3. Voy a hacerlo público

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Luisita y María se encontraban tomando un café en una de las mesas exteriores de El Asturiano, ya que cuando ambas tenían un día libre solían ir juntas a la Plaza de los Frutos, para estar cerca de la familia.

–María, pero ¿qué dices?

–Luisi, soy tu hermana, sé perfectamente cómo te comportas cuando te gusta alguien.

–¿Qué me va a gustar alguien, María? Si apenas la conozco...

–¡Ajá! O sea, que hay alguien... ¿Quién es? ¿La conozco?

–María, de verdad, no es nadie. Es una estupidez –por supuesto que era una estupidez, se dijo a sí misma, era imposible que Amelia le "gustara" con solo haberla tratado tres o cuatro veces (ya que, tras la primera reunión, Amelia se pasó alguna vez más por el hotel, con la excusa de probar lo que fuera que había en el menú o en el buffet y disfrutar de "tus fantásticas recetas, Luisita. Qué maravilla, de verdad.")–. Es sólo que estoy nerviosa por el evento de mañana –mintió.

–Jefa, hay alguien ahí fuera que quiere verte –Luisita hizo un gesto con la cara cómo preguntando por más información y él se encogió de hombros.

–¿Parecía alguien con cara de cliente insatisfecho o no hay nada que temer?

Me suena su cara, ¿igual es amiga tuya?

–¡Que va! Si es una famosa, a mí una cara como la de ella no se me olvida en la vida. Ahora me toca hacer algo para que a ella no se le olvide la mía... –intervino chuleando un camarero que acababa de entrar en la cocina.

Oye, pero bueno... ¡un respeto, chaval! Tú no vas a hacer nada o informaré de que no estás capacitado para desempeñar correctamente tu trabajo –Luisita aún no sabía de quién se trataba, pero no consentía que nadie hablara así de un cliente y menos aún si se trataba de una mujer. El camarero pareció captar el mensaje y se marchó a seguir haciendo su trabajo.

–Gracias, Jero, enseguida salgo –Luisita agradeció al cocinero que le había avisado y éste se retiró haciendo un gesto de cortesía con la cabeza. Luisita se ajustó el uniforme, comprobó que no tuviera ninguna mancha y salió al comedor. Amelia, ¡qué sorpresa! Espera, ¿teníamos alguna reunión de la que me he olvidado?

Luisita, ¡hola! Que va, no te preocupes, mujer. Es solo una visita para probar tus delicatessen y de paso quería saludarte Amelia hizo un gesto con la mano–. Toma asiento, por favor.

–Vaya, muchas gracias, Amelia –agradeció la cocinera sonriendo al tiempo que se sentaba–. Aunque no sería justo por mi parte no darle el crédito que se merece por todo el trabajo a mi equipo.

Te entiendo, aunque la premisa de un musical sea mi idea, al final es todo un equipo quien lo hace posible.

–Exacto –sonrió Luisita. Puede que yo sea la "guionista", pero todo esto –señaló a su alrededor– no sería lo que es sin mis "artistas" Amelia rio con el símil que había hecho la rubia y a ésta le pareció que jamás había oído nada tan celestial.

–Ya, nerviosa, claro –María la miró incrédula, pero Luisi ignoró tanto las palabras como la expresión facial de su hermana, cuando María se percató de ésto, continuó–. Bueno, esta que está aquí se va ya, que he quedado para comer con mi marido.

–Pues nada, hija, con Dios.

–Adiós, hermana –María respondió al tiempo que se alejaba.

–Pero bueno, ¡dichosos los ojos! Me alegra que de vez en cuando te acuerdes de tu antiguo barrio.

–¡Miguel! ¿Qué tal? –Luisi se levantó para saludar con los dos besos de rigor a su amigo.

–Pues bien, a buscar unos cafés para llevar a la redacción. ¿Y tú qué? Cuéntame, ¿cómo está la cocinera estrella de los Gómez?

–Uy, no digas eso muy alto que cómo te oiga mi padre...

