17.

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John.


Mia me deja bailando con Helen, una chica que está muy colgada de mí y no lo digo por sonar altanero, lo digo porque es la verdad, ella misma me lo ha dicho.

Helen es una guapa despampanante de esas que solo encuentras en revistas, también es muy agradable, pero aun así no me animo a salir con ella porque algo en su manera de tratarme me dice que no seríamos muy compatibles. Tal vez no sea cierta mi predicción, pero casi siento que le gusta más mi supuesta herencia que mi persona.

Aun así bailo con ella un par de canciones y mientras estamos en eso me doy cuenta de que no hay forma de que toda la belleza que tengo frente a mí se parezca a la belleza de mi clienta: Mia Parker.

No debería pensar en eso pero Mia es de esas chicas que no lo intentan y que aun así deslumbran cuando entran en una habitación. Esta noche, no solo yo he quedado tremendamente embobado con su presencia, también lo han hecho todos los demás. Por donde quiera que la chica se pasee, se roba las miradas.

Y hablando de miradas, en un segundo la pierdo de vista y me preocupo, porque le he prometido que la cuidaré, especialmente porque ya está ebria.

Me disculpo amablemente con Helen y me pongo a revisar el granero, en busca de Mia.

Voy primero a la barra, luego camino hacia la zona del juego con el tequila y al rodearlos puedo ver el reposabrazos de un sofá. Hay personas alrededor de éste y cuando me acerco, gracias a mi altura, puedo ver lo que ocurre.

Ahí está Mia, besándose con una chica que va un curso arriba, la chica le ha subido el vestido, la besa de manera ferviente y le acaricia las piernas.

Aunque para cualquier hombre aquella es una escena bastante excitante, yo sé que debo detenerla porque si no Mia podría terminar en el internet, en una página de videos para adultos, para ser más exacto.

Llego, enfrento un poco a la chica que estaba sobre ella, pero va más borracha que nada, así que solo me provoca, pero en lugar de seguirle su juego, tomo a Mia por el brazo, cargando su peso y decido que se termina la noche de fiesta. Demasiado por hoy.

Cualquier otro día, bajo otras circunstancias, siendo el hijo de papá que solía ser, las reglas hubieran sido distintas: yo me hubiera quedado, tal vez me hubiera unido, tal vez las hubiera grabado, tal vez las habría ignorado. Pero ahora, siendo responsable de mí y de esta chica que ha puesto su confianza en mis manos, me toca ser el adulto responsable.

La llevo hasta la camioneta y la hago subir, en el acto le toco el trasero con gentileza pero ella no dice nada, supongo que es porque va muy ebria. Rodeo la camioneta y me subo.

No, me equivoqué.

No dijo nada porque esperaba a tenerme ahí, a su lado.

Me dice que le he tocado el trasero y aunque me disculpo, ella me dice que sabe como la he estado mirando durante toda la noche.

—¿Y cómo es eso? — le pregunto, siento que me hierven las mejillas.

—Con deseo — susurra y acto seguido, se queda profundamente dormida.

Por esa razón el viaje de regreso hasta su casa solo consiste en un silencio exterior y un ruido abrumante en mis pensamientos.

¿Realmente la veo con deseo?

¿He sido tan poco disimulado que ella lo ha notado o tiene un radar especial para darse cuenta de esas cosas?

¿Acaso lo ha dicho solo por volverme loco? ¿O realmente lo notó?

Y la pregunta más importante es:

¿Voy a poder verla como lo hacía hasta antes de esta noche o esta nueva perspectiva de ella lo cambiará todo?

Pego un bufido de frustración y me digo que tengo que obligarme, así me vuelva loco, a conservar mi dignidad y mi profesionalismo.

Me doy el ultimátum: tengo terminantemente prohibido mirar a Mia como algo más que una chica a la que conozco y por la cual no siento nada. 

DOCTOR CORAZÓN | Angie JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora