabes perfectamente — sentenció Ben.

Era cierto. Esa frase era muy usada por todos los habitantes y nadie se atrevió a desafiar al rey. Incluso el Hada Madrina quien miraba a los extraños con desconfianza. Algo en su aura no le terminaba de agradar, más por la mujer que estaba hasta atrás, de mirada oscura y presentía que algo malo ocultaba.

—Ese es mi hijo— murmuró Adam sonriente.

Nuestro— corrigió Belle.

Cierto. Ese es nuestro hijo.

Perdidos en Auradon [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora