Capítulo Ocho: ¡Conozco ese lobo!

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Caled enciende una improvisada fogata en el mismo sitio donde aparecemos, me acerco y me siento lo más cercano que puedo a esa única forma de obtener calor y no morir congelada en el bosque. Si mis episodios continuaban dejándome en medio de la nada, en una fría noche, debería de comenzar a usar pijamas más calientes o largas.

Caled se deja caer a mi lado y mira mis piernas descubiertas por el corto short. 

—¿Te gusta lo que ves? —pregunto y sus ojos suben de inmediato a los míos.

—Lo siento.

Suelto una sonora carcajada al robarme una de las comunes líneas de los chicos. Caled me mira sin entender la razón de mi risa, pero se alza de hombros y mira con detenimiento las llamas de la fogata.

—Oye... ¿cómo es que ese chico parecía conocerte? ¿por qué confiaste en él? Y ¿qué es el reino Uren? —pregunto, sin poder contener más las dudas de este suceso tan extraño.

—Hay muchas cosas que no conoces Saven, una de ellas fue ese reino del que hablo el chico. —musita, con un tono monótono—. Confíe en él, porque extrañamente me recordó a mí...

—¿A ti? Eso no tiene sentido.

—Te sorprendería la cantidad de cosas que no tienen sentido en este mundo.

Ambos intercambiamos una mirada. Me acerco a su cuerpo en busca de calor, provocando que su brazo se pase por encima de mis hombros y me estreche contra su costado. 

—¿Quiénes saben de tus episodios? —cuestiona.

—Los psicólogos, mis ancianos, Jordan, Zack, tú y la loca del pueblo. —respondo, con la mirada fija en las llamas—. Ellos no conocen la versión verdadera de lo que realmente me sucede en el sucedo, claro, a excepción de Jordan, Zack, tú y la loca del pueblo. 

—¿La mujer que odia Jordan?

Suelto una risilla, al entender que los hermanos también conocen la gran enemiga de mi mejor amiga. 

—Así que también les contó de su enemiga mortal.

—No sabes cuántas veces lo hace. La primera vez llegó gritando que esa anciana no era ninguna vidente, que no conocía de la magia y que era una impostora. 

—Esa es mi mejor amiga. Y es gracioso, porque esa anciana tampoco le agrada Jordan.

—Es un... —guarda silencio—. ¿Lo escuchaste?

Niego tan pronto como se levanta y toma una rama con fuego en ella, se acerca y me tomó de la mano para mantenerme de cerca. No entendía qué era lo que exactamente había escuchado, pero en medio del bosque, no pretendía quedarme sola y mucho menos morir tan joven. Camino cerca de su espalda, siguiéndolo con cuidado.

—¿Lo escuchaste?

¡Seguía sin escuchar una mierda! 

Trato de concentrarme en los sonidos a nuestro alrededor, en el ruido de los insectos nocturnos, los cuervos al pasar volando a nuestro alrededor, algunos búhos, el mismo viento que agita las copas de los árboles, pero lo único que lograba escuchar con total claridad era mi acelerado corazón y mi pesada respiración. ¿Y si era un asesino? ¿un animal rabioso? ¡No planeaba morir aquí! ¡Mucho menos al lado de Caled!

—Tranquilizate. —susurra a mi lado.

¡No me tranquilizaría! 

—¿Podemos buscar alguna salida de este bosque?

—Preferiría hacerlo en el día.

—¡Oh, vamos! Debería de estar por aquí cerca.

Dicho esto, comienzo a caminar lejos de Caled y sin ningún tipo de iluminación para verificar mi recorrido, provocando que me tropezara un sinfín de veces con ramas y que estuviera a segundos de pisar algún pequeño animal. No escuchaba pasos siguiéndome, eso quería decir que Caled me había abandonado a mi suerte, pero tampoco podía quejarme, yo me había alejado en primera instancia.

Susurros de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora