20. Tres meses, ya lo sé.

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Habían pasado poco más de tres meses desde el accidente, por lo que la última revisión médica que había tenido Luisita la hizo volver a casa con una sonrisa, con solo una férula en el brazo y sin el inmovilizador del hombro, éste último desde hacía dos semanas. Ya había comenzado la rehabilitación para la clavícula y pronto empezaría la del brazo. Se sentía optimista, aunque la recuperación le estaba pareciendo eterna, especialmente porque había pasado de sentirse culpable por no poder intimar con Amelia a sentirse impaciente porque no veía la hora de que tuvieran la oportunidad.

–María, es que voy a explotar, te lo juro –las hermanas estaban sentadas en el exterior de El Asturiano.

–¿De felicidad? Espero que te refieras a que vas a explotar de felicidad, Luisa... –advirtió María reflejando algo de aversión en su cara.

–Eso también, porque me estoy recuperando adecuadamente –sonrió–. Pero me refiero a lo que estábamos hablando... Llevo con Amelia más de tres meses y ya no puedo aguantar más, me va a dar algo.

–Ay, Luisa, ya –suplicó María. Luisita rio ante la cara de su hermana.

–No, María, es que... ¿por qué me habré empecinado en querer esperar a estar al 100%? Dios, ¿por qué Amelia está de acuerdo en esperar?

–¡Virgen santísima, qué cruz! –dijo María al aire–. Yo también me pregunto por qué... ¿por qué tendré una hermana con tan poca paciencia y a la que le gusta tanto compartir información innecesaria conmigo?

–¡Poca paciencia dice! María, que llevo así t...

–Tres meses, ya lo sé. Te he oído todas la veces que lo has dicho –replicó María interrumpiéndola.

–¿Tres meses de qué? –preguntó Amelia dejando los cafés que traía desde el interior del bar. Cuando llegaron, obligó a las hermanas a sentarse y se ofreció a ir dentro a hacer el pedido de lo que tomarían, por lo que así podía pagar sin que las hermanas le discutieran.

–Nada –respondió Luisita ruborizándose al tiempo que Amelia se sentaba y miraba hacia las dos hermanas.

–Ya... hablabais de mí, ¿a qué sí? –intentó Amelia.

–¿Más o menos? –respondió Luisita sin saber cómo salir del aprieto.

–Sí, Amelia, sí. –respondió con sinceridad María, ignorando la mirada asesina de su hermana–. Aquí mi hermana, que lleva tres meses frustrada –miró a su alrededor y bajó la voz–, sexualmente hablando, tú ya me entiendes.

–¡María, no te puedo creer! –gritó Luisita, Amelia rio.

–Tranquila mi amor, si yo estoy igual –respondió Amelia tranquilamente dejando su mano sobre la de la rubia.

–Ay, Amelia, lo siento mucho.

–No tienes nada que sentir, tonta –le acarició la mejilla–. No es culpa tuya, las dos decidimos esperar a que te recuperaras.

–Sí, por culpa de mi accidente...

–Del cual tú no eres culpable, así que déjalo ya –suplicó Amelia dándole un beso en la frente, después en la nariz y después en los labios.

María empezó a mirarse a sí misma frenéticamente, levantando los brazos para mirarlos. Esto hizo que Luisita y Amelia la miraran.

–María, ¿qué haces? –Luisita frunció el ceño.

–Uy, ¿podéis verme? Pensé que me había hecho invisible otra vez –Amelia rio y Luisita le tiró su servilleta hecha una bola.

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