–Si Marcelino me escuchara seguro que estaría de acuerdo conmigo.

–Pues igual tienes razón, sí.

–Ya te digo yo que la tengo –reiteró Miguel muy seguro–. Y bueno, ¿qué? ¿Cuándo quedamos para corrernos una buena juerga?

–Para juergas estoy yo, con lo ocupada que estoy estos días, que maldita la hora en la que me metí en la hostelería...

–Pues desde que tengas un hueco para la plebe, avísame –Miguel rio y Luisita levantó un dedo en señal de advertencia– y salimos todos, se lo dices también a María y a Ignacio. Y ahora voy a pedir esos cafés, que si no me matan.

–Vale, ya hablamos, ¿eh? –Luisita sonrió simpática y Miguel respondió con una sonrisa y guiñando el ojo en señal de estar de acuerdo. Luisi se quedó sentada unos minutos más dejando que los agradables rayos de sol bañasen su cara mientras se relajaba. Mañana sería un día duro. Suspiró profundamente antes de ponerse en pie, cogió el casco de la moto de la silla que tenía a su izquierda y entró en el bar a despedirse de su abuelo. Al subirse a la moto, mientras se ponía el casco, decidió que aún no se iría a su casa así que bajó la visera, puso la moto en marcha y puso rumbo al parque donde se encuentra el Templo de Debod, no sin antes parar por el camino para comprarse un kebab. Disfrutaría de un almuerzo al aire libre, en un lugar incomparable y disfrutando de su propia compañía. Fue en ese preciso momento cuando decidió que haría caso a Miguel, necesitaba salir de fiesta, olvidarse de preocupaciones y quizá conocer a alguien para pasar un buen rato. No era su estilo, pero el cuerpo le pedía algo diferente.

Cuando terminó de comer y tras relajarse un poco, decidió coger el teléfono y llamar a su hermana. –María, no hagas planes para pasado mañana, que nos vamos a ir de fiesta. Necesito desconectar –su hermana aceptó sin muchas preguntas, sabía cuando éstas sobraban. Una vez colgó, le envió un mensaje a Miguel haciéndole saber su decisión, a lo que este contestó encantado.

*****

El día del estreno llegó y Luisita agradeció haber tenido el día anterior libre, puesto que por la noche había dormido menos tiempo de lo que debería haber dormido, ya que no paró de darle vueltas a la cabeza. Al menos había pasado un día relajado cuando aún brillaba el sol.

Ella y el resto del personal destinado al evento habían cumplido con los tiempos establecidos según el planning que había elaborado ella misma con la aprobación del director del hotel. El cuál, en la opinión de Luisita, no tenía la misma experiencia que ella en estos temas, así que pensaba llevar a cabo sus planes, los aprobara el señor director o no.

Por su parte, Amelia llevaba días como un flan, aunque ante su equipo conseguía aparentar que no estaba nerviosa en absoluto. Pero para su amiga Ana no había secretos.

–Amelia, mujer, ni que fuera el primer estreno de tu vida... Entiendo que estés algo nerviosa, pero nunca te había visto así. ¿Ocurre algo más?

–Ana, sabes que este musical es muy importante para mí, no solo profesionalmente, sino en lo personal.

–A ver, ya sé que es la primera vez que incluyes una historia homosexual en uno de tus musicales, pero no pensé que eso fuese a ser motivo de que estuvieras así.

–Y no lo es. Es un cúmulo de cosas... El estreno, los invitados, la prensa, el catering...

–Ya, voy a fingir que te creo y que estás nerviosa por algo que no puedes controlar como que el catering pueda salir mal... ¿No decías que habías contratado a la mejor cocinera de Madrid? –Amelia asintió.

–Luisita Gómez.

–Venga Amelia, que nos conocemos.

–Vale, está bien. Es que... voy a hacerlo público –Explicó de manera escueta. Sin retirar su mirada de los ojos de Amelia, Ana esperó pacientemente a que ésta se explicara mejor–. En mi discurso de agradecimiento, al final de la representación, voy a hacer pública mi homosexualidad.

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora