Capítulo 31

1.2K 115 368
                                    

Pasaban los días y Nellie seguía sintiéndose profundamente triste y preocupada. Le encantaba su trabajo y procuraba hacerlo lo mejor posible. Se llevaba muy bien con Macnair y de vez en cuando salía con los Lestrange y Dolohov. Pero quería a Bellatrix, nada más, y hacía meses que no era suya. Incluso el poco rato que pasaban juntas al cenar, acostarse y desayunar, sentía que no estaba con ella. La cabeza de la mortífaga siempre se hallaba maquinando, solucionando problemas y procurando anticipar reacciones adversas. El resto estaban igual. Rodolphus y Dolohov habían fijado la fecha de su boda a finales de verano para que les diera tiempo a organizarla sin descuidar su trabajo.

Esa mañana Nellie bajó a las celdas del ministerio para hacerle un favor a Macnair. Tras sus años en Azkaban el mortífago no quería volver a ver un solo barrote, pero necesitaban el testimonio de un mago experto en catástrofes mágicas que tenían en custodia. A la muggle no le importaba visitar esa especie de cárcel: aunque se hallaba en el sótano, protegida tanto por magos como por conjuros, era un lugar completamente soportable. Nada que ver con Azkaban, reservada únicamente a hijos de muggles y mestizos. Se trataba de una solución provisional hasta que enviaban a cada preso a su destino final: en el mejor caso era arresto domiciliario y en el peor se desplegaba un amplio abanico de opciones creativas e inquietantes. La mayoría de detenidos ya habían sido trasladados y apenas quedaban media docena de ocupantes en las diferentes celdas. Todos eran de sangre pura que podían resultar de utilidad y por eso su suerte aún no se había decidido.

-Este -indicó la muggle.

Al momento, el guardia que la acompañaba liberó a un tembloroso mago y lo escoltó hacia la salida. El hombre se ocupaba del traslado al Departamento deseado porque el protocolo así lo indicaba, no porque la castaña requiriera ayuda. A diferencia de Hogwarts que contaba con hechizos limitadores, en todo el Ministerio se podían usar armas de fuego. Nellie siempre llevaba su pistola con balas hechizadas para resultar casi infalibles (Bellatrix había dedicado mucho tiempo a mejorar sus ya de por sí mortíferas armas). No obstante, no las había necesitado. Con su cargo, su actitud y la confianza que la Ministra tenía en ella nadie le rechistaba. Se rezagó un poco curioseando a los pobres desdichados que dormitaban en sus cubículos. Aquel lugar no le inquietaba lo más mínimo, era un campo de amapolas comparado con lo que fue su pastelería durante los últimos años. Estaba a punto de marcharse cuando escuchó un susurro en una oscura celda a sus espaldas.

-¿Eleanor? -preguntó una voz rasposa por la falta de uso.

La muggle se acercó sorprendida. Resultó que no todo el mundo ahí era de sangre pura. Lo meditó durante unos segundos bastante indecisa. Finalmente, le pidió al guardia que abriera esa puerta también. Una vez completado el protocolo de seguridad, abandonaron el sótano y subieron a la última planta donde estaba el despacho de la Ministra. Nellie le dio las gracias al mago de seguridad y este se retiró. Se frotó la cara nerviosa sin saber sin aquello terminaría mal para ella. Pero aún así se arriesgó y llamó.

Bellatrix tenía tantos documentos esparcidos que apenas recordaba el tono de la madera de la mesa. Aún así, tenía un sistema y no perdía los nervios; podía con todo, cada cosa estaba en su lugar y lograba abarcarlo sin problemas.

-Vale, cálmate, respira y sigue -se ordenó mentalmente tras un descanso de dos minutos para no volverse loca.

Estaba comenzado a redactar un borrador de ley en materia de cooperación internacional cuando alguien llamó a su puerta. Sonrió al ver que entraba Nellie pero borró el gesto cuando vio que no estaba sola. Medio escondida tras su novia se hallaba una chica con el pelo desgreñado, bastante delgada y con aspecto débil tras meses de desidia. No obstante, no era un cascaron vacío como quien salía de Azkaban. En sus ojos seguía habiendo vida; más que vida era temor y angustia, pero eso era bueno, todo era mejor que dejar de sentir. Le sonó de algo pero le costó recordar de qué.

Juntas en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora