25. Malos pensamientos.

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Victoria

Camino a través del área de ejercicio con toda la preponderancia que me permite el ser la propietaria de la mitad de este lugar. Llego hasta la puerta de la sala de aerobics que se encuentra abierta y me detengo en el vano para observar por un minuto al grupo de chicas que bailan dentro del salón. Todas ellas se mueven al ritmo acelerado mientras que son guiadas por la flacucha esa que es su instructora y debo admitir que varias están bastante bien y ameritan un poco de mi atención. Quién sabe, tal vez con un par de insinuaciones y sin mucho esfuerzo, logre que alguna de ellas termine en mi cama.

— Disculpe, señorita Del Valle. —escucho una voz masculina a mis espaldas.

— ¿Qué demonios quieres? —pregunto sin tomarme la molestia en voltear a ver de quién se trata.

— Hay un desperfecto con una de las caminadoras.

— Pues resuélvanlo. —ordeno con tono moderado.

— Disculpe, pero es que...

— ¿Qué? —espeto, finalmente girándome con violencia.

— Es que hay que llamar al técnico encargado. —dice quien no es más que uno de los tontos instructores y ahora parece algo intimidado.

Solo resoplo con evidente fastidio. Cuan imbécil e inútil debe ser alguien para no tener la capacidad de hacer su maldito trabajo. Cómo si yo estuviera para ocuparme de estas estupideces. Se supone que soy la dueña y estoy aquí para dar órdenes, no para hacer el trabajo de los inútiles empleados.

— ¿Cuál es maldito problema con la caminadora? —pregunto sin ningún tacto.

— No lo sabemos, pero se averió. No enciende.

— ¿Y ustedes no pueden resolverlo, verdad? —vocalizo con irritación y mordacidad.

El tipejo solo niega con la cabeza, manteniendo la boca cerrada y la expresión amedrentada que le he provocado.

— ¿Entonces para qué se les paga?

— Lo siento, señorita Del Valle, pero nosotros no nos encargamos de eso. —responde el sujeto, aunque pareciera como si estuviera a punto de salir huyendo— Es el técnico quién debe revisarla.

— ¡Pues ve por el maldito técnico! —ordeno exasperada.

— Es que... no sé dónde está. —responde, rascándose la cabeza como si eso fuera a resolver el problema— Pensé que tal vez usted...

— ¿¡Es que ustedes no sirven para nada!? —exclamo con voz fuerte, sin dejarlo terminar de hablar, y entonces él baja la mirada al piso, dejando expuesta la gran cobardía que posee— Son unos inútiles. —mascullo sin miramientos y emprendo camino hacia el otro extremo del lugar a pasos acelerados.

Con presteza llego al inicio de las escaleras y subo todos los peldaños con gran celeridad. Al pisar la segunda planta, me acerco hasta la puerta del pequeño despacho de Marcela y abro con decisión, sin tomarme la molestia en avisar antes de abrir.

— Tenemos un problema. —comunico nada más poner un pie dentro de la oficina, sin darle tiempo a Marcela a proferir algún comentario reprensivo debido a mi intromisión repentina a su oficina.

— ¿Cuál es el problema? —pregunta ella, mirándome atentamente desde su silla ejecutiva e inmediatamente detecto el disgusto que muestra en su semblante.

Aunque a decir verdad no sé si su disgusto se debe a que he entrado a la oficina sin previo aviso, pues soy consciente de lo mucho que le enfada que haga eso, o si ese enfado se debe a una razón superior.

Compañeras de Departamento   [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora