El padre Ángel

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Santa Fé, Argentina.

24 de febrero de 2026.

Día del Evento.

En su pasado inmediato, el padre Ángel supo ser un cura joven de la ciudad de Santa Fe, en la provincia del mismo nombre, al norte de Buenos Aires. Se hizo famoso entre la juventud ya que predicaba el evangelio desde el llano, charlando con los jóvenes, en su propio idioma.

Cuando le asignaron una pequeña parroquia, sus puertas siempre estuvieron abiertas las 24 horas al servicio de la comunidad. También había implementado un servicio de atención telefónico y por internet.

Distribuía sus misas y reflexiones por whatsapp y redes sociales, llegando al corazón de mucha gente. Toda la ciudad lo quería.

Por eso no se extrañó cuando en una llamada telefónica, seis días antes del Evento, una mujer española lo llamó para pedirle consejo sobre la religión.

La mujer se llamaba Doris y lo interrogaba con verdadero interés sobre el evangelio y los orígenes de su fe.

A veces eran preguntas de una profundidad tal que le hicieron confirmar al padre Ángel que no se trataba de una persona que estuviera cuestionando su propia fe. Estaba seguro que había algo más detrás de todo el interrogatorio al que le sometía Doris.

Aunque siempre se comportaba de manera educada y respetaba el tiempo que el padre Ángel le asignaba, llegó a llamarle 2 veces por día.

La sospechas del párroco aumentaron y le convencieron de que tenía el derecho de enfrentarla con ellas.

Doris se disculpó argumentando hipotéticas prisas a la que estaba sometida y le explicó que estaba realizando un estudio sobre las religiones. Quizás, a la postre, ésa resultó ser una de las pocas verdades que le había contado.

Hablar con Doris era fácil. Llamaba siempre a la misma hora por la mañana y permanecían charlando de forma amena durante una hora. Al tercer día comenzó a llamarlo también por la tarde.

En realidad, hablar sobre los fundamentos de la fe no le disgustaba al padre Ángel. Ya fuera porque Doris estuviera realizando un estudio o porque su fe se tambaleara, no podía dejar de prestarle atención y evacuar sus dudas.

De alguna manera, y dado los tiempos que corrían, todos los feligreses acudían con algún tipo de angustia. Los más preocupados preguntaban si el final había llegado. La mayoría consultaba sobre si había una oración específica para lo que se cernía sobre ellos.

Él siempre, invariablemente, recomendaba la confianza en el señor y la oración con humildad sincera.

—Existe un plan divino. Un plan que nos trasciende. Confiemos en el Señor —era su contestación habitual y, además, era una respuesta en la cual creía.

Pese a las luces en el cielo y que la posibilidad de no estar solos en el universo parecía acercarse a la certeza, había decidido seguir con su rutina habitual.

Creía que podría transmitir tranquilidad a los parroquianos si veían que él no había sido superado por los acontecimientos.

El Día del Evento, el padre Ángel se levantó muy temprano, como todos los días.

La llamada de Doris no le sorprendió ya que solía ser la primera de la mañana.

Ya no parecía la Doris con la que hablaba todos los días. Con un tono seguro, un poco enérgico, le comunicó que los dardos sobrevolaban el mundo.

Era la primera vez que el padre Ángel escuchaba la palabra "dardo", por lo que tuvo que pedirle una aclaración.

El padre Ángel estaba sorprendido por el tono de seguridad y suficiencia con el que Doris hizo la explicación. No le parecía la muchacha con la que había estado enfrascado durante los últimos días en una charla sobre la fé y la religión. Así que le preguntó

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