1. Pues ni idea...

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SEMPITERNO
Del lat. sempiternus.
adj. Que durará siempre; que, habiendo tenido principio, no tendrá fin.
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Madrid, en la actualidad.

Eran las 7:42 de la mañana y Luisa Gómez acababa de llegar al hotel donde trabajaba como jefa de cocina. Aparcó la moto cerca de la entrada de personal y se quitó el casco a la vez que suspiró agradecida de haber cambiado el viejo coche que había heredado de sus hermanas mayores por una moto que le daba la libertad de evitar los atascos del centro de Madrid.

Entró al vestuario, donde el resto de personal que había llegado la saludó alegremente a pesar de lo temprano que era. Luisita tenía solo 25 años, pero su juventud no era impedimento para que no fuese respetada por sus compañeros y para llegar al cargo que tenía actualmente, el cual no tardó en conseguir tras llevar unos 3 años en el hotel.

Tras corresponder el saludo, abrió su taquilla, dejó el casco en su interior y empezó a ponerse el uniforme, el cual llevaba en una mochila. A veces dejaba el uniforme en dicha taquilla, pero la mayoría de veces se llevaba las piezas más susceptibles de mancharse para lavarlas, porque a pesar de su cargo, que implicaba básicamente funciones de oficina, cuando tenía tiempo, a Luisita le gustaba implicarse en la elaboración de los menús para evadirse de tanto papeleo y organización. A veces deseaba seguir trabajando en el Hotel La Estrella y que de todo eso se ocupara su padre, Marcelino. Otras se acordaba que por mucho que quisiera a su padre, trabajar bajo sus órdenes no era lo mejor para su relación padre e hija, especialmente porque los dos eran muy cabezotas.

Llegó la primera a la cocina, mientras el resto del personal del turno de mañana terminaba de desayunar antes de comenzar su turno a las 8. Saludó a otros tres trabajadores que estaban desde las 5 de la mañana para poder servir los desayunos y pasó a su oficina.

–A ver Luisi, céntrate –se dijo en voz alta una vez cerró la puerta y se sentó. Cada vez le costaba más realizar su trabajo, a pesar de su juventud ya estaba empezando a cansarse de la hostelería. No sólo era tremendamente agotadora, sino que la responsabilidad de que siempre estuviera todo perfecto ya empezaba a desquiciarle, por no hablar de que no tenía tiempo ni para tener una vida social decente–. ¿Y esto ahora? ¿En serio? –había encontrado un escrito del director del hotel que probablemente dejó la noche anterior en el que la informaba de un servicio de catering que alguien había contratado con el hotel "por la buena reputación de su comida" y que era "un servicio con el que debemos cumplir ineludiblemente" ya que se trataba de un servicio contratado por una productora con motivo del estreno de un musical y que acudirían "personas importantes a las que no debemos defraudar"–. Vaya con la gente del mundo de la farándula, ¡ni que fueran los reyes de España! –suspiró. Dejó a un lado el papel y se puso con su trabajo del día, después hablaría los detalles con el director.

Al final de la jornada recibió un mensaje de su madre recordándole que esa noche tendrían una cena familiar.

Mientras cenaban, los Gómez charlaron de cómo les había ido el día con sus respectivas obligaciones. Cuando fue el turno de Luisita, ésta se limitó a describir su día como "uno más, la rutina, ya sabéis".

–¡Que soseras, chica! –exclamó María–. Cualquiera diría que no eres una cocinera codiciada que trabaja en uno de los mejores hoteles de Madrid...

–Anda, no seas exagerada, hija, que de codiciada nada.

–Anda que no, cuéntame cuántas mujeres a tu edad tienen el cargo que tú ostentas. Y luego me cuentas cuántos eventos tenéis en ese hotel cada mes que apoyan mi teoría.

–Bueno, ahora que lo dices, hoy he tenido una reunión con dirección porque la semana que viene tenemos un evento de catering.

–¿Ves? Si es que no te valoras, hermana –María sonrió orgullosa, al tiempo que Luisita le daba un golpe cariñoso en el brazo.

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