8.

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Mia.


Como toda historia, la comienzo por el principio, explicándole a John el origen de mis males.

Y lo cierto es que todo empezó con Frank, cuando tenía trece. Fuimos novios por cuatro meses exactos, entonces, la noche en que cumplimos nuestro cuarto mes, me acompañó a mi casa (frente a la de él) y antes de dejarme entrar, me tomó por las mejillas, me miró fijamente a los ojos y me preguntó:

—¿Sabes lo increíble que eres? — luego de eso me dijo que era graciosa, divertida y la novia más genial, también me dijo que me quería muchísimo.

Me dejó entrar y una hora más tarde, me llegó un mensaje suyo, donde decía que yo era fantástica pero que ya no debíamos ser novios.

Y jamás me dio la razón, de la misma manera en que no lo hicieron los demás. Mi promedio de durabilidad en las relaciones se convirtió en cuatro meses y nunca he tenido un novio que dure más de eso, a veces se exceden por algunos días, pero jamás han durado hasta el quinto mes. Todos siempre se van diciendo que yo soy grandiosa pero que ya se ha acabado para nosotros y jamás me dan razones completas o lógicas.

—Así que aparentemente no haga nada mal, pero ellos no se quedan, nunca — le explico.

—¿Tu ex novio es uno de tus amigos más cercanos y vive en tu casa? — pregunta confundido.

Yo me rio, pensando en que de todo lo que le he contado, solo eso le haya impactado.

—Exacto — respondo.

—¿Y en todo este tiempo no ha podido decirte por qué terminaron?

—No, solo me dice que fue su estupidez, pero que no se arrepiente de ello.

—Pero te califica como una buena novia, igual que todos los demás.

—Sí, lo hacen. Lo que no me explica por qué si soy tan buena como dicen ninguno de ellos se queda.

—¿Y eso es lo que quieres que yo averigüe? — toma un gran sorbo de su té helado, ya nos han traído las bebidas y pronto nos llegará el alimento.

—No precisamente. Verás, hay un chico que me gusta mucho, siempre me ha gustado. Él es genial, muy inteligente, amable y gracioso, es amigo de la familia y en muchas ocasiones he pensado en hacerle saber cómo me siento, la cuestión es que tengo talento para obtener a los chicos y después sucede todo de la misma forma. Yo los invito a salir, acceden, la pasamos bien, ellos se enamoran, yo me enamoro, tenemos una relación, todo va de perlas y cuando creo que la vida es perfecta, ellos se marchan sin decir por qué. Es un protocolo infalible — hago una pausa —. Y estoy harta de ese protocolo. Quiero conseguir al chico y quiero que se quede — confieso.

—Entonces quieres que yo te asesore, así puedo decirte donde está el fallo y podrás cambiarlo.

—Sí, precisamente eso.

—¿Y estás segura que quieres que este chico sea el indicado? — su rostro parece de confundido, pero me mira con suma seriedad.

—Sí. Lo conozco hace mucho y me gusta demasiado, nunca he intentado nada porque me gusta tanto que me da miedo, pero sí. Quiero que sea él.

—Bueno — responde alargando la palabra, dubitativo —, entonces lo haremos. Aún no sé cómo pero lo haremos.

Extiendo una sonrisa al mismo tiempo que la mesera aparece con nuestra comida, la pone sobre la mesa, cuando se retira seguimos conversando.

—Creo que yo sé cómo podríamos empezar — explico, él alza una ceja animándome a decirle —. Organizando consultas semanales, yo te cuento lo que va sucediendo y tú me orientas, también podrías conocerme mejor y usarme de comparación con tus conocimientos. Con suerte tu verás algo que yo no percibo

—Consultas semanales — repite suavemente y lo piensa.

—Puedo pagarte el mes por adelantado — agrego.

—¿Y cuánto planeas que dure este experimento tuyo?

—Sólo el tiempo necesario para resolver la incógnita. Aunque si te refieres al tiempo mínimo, me gustaría que fueran al menos cinco meses, pasado ese tiempo podemos negociar tu renuncia.

—Haces ver esto como un negocio muy profesional — comenta, yo le doy mi mirada más seria de la vida.

—Es un negocio excesivamente profesional, John. ¿Te animas o no?

Se ríe a carcajadas sutiles y le da un sorbo al té, se pasa la lengua por los labios y luego pone su vista fija en mí mientras conserva la sonrisa que ahora conozco. Si lo observo con mucha atención, es muy fácil definir su atractivo. Tiene el cabello oscuro, la nariz es fina pero varonil, sus labios son promedio, su rostro es cuadrado y sus ojos azules no son grandes, pero te ven como si pudieran leerte el alma.

—Bien, Mia. Haré esto.

No sé si lo dice porque está desesperado por el dinero o porque realmente quiere hacerlo, pero sea cual sea su razón, la agradezco. Aun no estoy convencida de que mi experimento tenga mucho sentido, pero ¿no les ha pasado que quieren algo con tantas ganas que poco les importa si es lógico?

—Muchas gracias, John.

Saco mi chequera antes de que él meta su primer bocado a la boca y le entrego el talón por la cantidad de tres mil dólares, no definimos la paga antes, pero espero que eso sea suficiente. Él lo toma, lo ve y abre los ojos muy en grande.

—Lo rectificaré una vez más. ¿Estás segura de esto? — dice atragantado por el sushi.

—Segura — repito con mucha confianza.

¿Qué podría salir mal?

DOCTOR CORAZÓN | Angie JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora