12.

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Mía.


—¿Qué haces normalmente en una primera cita? — me pregunta John mientras cenamos pasta.

Lo cierto es que ha venido muy preparado, con preguntas, libreta y bolígrafo para anotaciones. Me parece tan metido en su papel de profesional que me da ternura.

—¿Durante la cita? ¿Antes? ¿Después?

—Háblame de todo el proceso, desde que se genera la cita hasta que termina.

Ayer he tenido mi primera cita con Thomas y fue algo normal, de hecho, casi no se sintió como una cita. De hecho, llegué a pensar que solo yo lo veía como una pero que él creía que aquello no era más que otra de nuestras muchas salidas. Sin embargo, mi esperanza no se derrumbó porque casi al final Thomas me dijo que siempre la pasaba fenomenal conmigo y que debía confesar que se había pasado casi toda su vida sintiendo atracción por la hija de los Parker (o sea yo). Mientras recuerdo en la risa tonta que se me escapó, también pienso en contarle las cosas a John como si se tratara de un mecanismo, ya que no me molesta ser cursi y enamoradiza, pero si me gustaría que él viera que me lo tomo todo tan enserio como él lo hace.

Le enumero las cosas que ocurren en mis primeras citas, casi como si ya tuviera el recetario listo para seguir en mi bolsillo.

—Primero invito al chico a algún lugar que sepa que le gusta mucho, porque me gusta que esté cómodo mientras estamos juntos. Mi padre dice que las personas somos mucho sobre experiencias, por tanto, si le das a alguien una experiencia linda pasarán el resto de los días relacionándote con una sensación agradable.

—Eres toda una profesional — interrumpe él y no parece burlarse de mí, de hecho, parece muy sorprendido.

—Tal vez lo sea, después de todo, he tenido algo de práctica — le recuerdo y continúo con mi enumeración —. Cuando el chico acepta, lo siguiente es asegurarme de que ese día no tendré imprevistos, al menos no de esos que pudieron evitarse, ya que no debes dar una primera impresión que sea mala, como plantarlo tener que dejarlo a media reunión. Y ya que he cubierto el terreno, viene el arreglarme. Siempre me pongo ropa cómoda y femenina, dos conceptos que no están peleados, aunque muchos piensen que sí. Elijo ropa que realce mis mejores atributos — me río un poco porque me pone nerviosa contar eso a John, pero él me observa con seriedad y me relajo —. Me gusta también maquillarme sutilmente, con cosas que lleven la atención del chico a mis pestañas o a mis labios. Y ya que estoy lista me aseguro de mandarle un mensaje, diciéndole que estoy contenta de verlo. La mayoría de las chicas cree que es una debilidad demostrar cuan ansiosa estás en una primera cita, pero yo opino que los chicos valoran esos detalles y el hacerlo le resta estrés al asunto, ¿sabes?

—Entonces, ¿no dirías que las primeras citas te ponen nerviosa?

—Oh no, claro que me ponen, pero trato de bajarle a mis nervios cuanto puedo.

—¿Y no crees que eso le resta sutilidad al asunto?

Se me da mucho fruncir el ceño cuando no entiendo algo y también sé que ladeo mucho la cabeza, actuando súper confundida, actos que realizo mientras analizo su pregunta.

—¿A qué te refieres? — le pregunto cuando me doy cuenta que no entiendo su cuestionamiento.

—Me refiero a que para ser una primera cita, eres muy perfeccionista y madura, pareces muy segura de ti misma en todo el asunto.

—¿Y eso está mal?

—No mal, precisamente, pero ¿no crees que los chicos se intimidan?

Nunca en la vida había pensado que mi seguridad y madurez era algo que intimidara a los chicos. A decir verdad, me considero de todo menos una mujer intimidante. Y aunque no soy muy sensible, siento que el hecho de que John tome algo que yo considero una fortaleza y me lo plantee como un defecto, me hace flaquear un poco.

Quiero decirle que está equivocado, porque si fuese un defecto, los chicos no saldrían conmigo nuevamente y por los siguientes cuatro meses, pero freno mi comentario porque he contratado a John para observarme, darme su punto de vista y ser honesto. Y él está haciéndolo todo. Además nunca le mencioné que no quería que mi pequeño experimento hiriera mi ego, así que decido seguir el hilo de su pensamiento y dejar que continúe con su análisis, aun cuando éste me hiere un poco.

—Nunca creí que mi actitud intimidara a nadie, pero tienes un buen punto ahí — es todo lo que menciono.

—No quiero que te ofendas, Mia, porque no busco eso. Pero creo que los hombres necesitamos probar nuestro carácter y nuestra madurez, por eso creo que tal vez deberías dejar al chico hacer un poco más su parte de chico.

—¿Cómo si fuera una princesa en aprietos?

John se ríe mientras niega.

—Claro que no. Pero sí estaría bien que lo dejaras verte nerviosa si es que lo estás, no siempre tienes que ser tan valiente y tan adulta. No digo que hagas el tonto, solo digo que te podrías relajar un poco.

Asiento, porque sé que relajarme es algo que me cuesta.

Nunca me ha gustado tomar las cosas con calma, tampoco me gusta dejar detalles sueltos. Me considero una persona despreocupada en algunas cosas como el relacionarme o el desenvolverme en público, pero lo cierto es que a puerta cerrada, cuando nadie me ve, suelo ser muy perfeccionista.

—Entonces, ¿prosigo?

John me da ánimos para continuar y le cuento sobre como paso la mayor parte de mis primeras citas haciendo preguntas, para conocer a la otra persona. Ante eso él no muestra mayor objeción, pero sé que ya bastante tendré que trabajar con el hecho de soltar un poco las riendas.

Y ahora ya no me siento tan segura de querer seguir con este experimento. 

DOCTOR CORAZÓN | Angie JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora