Capítulo Veinte: Hablemos de mí desde el pasado.

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Una fuerte ventisca acelera el corazón de los poblantes de Aren. Atentos por lo venir, enterados de la posible acción de algo que se acerca a acabar con sus vidas. Dispuestos a derramar su sangre por la familia real.

Tres gritos retumban con fuerza, agitando los árboles y alterando las aves, las cuales alzan su vuelo sorprendidas. Un grito de aviso, otro de consecuencias y el último de final. 

La reina besa con ternura la frente de su pequeña niña, su padre acaricia su cabello y ambos salen de la habitación dejando a la pequeña bebé dormir plácidamente, al salir un joven morena los intercepta.

—Mis señores...

—No hay nada que se pueda hacer Wendy, nuestro destino fue escrito y los viajeros se encargaran de cumplir con él. —le corta el rey, con su tono sabio.

—Es injusto. Reina Violeta debemos de... —insistió la morena.

—No se puede escapar del tiempo querida, tú debes de saberlo mejor que nadie. —respondió la mujer, entrelazando su brazo al de su esposo.

Ambos se alejan dejando en completo silencio a Wendy, la joven banshee del reino. Tal vez demasiado joven como para aceptar el destino que tenía escrito. Los reyes caminaron con el corazón en pedazos al escuchar el desesperado llanto de su joven aprendiz, ingresaron a la sala de reuniones y se detuvieron de golpe al ver la sombra que les daba la espalda.

Sus corazones se aceleraron, golpeaban con fuerza sus pechos y el miedo los invadió. Tomaron sus manos temblorosas.

—Tranquilos. —habló la sombra y su aspecto fue visible.

—Douglas, nos diste un susto de muerte. —lo reprende el rey Damián.

—Lo lamento. —se disculpa con una ligera inclinación de su cabeza—. Yo venía a darles mi última oferta de ayuda. Se que la negaron en cada ocasión que les fue posible o simplemente me ignoraron, pero creí que al estar tan cerca de sus destinos la meditarían. 

—Como las otras veces, decidimos tomar el destino pautado por tus viajeros y banshee. —agradece el rey con una sonrisa de cordialidad.

—Yo... —un fuerte estruendo interrumpe la quebrada voz de Violeta.

En esta ocasión suceden dos cosas, una secreta y otra vista por todos los presentes.

La primera: el rey Damián salió de la habitación en busca de identificar que había ocasionado tal estruendo. Dejando en la habitación a su esposa con su mejor amigo. 

Gritó órdenes a los fieles guardias. No darían su reino en vano. Con espada en mano, todos llegaron a las grandes puertas principales, las cuales se abrieron de golpe y una gran batalla se libró. Aren contra los misterios encapuchados. Nadie sabía cuál era su idea al hacer un gran mal a su reino, pero ellos no los dejarían pasar.

Metal contra metal. Un grito de dolor y un último suspiro de muerte. Todos luchando por una causa distinta. Poco a poco, los pobladores de Aren morían a manos de los crueles visitantes. 

Primero los pobladores, le siguieron sus guardias reales y por último, la vida fue arrebatada del rey Damián. 

Los visitantes tenían su camino libre para destruir aquel reino que se les encomendó acabar. Sonrieron satisfechos al mirar la masacre que los rodeaba y la sangre gotear de sus espadas.

La segunda: lejos de este horrible escenario, la reina lloraba con fuerza al mirar como la marca de su amado se teñía de negro, extendiéndose a cubrir totalmente su cuerpo. Miró con temor al rey de Oren, un buen chico que les tendió su mano cuando nadie quiso hacerlo.

Susurros de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora