38. El peso de la ley

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Elena

Miro la puerta del consultorio, estoy frente a esta con una bata. No sé si es una buena decisión, pero tampoco creo estar lista para ser madre. Puede que sea la única posibilidad de serlo, teniendo en cuenta que no puedo ni pensar en tener sexo con alguien. Psicológicamente no estoy bien, no importa cuánto lo piense. Supongo que terminaré haciéndole caso a mi madre, a pesar de su amenaza, tiene razón, no puedo tener un hijo.

Entro al consultorio, el médico me indica en donde acostarme y suspiro esperando lo peor.

Adrián

Bien, Edel fuera hasta que consiga que Elena lo denuncié y se quede encerrado para siempre.

Me siento ganador.

—¡Adrián! —Entra Jairo corriendo a mi oficina con un rostro de preocupación que pareciera que alguien fuera a morirse.

—¿Qué pasa? —Bufo —Me quitas el buen humor.

—¿Recuerdas que me pediste que vigilara a Elena?

—Eso fue hace un montón ¿Lo sigues haciendo? —Me río —Que dedicado —opino, luego lo señalo y frunzo el ceño —Espero que no la estés mirando de más.

—¡Claro que no! —expresa nervioso —¡¿Puedes escucharme?!

—Pues habla —Bufo otra vez.

—Bueno, resulta que fue al médico, y no a cualquier doctor.

Alzo una ceja.

—¿A qué te refieres?

—Mira, no se como decirte esto, así que... —Se pasa la mano por el cabello negro —¡¡Está embarazada y va a practicarse un aborto, corre!! —me grita de repente.

—¡¿Qué?! —Me levanto de mi asiento impactado —¡¡Ya mismo!!

Salgo corriendo. Jairo me sigue detrás, entramos a su auto y él conduce. Estaciona rápido cuando llegamos y continuo con mi corrida al entrar al edificio. Me cruzo con la madre de Elena, la cual se levanta de su asiento al verme.

—Usted...

—No tengo tiempo de hablar, señora.

Entro al consultorio e interrumpo al médico, aunque en realidad le pego un puñetazo y se cae al suelo.

—¿Adrián? —dice Elena confundida y cierra las piernas al instante.

—Vámonos ya —La agarro de la muñeca y hago que se levante de la camilla.

—¿A dónde? —pregunta sonrojada.

—Lejos de los locos —Salimos del consultorio y miro a su madre —. Señora, doy por declarado un secuestro permanente, porque ahora soy padre, adiós —Voy directo a la salida.

—¡¿Qué estás diciendo Adrián?! —expresa Elena nerviosa y con temor —¡¡Y no me he cambiado!! —grita con su vergüenza a flote.

—Mi amor, escatimaremos destalles cuando salgamos de aquí —La adentro en los asientos de atrás del auto de Jairo y cierro la puerta.

—Hola señorita Elena —La saluda mi amigo tranquilamente.

—Ho... hola —exclama ella avergonzada y baja la vista.

—¡Adrián Ricoy! —Nos alcanza su madre.

—Señora, ya dije todo lo que tenía que decirle, así que adiós —Me siento en la parte del copiloto.

—No tiene derecho —se queja la mujer —. Haré que le caiga todo el peso de la ley sobre usted.

Sonrío con confianza.

—Genial, veamos quién gana.

Míster Libido (R#0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora