28. Chicas rudas

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Victoria

Después de que Camila consiguiera la llave de la caminadora, decidí pasar por un buen restaurant y hacer un pedido para llevar. No sé en qué momento la escasa conversación entre nosotras llegó al punto en que, casualmente, la Barman mencionó a Marcela y fue ahí donde decidí ser una buena prima, así que pedí algo vegetariano para ella. Y para completar la buena obra del día, también le dije a la Barman que ordenara algo, que todo correría por mi cuenta. No sé en qué demonios estaba pensando o de donde provino la idea de hacerme cargo de llevarle el almuerzo a Marcela y pagar el de la Barman, pero media hora después ya estamos de vuelta en el gimnasio.

Por supuesto que es la Barman quien se ocupa de llevar las bolsas del restaurant mientras que yo me preocupo únicamente por caminar delante de ella irradiando la exorbitante belleza que poseo. Conforme más avanzamos el ambiente se vuelve más agradable debido al sistema de climatización y al llegar junto a las escaleras, simplemente me detengo volviéndome hacia la Barman.

— Espero no desilusionarte, pero toma tu almuerzo porque aquí nos separamos.

— Claro, tampoco esperaba que comiéramos juntas. —responde sin inmutarse y empieza a sacar de la bolsa el recipiente desechable que contiene su almuerzo.

— Aunque lo hubieras esperado, yo no almuerzo con cualquiera. —expreso con sarcasmo y sin decir una sola palabra más, tomo la bolsa que porta los comestibles y empiezo a subir las escaleras, dejando atrás a la Barman.

Al llegar frente a la puerta del despacho de Marcela abro sin anunciarme e ingreso al interior de la pequeña oficina. No entiendo cómo es que Marcela no se asfixia al estar todo el día encerrada aquí. Estoy empezando a creer que es una ermitaña.

— Nunca aprenderás a tocar, ¿verdad? —dice Marcela antes de que yo termine de cerrar la puerta.

— Eso depende de que lo que tenga que tocar. —menciono, girándome hacia ella— Si se trata de una mujer, soy una experta con las manos. —presumo, caminando hacia el escritorio y sonriendo ligeramente— Te traje el almuerzo. —digo elevando la bolsa.

Marcela arquea una ceja por la inesperada información que acabo de darle y me observa con un ligero gesto de extrañeza. Parece que mi fama de persona desconsiderada me precede.

— ¿Qué? —cuestiono.

— Nada. —niega— Gracias. Es muy amable de tu parte.

— No me agradezcas a mí, agradécele a la Barman. —menciono audazmente al tener una idea brillante y coloco la bolsa de papel sobre la superficie del escritorio— Ella fue quien tuvo la excelente idea de traerte el almuerzo. —le miento, esperando obtener un buen resultado de esto.

— ¿Barman? —pregunta Marcela claramente confusa.

— Ah, sí. —respondo al recordar que Marcela no sabe por qué llamo así a Camila— Camila. —aclaro— Nos conocimos la otra noche en un bar nocturno. —explico sin tener otra opción, pero también sin dar demasiados detalles.

— No sé por qué no me sorprende. —murmura Marcela pareciendo molesta sin motivo alguno.

— Ella era quien atendía la barra y debo decir que parecía bastante hábil en su trabajo. —hablo sin premeditación y sin saber por qué estoy elogiando a la Barman.

— ¿Compraron la llave para la caminadora? —cambia de tema Marcela, afortunadamente sin dar su opinión respecto al comentario positivo que acabo de hacer con respecto a la Barman.

— Por supuesto. —respondo e instantáneamente se me ocurre algo más— Por cierto, la Barman dijo que debemos ir a la bodega para corroborar que la caminadora funciona correctamente. Ya sabes, para darle el visto bueno. —sigo mintiendo esbozando con facilidad una media sonrisa— ¿Vamos de una vez o prefieres comer antes?

Compañeras de Departamento   [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora