La huida

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Málaga, España.

21 de febrero de 2026.

3 día Antes del Evento.

Año del Evento.

Después de escuchar todo lo que habían hablado Doris y Emma, Franco fraguó un plan para la salida de Málaga. Activó los mapas de su teléfono mientras evaluaba distintas rutas que lo llevarían al aeropuerto.

Permaneció encerrado en el baño hasta que escuchó que Emma había terminado la difícil conversación pendiente con su madre y salió.

Sus ojos enrojecidos y el semblante serio delataban que el encierro en el servicio no había sido por placer.

Durante unos segundos estuvieron mirándose sin decir palabra. Emma se levantó y corrió hasta él para rodearlo con sus brazos. Se fundieron en un abrazo sincero. Amigos inseparables, amigos unidos en la desgracia. No había componente sexual. Solo dos personas que se reconfortan por convivir en la misma tragedia, por vivir la misma pesadilla.

—Le debo una disculpa a Doris —dijo Franco sin soltarla.

—No creo que sea necesario —balbuceó Emma todavía entre sollozos.

A desgano, rompieron el abrazo. Franco apartó cariñosamente un mechón de pelo que caía sobre la frente de Emma.

Ella se separó bufando mientras intentaba secarse los ojos con las manos.

—Siento que mis ojos me están por explotar —dijo contrariada.

—¡Apunta para otro lado, entonces! —le dijo Franco que siempre conseguía arrancarle una sonrisa.

Franco se dirigió al portátil y dijo simplemente.

—Gracias, Doris. Nos vamos de aquí.

Apagó el ordenador y planificó una forma de llegar al aeropuerto. Coincidía con Doris, era evidente que, dada la cercanía y las carreteras cortadas, lo mejor era caminar.

—¿Tienes tu pasaporte? —preguntó Franco palpando en el bolsillo de su abrigo que allí estuviera su documentación.

En el rostro de Emma se encendió una chispa de pánico y abrió sus ojos y su boca de una manera inusual.

—Espera, por un momento me quedé en blanco. Sí. Traje toda mi documentación en mi equipaje. Espera que lo compruebo —empezó a revolver el contenido de su cartera y bolso.

Cuando encontró su pasaporte y lo besó de forma sonora varias veces sin abrir sus ojos.

—Pues, entonces, ¡Hagámoslo! —dijo Franco entusiasmado— Caminaremos rápido, tomados de la mano, sin equipaje ni nada que nos retrase. No haremos contacto visual con nadie y vamos directo al aeropuerto. Creo que en algo así como 2 o 3 horas estaremos en la terminal. ¿Alguna pregunta?

—No, no. Ninguna. Cogidos de la mano y paso rápido. Hasta el AGP —corroboró Emma utilizando las siglas del código IATA del aeropuerto internacional Costa del Sol.

Salieron de la sala cuatro en silencio y abandonaron el edificio sin mirar atrás ni una sola vez.

El ambiente en las calles era extraño. Concurrencia febril en algunas intersecciones y totalmente abandonado en otras.

El gobierno había cerrado las principales vías de acceso de forma preventiva y diversos grupos de manifestantes se desplazaban como pelotones desorganizados de un lado para otro.

La salida del campus fue muy fácil, incluso saludaron amablemente a los colegas con los que se cruzaron. Fueron interceptados por algunos alumnos que les pedían su opinión sobre lo que estaba pasando y a los que esquivaban de la forma más amable posible que pudieron.

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