CAPÍTULO XVII

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Finalmente Diego ('mi hermano') le rompió la cara compañerito. Tarde o temprano iba a pasar, era cuestión de tiempo. La maestra nos convocó a una reunión con la psicóloga y como mi madre se encontraba, digamos, "indispuesta" (o sea bastante loca) tuve que ir yo en su lugar. Diego se comportó durante todo el encuentro como un verdadero angelito. Es increíble que un nene con esa cara de bueno se convierta, de repente, en un peligro para todo el que pase por delante. La psicóloga después quiso hablar con él a solas, supongo que charlaron de la muerte de mi padre, hicieron dibujitos y esas cosas que se hacen con los psicólogos (aunque en verdad no tengo mucha idea porque nunca fui a uno). Después habló conmigo, me explicó que la violencia era, a veces, una reacción normal ante situaciones difíciles de comprender para un niño, como la muerte. Lo bueno fue que en otra situación lo hubieran echado del colegio, pero dados los problema que atraviesa mi familia, Diego fue perdonado (estoy dándome cuenta de que un padre muerte es socialmente una especie de "licencia para matar", como la que tiene James Bond en las películas). Al terminar la reunión lo lleve a tomar un helado, no sé por qué me pareció que era lo correcto. Creo, ahora que lo pienso, que mi padre nos llevaba a tomar un helado cada ve que mi madre estuvo enferma y lo que más recuerdo del asunto fue el descubrimiento de una nueva heladería a la que nunca antes habíamos ido.

Caminamos un poco, hablando de cualquier pavada: del colegio, de una serie de dibujitos japoneses que lo obsesiona, del extraño comportamiento que tienen a veces las chicas, del color de los colectivos y cosas por el estilo. No sé por qué me pareció lógico, después del helado, tener ese tipo de conversaciones, sobre todo y sobre nada. Supongo que sirven para relajarse, al menos a mí me relajaron y lo disfruté porque nunca habíamos hablado tanto con Diego. He descubierto que tiene un sentido del humor bastante parecido al mío y muchos gustos en común.

Al pasar por un parque nos cruzamos con un grupo de personas que estaba practicando lo que parecía algún tipo de arte marcial, porque tiraban patadas al aire y daban vueltas por el piso. Yo hubiera seguido de largo pero Diego quedó fascinado con la demostración y no pudimos movernos hasta que término. Miraba las acrobacias que realizaban embobado y cuando terminaban de hacer algo aplaudía serio y concentrado. Como le gustaba tanto, me acerqué al profesor y le pregunté qué era lo que estaban haciendo. Kung Fu. Comenzó a explicarme "los principios de este antiguo arte marcial", pero tuve que interrumpirlo para aclararle que a mí no me importaba en lo más mínimo (el deporte no es lo mío, con un poco de fútbol ocasional me alcanza) u que era mi hermanito el interesado. Nos contó entonces que, cuanto antes se comienza a practicar, mejor y que Diego estaba en la edad ideal. Me pareció correcto anotarlo para que empezara a ir dos veces por semana ( yo mismo voy a pagar la cuota, gustos que puedo darme ahora que trabajo). Diego parece muy contento con la cuestión. Al menos se la pasó todo el camino a casa tirando patadas al aire y detallándome cómo iba a llegar a campeón mundial. Fue un buen día.

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