Capítulo 11.

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Henry.

Hola, soy Rita, puedes dejarme tu mensaje después del biiip.

Me he despertado en medio de la madrugada por culpa de una pesadilla. Bueno, cabe recalcar que es la misma pesadilla que me lleva jodiendo la vida desde hace años. He de despertado sudado y hecho un manojo de nervios, con la bilis en la garganta, junto a ese sabor amargo de la sangre, porque junto a todo ello me he mordido la lengua. Ahora, siendo la hora del almuerzo del día después a la asamblea, escucho por quinta vez el buzón de voz.

Hola, soy Rita, puedes dejarme tu mensaje después del biiip.

Esta son de las pocas cosas que agradezco, el que aún no hayan cortado esta línea. Así deba pagar todo el dinero que pago, no permitiría que esa línea desaparezca, es lo único que no me gustaría perder, es lo único que me une al verdadero Henry Lawrence, al que no se esconde ni teme.

—Una semana insistiendo, Henry —la silla frente a mi mesa se corre y un corto y ajustado escote se presenta frente a mí.

Escucho una última vez el buzón y guardo mi celular en el bolsillo. Alexandra me sonríe abiertamente y no sé cómo es que logra hacerlo. Quizás se trate de que a dos mesas de nosotros hay fotógrafo que lleva persiguiéndome todo el día o tal vez solo quiera sonreír, después de todo de eso se trata su detestable trabajo, de la imagen.

—He estado ocupado —le contesto.

Ocupado en nada, pienso.

—Vi ayer las noticias, al parecer vinculan a mi padre con todo.

Noto un gesto de reproche en su rostro.

—Tienen el porqué. Escuché a un reportero vincular a tu padre con uno de los activistas —me encojo de hombros— quizás y sea verdad.

—Henry, lo dices como si yo tuviera una respuesta —sentencia— sabes como es mi padre: listas largas por todas partes y lo ves ahora, de nada le sirve trabajar con muchos, nadie le ha dado el rostro desde que fue encarcelado.

Suspiro pesadamente.

No quiero tener esta conversación con Alexandra, porque actúa natural y confiada, como si lo que hablara fuese la sensación del momento, porque hay un jodido hombre tomándonos de fotos y porque no pienso ayudar a su padre, aunque él me haya ayudado en el pasado.

—¿Si envío a Paul dejarás de buscarme?

El brillo en su mirada me deja dicho que la tengo.

—Te juro que si Paul logra sacar a mi padre de ahí te daré todo lo que necesites para emplear tu plan.

Me levanto de la mesa, ya es suficiente de fotografías.

—Hecho —acepto.

La dejo atrás en el restaurante. Manejo en silencio hasta el estadio, estamos en la última temporada, somos los primeros en el marcador, y no puedo dejar que todo este tormento en mi cabeza me desvíe del béisbol, no cuando es este deporte el que me da de comer. Me detengo frente al estadio, y una llamada me entra.

—Hemos acabado con el rastreo, tenemos el nombre y dirección —la voz de Paul suena a través de la línea— acabo de enviártelo, ahí tienes tu nuevo correo, está encriptado, solo los chicos y yo lo tenemos, adjunto a ello lo demás.

—Te tengo otro trabajo, Paul.

—Adelante.

Paul Mackensey es indescifrable, es como una sombra a todas horas del día, no se sabe dónde aparecerá.

—Saca a Taboa de la cárcel, dime cuanto quieres, lo tendrás.

Paul lo piensa, pero luego de unos minutos de negocio, termina aceptando.

Hasta el Final #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora