Los diálogos

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Málaga, España.

20 de febrero de 2026.

4 días Antes del Evento.

Año del Evento.

Emma y Franco habían decidido mudarse a la sala cuatro de la biblioteca.

Llegaron con sendas mochilas y un par de bolsos. La muda de ropa justa y algunas pertenencias indispensables. Los elementos de aseo personal y poco más.

Franco llevaba una bolsa de dormir y argumentaba que era sumamente cómoda, por lo que cedía el sillón a Emma.

Emma, por su parte, dijo que no aceptaría gestos caballerescos sin sentido y que podía perfectamente dormir en la bolsa sobre el suelo.

Acomodaron sus cosas cerca de la puerta del baño y acordaron que se turnarían para dormir en el sillón y la bolsa alternativamente.

Se habían sentado a tomar su café en el escritorio. En silencio. Franco no encendió el portátil en una acción deliberada por mantener la privacidad.

La cuenta regresiva se acercaba inexorablemente al final. Emma fue la primera en abordar el tema.

—¿No vas a llamar a ningún pariente?

Franco lo pensó un momento.

—No. No lo creo. Tengo un hermano cerca de Bariloche, en Argentina, pero no creo que tenga caso avisarle ¿Qué le digo? ¡Hola, Marcos, preparate que en unos días empieza una guerra nuclear! ¡Ah! Por cierto, si la guerra nuclear no empieza, unos extraterrestres van a destruir La Tierra.

Emma sonrió. Adoraba las ocurrencias de Franco. Frases a veces sin sentido en los momentos justos.

"No ¡Que va! No siempre en los momentos justos. A veces es solo un idiota", se contradijo.

"Sí. Pero un idiota simpático", pensó sonriendo interiormente.

—¿Y vos? —la interrogó Franco.

—Me gustaría hablar con mi madre. Está en Madrid. Me gustaría oír su voz, pero creo que empezaré a llorar y, si yo lo hago, ella sigue y ya no hay conversación posible —dijo encogiéndose de hombros, sin soltar su taza de café. Bebió un sorbo y preguntó.

—¿De verdad es el fin del mundo?

Franco arqueó las cejas y convino.

—Es lo que parece. Ya sea porque nos destruyan o porque ataquemos primero nosotros... no parece que la cosa termine bien.

—Ayer, mientras empacaba, miré un poco de televisión.

Franco hizo un mohín de disgusto y soltó:

—¡Joder! Lo tuyo ya raya el sadomasoquismo.

—Ya sé, ya sé. Dijimos que no lo haríamos, pero no quería estar en casa envuelta en ese silencio. Era deprimente. Me agobiaba. La encendí para que haga algo de ruido, un poco de compañía.

—¿Y qué viste? —preguntó Franco— ¡Venga! ¡A flagelarnos juntos! —dijo riendo.

Emma sonrió.

—El mundo está dado vuelta. Manifestaciones por todos lados. Están todas las webs de noticias alteradas. Hay tanto para cubrir que no dan a basto. La cantidad de blogueros se han multiplicado por 4, por 5, ¡Qué se yo por cuanto! Parece que todo el mundo quiere dar su opinión sobre lo que está pasando.

Franco no dijo nada. Emma continuó.

—Muchos están en lo cierto y cuentan lo que realmente está pasando. También hay otros que dicen barbaridades.

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