¡Dios mio!

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Seattle, Estados Unidos de América.

18 de febrero de 2026.

6 días Antes del Evento.

Año del Evento.

Doris había decidido abrir un nuevo frente en la investigación. Una nueva simulación.

Se había planteado que, aunque las probabilidades de que los visitantes se fueran sin mayor interacción eran muy bajas, no podía dejar de pensar que su obligación era plantear las ecuaciones necesarias para sopesar qué curso de acción seguir aún en esa hipotética circunstancia.

El mundo perdía la paciencia y la población comenzó a manifestarse. En la sociedad actual era imposible mantener en secreto el hecho de esas tres naves orbitando el planeta.

Era la era de la información. Una era en donde los datos tenía la prioridad.

Casi cualquier persona con unos buenos prismáticos era capaz de verlos si sabia donde apuntar. Ni hablar de los que utilizaban telescopios o de los radioaficionados que estaban captando las transmisiones que los visitantes emitían constantemente y sin codificar.

Las redes sociales eran un hervidero y hacían lugar a cualquier loca teoría de conspiración.

Los casos que podía barajar Doris eran limitados e imaginarios, pero eso no significaba que debiera ignorarlos.

Decidió utilizar la riqueza de opinión, desbordada o no, que le proveía internet. Generó tantos perfiles como estimó que necesitaba y empezó a navegar y entablar charlas en diversos grupos.

Construyó un catálogo sobre el posible accionar de los visitantes y calculó cada una de sus posibilidad.

Corrió todas las simulaciones que pudo parametrizando a los receptores como distintos grupos sociales, raciales y franjas etarias. Luego definió indicadores de comportamiento.

Consideró que tenía un panorama general bastante completo por lo que podría extrapolar alguna conclusión.

Con posibilidades cercanas a cero estaba el caso de que desaparecieran sin más en cualquier momento. Si esto sucediera, el control de daños sería trivial y los diferentes gobiernos podrían hacerse cargo.

Había más posibilidades de que emitieran algún comunicado al estilo de una declaración de principios o que revelaran su presencia aterrizando en cualquier gran plaza de alguno de los países sobre los que orbitaban. Y esto era lo más temido por Doris y lo que motivaba que entendiera muy necesario el prever cómo actuarían los diversos grupos humanos.

Doris llamó globalmente a esta última posibilidad "la humanidad tiene pruebas fehaciente de que no está sola".

Esto plantea toda una serie de problemas. Desde biológicos, filosóficos y por supuesto, teológicos.

La humanidad se ha considerado durante gran parte de su historia como geocéntrica y el choque de descubrir que habita un planeta insignificante, en el lateral de una galaxia que ni siquiera se acerca al centro del universo, fue un duro golpe para esta creencia.

La especie humana volvió a la carga con el biocentrismo. Algo así como: "Está bien, si mi planeta no es el centro del universo, somos únicos biológicamente hablando".

Pero las pruebas de que otros planetas podrían albergar vida fueron socavando los cimientos de esta creencia metro a metro.

A Doris le pareció obvio dividir los tipos de respuesta en función de a qué creencia religiosa pertenecía el grupo humano hipotético.

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