Epílogo

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-¡Eres un inútil!—sin saber muy bien por qué, me había acostumbrado a aquellas palabras dirigidas hacia mí. Sabía que no era el mejor cocinando, eso era un hecho, pero lo estaba intentando hacer con todo el cariño posible para que la comida no se pegara en la sartén. Estábamos en mi casa de campo, bueno eso es algo que debería explicar. Mi padre no ganaba demasiado pero mi madre era una importante directora en el mundo de la moda y cuando todo ocurrió, compraron una casa en el campo. Pensaban que alejados de la naturaleza sería capaz de aclarar mi mente, aunque lo único que hacía era ver a las ardillas tremando de un árbol a otro. Nada cambió, nada fue suficiente. Ahora, la imagen apagada que se mantenía en mi cabeza como recuerdo, había sido sustituida por un hogar cálido y con alegría. El sonido de los gallos en la mañana sonaban en algún lugar del pueblo y las vacas pastaban alrededor de la vivienda. Era algo tranquilo, sin ruido y muy diferente a lo que estábamos acostumbrados, por esa razón les invité a pasar la semana aquí. Por suerte, nadie había estado en una casita rural por así decirlo y la experiencia sería completamente nueva.

El camino allí fue largo, en un autobús repleto de personas algo mayores que residían en el pueblo pero que tuvieron que ir a la ciudad por alguna razón en especial. Algunos eran conocidos, así que les saludé de forma cordial y recibí miles de halagos sobre lo mayor que estaba o sobre que la última vez que me vieron, no era un chico alegre precisamente. Aquella gente era tan pura como siempre, se conformaban con poco y sonreían por cualquier razón. Tenían lo básico para sobrevivir y un par de vacas y ovejas que le daban algo que intercambiar en el mercado. Había echado de menos ese aire puro, lo único que me gustaba de pequeño.

Los baches comenzaron a hacerse presentes, trasladándome al pasado, en el coche familiar, a mi madre conduciendo y mi padre hablando sobre algún tema político de la actualidad. Mis ojos miraban aburridos las paredes enormes de roca  que se alzaban hacia el cielo, perdiéndose en las nubes. Ahora las veo fascinado, sintiéndome entusiasmado por haber cambiado tantísimo.

Luna, quien se encontraba a mi lado, me tomaba de la mano con fuerza porque sabía que estaba recordando. Según lo que me dice, me brillan los ojos de una manera especial cuando veo lo que ha cambiado algo de mí. No lo negaré cuando sé perfectamente que es así.

Seokmin y Penny se encontraban sentados detrás de nosotros, se habían quedado completamente dormidos. Penny se apoyaba en el hombro de Seokmin y este dejaba caer su cabeza en la de Penny. Sus bocas ligeramente abiertas lo suficiente para no dejar caer la baba por las comisuras de sus labios. Aquella imagen tenía que ser recordada, evidentemente, les hice una foto. Por suerte, estos dos comenzaron a salir poco después de volver a la residencia, se había lanzado Penny, como todos sabíamos, pero lo importante es que están juntos y se aman de una forma realmente preciosa.

El hecho de habernos quedado dormidos los cuatro, no favoreció demasiado cuando tuvimos que sacar las maletas y subir una cuesta de las que te saca suspiros y gotas de sudor, además de hacer que tus piernas se doblaran del cansancio. Simplemente agotador.

Llegar a casa fue lo más gratificante que había tenido en muchísimo tiempo, no interesó presentar el resto de la casa cuando el único dato importante en ese momento era el sofá y el ventilador en frente.

El timbre sonó, despertándome del trance y recordándome lo que había planeado desde hacía tiempo. Miré mi teléfono de camino a la entrada y me di cuenta de que era justamente lo que estaba esperando.

-¿Nos echasteis de menos?—Naia apareció saltando en el salón donde Seokmin, Penny y Luna miraban a la chica con sorpresa. Les había mandado la ubicación para que hicieran una visita sorpresa. En los últimos días, Seokmin había estado muy preocupado por cuando vería de nuevo a su hermana y eso me hizo juntar ideas.

SilenceWhere stories live. Discover now