7. ¿Preparada?

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–¿A dónde vas con tanta prisa, hija? ¿No decías que hoy tenías el día libre? –preguntó Manuela cuando su hija se despidió de la familia y se disponía a coger su chaqueta y el casco de su moto.

–Si mamá, pero es que he quedado, lo siento. Pensé que te lo había dicho.

–Pues no, hija, no nos habías dicho nada –Marcelino respondió un poco decepcionado, le gustaba tener a sus hijas en su casa–. ¿Y se puede saber con quién has quedado?

–Con una amiga –respondió Luisita escuetamente.

–No se llamará Amelia esa amiga, ¿no?

–¡María! –la aludida fingió que no creía haber dicho nada excepcional. Pero Luisi le lanzó una mirada asesina.

–¿Quién es esa Amelia? Que me entere yo –intervino Marce.

–Amelia Ledesma –admitió Luisita, como si eso fuera información suficiente.

–¿La actriz de la que hablabais el otro día? –preguntó Manuela.

–Sí, mamá, esa Amelia –respondió Luisi con tono cansado–. Y ahora me voy que llego tarde.

Luisita salió de la casa de sus padres antes de que su familia pudiera seguir la conversación. Los quería mucho, pero no le apetecía nada hablar del tema, especialmente porque no quería llegar tarde otra vez. No quería que Amelia pensara que la impuntualidad estaba entre sus defectos.

*****

Cuando Amelia se estaba acercando a dónde habían quedado, vio que Luisita la esperaba apoyada en la moto con dos cascos en la mano. La actriz se fijó que la rubia llevaba unos pantalones ceñidos de color granate, unas botas militares, una camisa de cuadros blancos y negros y una chaqueta vaquera de color negro. Estaba increíble. Cuando llegó a su altura se dio cuenta de que tenía los labios pintados del color de los pantalones y, de repente, le entraron muchas ganas de probarlos, pero inmediatamente guardó ese pensamiento en un lugar recóndito de su mente.

Por su parte, Amelia llevaba unos vaqueros con unas botas hasta la rodilla, una blusa con un estampado de flores, una chaqueta de cuero y un pañuelo a modo de diadema, para que su melena rizada no se le viniera a la cara.

–Buenas tardes, señorita –saludó la cocinera de manera alegre sintiéndose con más confianza que de costumbre–. Estás muy guapa, Amelia –esto sacó a la morena de su estupor.

–Gracias. Y buenas tardes a ti, motera –a la propia Amelia le chirrió que no se le hubiera ocurrido nada mejor que decir, pero decidió no añadir nada más por si acaso lo empeoraba.

–¿Preparada? –preguntó Luisita extendiendo su brazo y ofreciendo un casco a Amelia. Ésta lo aceptó sonriente.

–Contigo siempre –le espetó a la rubia y vio como esta se mordía el labio inferior al tiempo que sonreía. Amelia sonrió también, parecía que su talento para flirtear no se le había perdido del todo.

Luisita se subió a su moto dejando ambas piernas aún apoyadas en el suelo, colgó su casco del manillar e indicó a Amelia que se subiera tras ella, ésta titubeó y la rubia le extendió su mano izquierda.

–Dame tu casco y luego tu mano –ésta le pasó el casco y cuando Luisita lo apoyó en la moto entre sus piernas y antes de ofrecer su mano de nuevo a Amelia, le indicó donde debía pisar con el pie izquierdo, luego volvió a extender la mano y Amelia puso su mano izquierda sobre la de la rubia–. Bien, ahora pon tu otra mano sobre mi hombro derecho y pasa la pierna.

–Voy, ¿eh? –avisó y subió la pierna mientras se ayudaba de la mano que tenía apoyada en el hombro de Luisita. Cuando se colocó ambas rieron suavemente.

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