CAPÍTULO XXXI

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En los siguientes dos días mi madre no salió de su cuarto. Yo me dediqué a arreglar los desastres del día anterior. Con el almacenero fue fácil: bastó con pagarle todo lo que se jabí roto. Al chico tuve que buscarlo un poco, por fin averigüe donde vivía y hablé con él. Le explique lo que estaba pasando en mi familia, lo de mi viejo, la presión que tenía mi madre. Por suerte es un chico inteligente y me entendió. Cuando me pareció que había pasado un tiempo prudencial, entré en el cuarto de mi madre para hablar. Estaba acostada. 

-¿Mamá? ¿Estás despierta?
-Sí.
-¿Estás bien?
-Estoy tan avergonzada... no lo puedo creer... nunca hice algo así
-No importa... no pienses en eso...
-Es que los vecinos...
-Ya hablé con todos y supieron entender.
-¿Y vos?
-¿Y yo qué?
-Los vecinos no me importan, Damián. Con la que más avergonzada estoy es con vos...
-No digas pavadas...
-Es la verdad. Tendría que ayudarte a vos y a tu hermano, y en vez de hacerlo me comporto como una loca...
-No...
-Sí, me comporté como una loca, no lo niegues.
-La verdad, sí.¿Y qué? Yo también me mandé mis locuras últimamente.
-Cierto. Tu traje de hombre araña.
-Pantera Rosa.
-Sí. ¿Lo seguís usando?
-No hablemos de eso. Lo que quiero sabes es cómo estás vos.
-He estado mejor.
-Quiero que salgas adelante.
-Yo también.
-Repito: quiero que salgas adelante. Te lo ordeño como hijo.
-Ya sé Damián... pero entenderme... yo estoy con tu padre desde los diecisiete años.
-Y yo desde que nací. ¿Lo vas a intentar?
-Sí.
-¿Vas a salir de la cama?
-¿Ahora?
-En algún momento al menos.
-Bueno, pero ahora quisiera dormir un poco.
-Estás bien, te dejo que descanses.
-Damián...
-¿Qué?
-Te quiero
-Yo también mamá.

En la Línea RectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora