Capítulo 3

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Nota: En los libros el asalto a Gringgots sucede en mayo días antes de la guerra, aquí ocurre en noviembre porque me viene mejor jaja. Un millón de gracias a todos los que estáis siguiendo y comentando la historia, me hacéis inmensamente feliz.

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Cuando Nellie despertó no supo cuántas horas habían transcurrido en aquella inquietante penumbra. Le costó bastante recordar dónde estaba y lo que había sucedido. Parecía que todo era real: un sueño dentro de un sueño sería demasiado extraño... No sentía ya dolor físico, pero seguía teniendo el corazón destrozado. Por primera vez en años Sweeney Todd no había protagonizado sus viajes oníricos; de hecho no había habido viaje, solo vacío. Y casi lo agradecía, empezaba a cansarse de fantasear con una felicidad que nunca se hacía realidad.

Reflexionó mucho sobre el único hombre al que había amado y que ahora yacía muerto. Lloró por él, lloró durante horas. Hubo lágrimas de rabia al darse cuenta de lo mal que la había tratado siempre, de tristeza por haberlo perdido y de dolor por lo que hubiera podido ser y ya nunca sería. Dedicó también horas a hacer las paces consigo misma, a perdonarse por las cosas que había hecho en nombre del amor. Y luego tuvo que decidir si quería seguir. Desde luego sus circunstancias no habían mejorado... Pero era una mujer optimista y nunca había dejado de luchar. Ahora era por fin libre (en sentido figurado, evidentemente), ya no la perseguía el recuerdo del barbero de Fleet Street. Quizá aún estaba a tiempo de encontrar algo mejor, tal vez a alguien capaz de corresponder sus afectos... Pero primero tenía que escapar de ese lugar. O más bien rezar para que cuando les hubiese dado la información que necesitaran la dejaran en libertad, ¿qué podía hacer ella contra gente mágica?

Eso la llevó a pensar en Madame Lestrange. Era mala persona, había asesinado a Sweeney y la había secuestrado. Al principio creyó que había descubierto el negocio de ambos y buscaba venganza o algo similar. Pero ese asunto ni lo mencionó, no parecía saberlo y Nellie pretendía que siguiera así. Por lo visto la había secuestrado para obtener información. Aunque ¿cómo podía saber ella que conocía tantos detalles del Ministro? Sería algún tipo de magia... Aún así no entendía su actitud. La había insultado y amenazado, pero también le había curado todas las heridas. Nellie sabía que aunque fuesen graves, no eran mortales y con el tiempo se hubieran cerrado solas. Y le había mentido a su venerado Señor Serpiente al decirle que la había torturado... Eso tampoco le cuadraba. Cierto que la había encerrado en ese sótano horrible, pero le había dado mantas mientras que los otros dos cautivos no tenían. No llegó a conclusión alguna.

Apenas se movió de su improvisada cama: en cuanto se separaba de sus mantas el frío le arrebataba el control de su cuerpo. Además, tenía tantísimas horas de sueño retrasadas... Durante toda su vida no había hecho más que trabajar para intentar salir adelante. Y en los últimos años que además había tenido que atender a Mr. Todd aún había sido más duro. Intentó comunicarse con sus dos compañeros. Se presentó y el duende solo le espetó:

-Déjame en paz, miserable muggle.

Ella acató la orden. El fabricante de varitas también fue tajante:

-Mi nombre es Ollivander, un placer conocerla, Mrs. Lovett. Agradecería mucho que de ahora en adelante no se acercase más a mí.

Debía ser el veterano del lugar y el carácter se le había ido agriando con los malos tratos. La relación no mejoró cuando llegó la hora de la comida. El elfo le dejó una bandeja con puré de calabaza, dos muslos de pavo, una manzana y un vaso de agua. A los otros dos les dio el vaso de agua y un bol con una sustancia inmunda que ella hubiese tenido reparos de llevarse a la boca. Emulando la actitud de sus compañeros, se refugió en su rincón y disfrutó de su comida. Pese a ser un menú sencillo estaba bueno y su estómago lo agradeció. La sensación de que sus condiciones eran mejores aumentó cuando en la cena recibió platos similares y al día siguiente también el desayuno. Sin embargo, a Ollivander y al duende solo les correspondía una comida -o lo que fuese aquello- al día. La muggle se encogió de hombros mientras devoraba la tostada con mermelada. Si esa era la voluntad de sus secuestradores, ¿quién era ella para contradecirlos?

Juntas en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora