Capítulo 4.

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Miro con detenimiento todo mi apartamento. Todas las cajas, bolsas, zapatos y utensilios para el hogar se encuentran ahí: esparcidos por todo el lugar, riéndose de mí a cada que paso por su lado. Suspiro, llenando de ecos la sala principal. Al fin he tomado la decisión de llevar todo a su lugar; de llenar los estantes con los libros, mi armario con la ropa, y los muebles con lo demás. Es por eso que mi amiga sale de la cocina sosteniendo una copa de vino y admirando el lugar como yo ya lo he hecho.

—Das algo así como pena —dice, yo tan solo pienso en que Lore tiene algo con el vino, tomándolo siempre a toda hora— tu vida como adulta no avanza de buena manera. Pero —levanta su meñique, está por decir la parte buena— has dado el gran paso. Has desempacado al fin.

—Poco a poco, Lore —contesto— no le pidas a una chica de Brooklyn que se adapte a otra ciudad, más cuando sus padres se encuentran a kilómetros de ella.

—Pero se supone que estando aquí todo sería mejor, ya sabes... dejar el pasado atrás.

Cierro los ojos y nuevamente suspiro con fuerza. Cuando los abro y miro a Lore, ella se encoje de hombros como disculpa.

Sabía que ella decía la verdad porque, 1) Decidí vivir sola y lejos de casa por motivos personales, y esos motivos personales tenían un nombre y apellido, además, vivía cerca de casa, 2) Tener veintitrés años, haberme graduado y no aceptar un traslado de sede como columnista de la revista en la que ahora trabajo, sería la peor de mis locuras. Por eso es que ahora tenía un apartamento para mí sola, en una ciudad lejos de mi verdadero hogar.

—Cuando arregle esta casa todo se volverá mejor —le digo, desviando un poco el tema—. Deja la bebida, Lorraine. El vino te pone fea.

—Imposible, Des. Una bebida no define mi hermosura —se acerca a mí, dejando su copa de vino en la mesa— ¿Es que acaso no me ves?

Rio cuando coloca sus manos en la cintura y comienza a modelar tal cual pasarela.

—Me ha quedado claro, me ha quedado muy claro.

Pasamos la mayoría de la mañana intentando dejar mi apartamento impecable, por eso, para cuando Lorraine se despide de mí en la puerta, mi apartamento se encuentra ordenado y gran parte de mi vida como adulta: estable. Regreso a mi habitación, me deshago de la ropa sucia y transpirada, decido tomar un baño en lo que hago tiempo para enviar mi trabajo a la revista. En Café Matutino, montan la revista los sábados, imprimen y digitalizan los domingos, para el lunes tener en ventas los ejemplares.

Preparo el archivo a enviar en mi correo, dejo la laptop sobre mi cama y luego camino hasta el baño, desnudándome en el camino, cuando llego a la ducha procuro mantener el agua tibia, y ya lista tomo el baño.

Dejo que el agua me recorra desde la cabeza hasta el cuello para luego caer a mis pies. Pienso mucho, mi mente nunca parece dejar de pensar. Nunca se lo escondí a mi terapeuta, siempre le hablé sobre la manera en que mis pensamientos me volvían loca, me subían la ansiedad y me asfixiaban los suficiente para hacerme llorar. Me ayudó mucho decírselo, decirle todo lo que sucedía en realidad.

Es por ello, y gracias a la terapia, que he logrado mantenerle estable.

Al salir me visto nuevamente y caigo cansada en la cama, todo esto de arreglar y hacer ver decente mi apartamento ha sido peor que la mudanza, aun así, debo prepararme mientras me recuerdo que faltan cajas en la oficina.

—Ya luego veremos que hacer —me digo, tomando la laptop y posándola sobre mi regazo.

Miro la hora, confirmo que es el momento y envío el correo con mi trabajo. Salgo de ahí e ingreso a bandeja, tengo varios mensajes de personas aceptando mis entrevistas, les respondo con unas gracias y las horas de citación, luego, cuando me preparo para salir e ir por mi almuerzo, una notificación me detiene. Otro correo en bandeja. Regreso a mi laptop, abro el mensaje e intento mantener la calma.

Hasta el Final #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora