CAPÍTULO V

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Dice que no había llorado en esos días, pero creo que no es cierto . Al menos recuerdo una vez. Me encontraba caminando por el centro, serían alrededor de las nueve de la noche. Había ido comprar un pantalón. En general odio comprar ropa (excepto zapatillas ) porque nunca sé qué elegir y casi siempre me equivoco. Supongo que no me llevo bien con la moda, soy de esas personas que estarían felices si todo el mundo fuera obligado a usar overol, o si por lo menos solo exitiensen tres o cuatro opciones para cada prenda y no hubiera que elegir tanto. Sé que para otros la moda es una forma de expresarse; para mí es un dolor de estómago. En esa oportunidad me había decidido al fin por un jean que estaba de oferta ( sólo al llegar a mi casa descubriría que no tenía bolsillos por lo que casi nunca lo uso). Salía de local cuando me crucé con uno de los grandes amigos de mi papá, Ernesto. Ernesto y mi viejo habían sido compañeros en la facultad y si bien se veían una vez cada tanto , se querían mucho y se consideran grandes amigos . Dos o tres veces al año solían juntarse y quedarse largas horas charlando y riendo. Sólo un cruce de miradas con Ernesto me hizo saber que aún no sabía nada de lo que había pasado. La sonrisa amplia y contenta, el brillo de su mirada al cruzarse con la mía, no podían indicar otra cosa. Eso quería decir que yo iba a tener que darle la noticia, lo que me pareció una carga demasiado pesada, una tarea imposible realizar, hasta sentí vértigo y un fuerte temblor de piernas. Bajé la vista y seguí caminando como si no lo hubiese visto. Pero Ernesto comenzó a llamarme.

- Damián!

Caminé más rápido mientras Ernesto me seguía y gritaba con más fuerza.

- Damián......!

Entonces comencé a correr .A correr como si no me persigue la policía o un asaltante o la mismísima muerte. Y empuje gente en el camino, desesperado creo que tiré a una señora al piso, un camión casi me atropella al cruzar una calle, una moto en otra y un colectivo un poco después. Corrí tanto que ya no estaba en el centro si no en un barrio que no conocía, y seguía corriendo como si Ernesto tuviera justo detrás de mí. En una plaza oscura sentí un calambre en la pierna pero igual continué corriendo. Caí sobre unas baldosas rotas con mis piernas ya no respondieron. Y mientras mi pecho subía y bajaba y mis músculos se retorcían por el esfuerzo, noté que tenía la cara mojada. Aún no sé si eran lágrimas o sudor.

En la Línea RectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora