–Amelia, cariño. Pasa –la invitó María.
–Ay, Amelia, por fin –la voz de Luisita sonaba algo áspera–. Ven aquí –rogó extendiendo su brazo izquierdo hacia la morena. Ésta se acercó y le agarró la mano.
–Bonita, ¿cómo estás? –preguntó casi susurrando y acariciando la mejilla izquierda de la rubia con el dorso de la mano que tenía libre.
–Pues mira que cara, de bonita nada... –Luisita intentó bromear, pero ni su hermana ni Amelia rieron.
–No digas tonterías, mi vida, que menudo susto nos has dado –la cara de Amelia aún reflejaba el susto al que aludía.
–Lo sé, lo siento.
–No lo sientas, pero no lo vuelvas a hacer –rogó.
–Dame un beso, anda –Luisita le dio un suave apretón en la mano que le tenía agarrada.
–¿Segura?
–Sí, que no me vas a romper, no te preocupes –aseguró.
–Os dejo intimidad, chicas. Estaré ahí fuera.
–Gracias, María –agradeció su hermana, mientras Amelia le transmitió su agradecimiento con la mirada.
Cuando María había cerrado la puerta tras salir, Amelia se volvió a mirar a Luisi, se sentó sobre la cama, a la izquierda de la rubia y mirando hacia ésta. Entonces, se agachó con cuidado de no hacerle daño y le dio un suave beso en los labios.
–Amelia, ¿qué voy a hacer ahora sin poder trabajar?
–¿En serio estás pensando en eso? Cariño, ahora tienes que centrarte en ponerte bien.
–¿Vas a estar a mi lado? –preguntó tímida.
–Siempre –la respuesta de Amelia sonó tan convincente como ésta la sentía.
–Pues te prometo que estaré bien.
*****
Cuando fue el momento de dejar el hospital, Manuela intentó convencer a su hija de que se volviera con ellos hasta que se recuperara, pero Luisita, con el apoyo de María, consiguió que su madre comprendiera que estaría más tranquila en su propia casa, sin sus hermanos pequeños "revoloteando". Eso sí, no tuvo más remedio que aceptar que necesitaría ayuda constantemente, por lo que, especialmente su madre, le dijo que se pasaría con frecuencia por su casa. Amelia, que había permanecido callada hasta el momento, quiso hacerles saber que también ella podía ayudar a la rubia, así Manolita podría seguir yendo a su trabajo con normalidad. Fue entonces cuando Manuela dijo que no podía consentir que Amelia, siendo solo una amiga, tuviera que cumplir con una obligación así.
–Mamá, papá... –Luisita llamó la atención de sus padres–. Aún no pensábamos contarlo, pero supongo que mi accidente ha precipitado las cosas... –hizo una pausa y miró a Amelia, ésta asintió.
–¿Qué pasa, hija? –Manolita las miró a ambas y a María. Ésta tenía una sonrisa sutil dibujada en su cara.
–Amelia y yo estamos juntas –Luisi miró sonriendo a la susodicha y ésta puso su mano sobre el hombro izquierdo de la rubia–. Es muy reciente, pero estamos seguras del paso que hemos dado.
–Manuela, Marcelino –esta vez fue Amelia quien quiso explicarse–. Vuestra hija me importa mucho y, de verdad, quiero ayudarla y no es para nada una obligación. Necesito estar a su lado –dijo poniendo su mano en la espalda de Luisita. Ésta la miró con los ojos llenos de emoción, no se podía creer la suerte que había tenido de encontrar a Amelia. Al ver la cara de su hija, los padres de Luisita no pusieron ninguna pega y aceptaron que, efectivamente, Amelia era quien más iba a poder estar disponible para ayudar a su hija.
*****
Ignacio paró el coche delante del portal de casa de Luisita. María y Amelia se bajaron rápidamente por si Luisita necesitaba ayuda y ambas subieron con ella mientras Ignacio fue a aparcar.
Una vez en casa de Luisita, ésta le pidió ayuda a María para ducharse, ya que le daba vergüenza pedirle ayuda a Amelia para algo así. Mientras tanto, Amelia echó un vistazo en la nevera de Luisita rezando por que tuviera algo de comida ya preparada y no verse obligada a cocinar. Afortunadamente encontró algo y se dispuso a calentarlo, mientras fue a abrirle la puerta a Ignacio, quien ya había aparcado.
Ya con Luisita duchada y vestida, las hermanas llegaron a la cocina discutiendo.
–Amelia, dile algo a esta niña porque a mí no me hace caso –Luisita puso los ojos en blanco y Amelia, que estaba de espaldas a ellas, se giró para comprobar por qué discutían y qué quería decir María, mientras ésta saludaba a su marido.
Al ver a Luisita, Amelia se escandalizó.
–¡Luisita! ¿Qué haces sin el collarín? ¿Estás loca?
–Amelia, no es para tanto, si lo fuera me habrían puesto un collarín rígido y no esto. - Dijo golpeando el collarín blando contra la encimera.
–¿Pero tú la estás oyendo? –dijo María indignada–. ¡Ahora resulta que sabe más que los médicos!
–¡María, no seas pesada! Que ya no me duele tanto. ¡Y es que además da un calor...!
–Cariño, ven aquí –rogó Amelia con voz suave extendiendo su brazo derecho hacia Luisita–. María, ¿podéis dejarnos a solas unos minutos, por favor? –la aludida asintió y ella e Ignacio se fueron al salón.
–Amelia, de verdad, el cuello no es el mayor de mis problemas... –dijo señalando hacia su brazo y clavícula derechos con la mano izquierda.
Amelia se acercó más a la rubia, colocó su mano sobre el brazo sano y la miró a los ojos. –Luisita, no se trata de si te duele más o menos... Que sé que te duele pero quieres hacerte la fuerte para no preocuparnos. Pero tienes que hacer caso a los médicos, además, me prometiste que te ibas a cuidar –advirtió. Luisita bajó la cabeza como avergonzada por su actitud infantil–. Cariño, mírame –Amelia levantó gentilmente la cara de su chica y ésta la miró–. No quiero perderte, que acabo de encontrarte, ¿vale? –le dijo acariciando levemente las heridas del lado derecho de la cara de la rubia, ésta cerro los ojos.
–Jo, Amelia, me dices esas cosas... –suspiró, abriendo los ojos–. Está bien, ayúdame a ponerme esto –Luisita le dio el collarín a Amelia para que se lo pusiera y le dio las gracias una vez lo había hecho.
Amelia volvió a ponerse frente a la rubia. –Gracias a ti –Y le dio un suave beso en los labios.
–¿Por qué?
–Por dejarte cuidar. - Esto ruborizó a Luisita, quien bajó la mirada a la vez que sonreía. Sabía que la morena no lo decía porque hubiera accedido a ponerse el collarín de nuevo, sino para asegurarse de que a partir de ahora se dejaría cuidar, ya que no podría negarse cuando Amelia le hablaba así. La actriz lo encontró adorable y dejó un beso sobre la nariz de la rubia.
Tras la conversación, fueron al salón y a María le entraron muchas ganas de "estrujar" a Luisi en un abrazo solo por haberse puesto el collarín otra vez, pero como no podía hacerlo ya que le haría daño y al estar tan agradecida con Amelia, fue a esta a quien se lo dio. Al principio le pilló por sorpresa, pero luego correspondió el abrazo, lo que hizo a Luisita muy feliz.
–Bueno, nosotros nos vamos ya –informó María–. Luisi, come y haz caso de lo que diga Amelia, haz el favor –advirtió a su hermana levantando el índice de la mano derecha. Ésta puso los ojos en blanco, pero después asintió. María se despidió con dos besos a cada una e Ignacio hizo lo mismo.
–Cuídate, cuñada. Te iré informando sobre los acuerdos con las aseguradoras –Luisi asintió agradecida.
Tras irse, Amelia y Luisita volvieron a la cocina, y la actriz, tras insistir en que no era molestia, preparó la mesa para dos y sirvió la comida que había calentado. La rubia se empecinó en comer sin ayuda y así lo hizo, aunque con dificultad y usando su mano izquierda. Pero Amelia decidió no discutir.
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Sempiterno
Fanfic"Que durará siempre; que, habiendo tenido principio, no tendrá fin." O la historia de cómo una cocinera y una actriz se conocieron y enamoraron. Ambientada en la actualidad.