Capítulo 35

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Nellie observó cómo una bruja rubia espectacular besaba a la persona que más había querido nunca. No intervino, ni intentó detenerlas ni pronunció palabra alguna. No era capaz. Sentía como si todos sus miembros hubiesen quintuplicado su peso, no podía moverse. Tenía la boca completamente seca, como si la hubiesen obligado a tragar arena. Ni siquiera notaba el dolor interno, la hecatombe de su alma. Bellatrix era todo su mundo, lo había dejado todo por ella, sin ella nada tenía sentido. Ni aunque quisiera sería capaz de perdonarla, no porque le faltara amor; sino porque le acababa de demostrar que no era la única para ella, que nunca podría entregarse por completo a una muggle.

En el estado disperso y casi etéreo en el que se hallaba la consciencia de Bellatrix, estaba disfrutando. Le gustaba que la besaran y la acariciaran, era agradable. La hacía sentir que alguien se preocupaba por ella, que no solo la querían por su poder y su apellido. Hasta que su sistema nervioso empezó a procesar la información. Esa persona no olía a violetas, sus labios no sabían tan bien como de costumbre e incluso la forma de tocarla era más brusca y descoordinada de lo habitual. Abrió los ojos e intentó disipar la bruma. Sabía que con tanto alcohol en sangre, era peligroso usar magia: las posibilidades de que saliera mal eran altas. No hubiese logrado lanzar con éxito ni un alohomora. Aún así, acarició su varita.

Lo que la sacó finalmente de su aturdimiento fueron los gritos. Una tormenta de alaridos y espasmos que en su estado le costó identificar. Hasta que vio a Camilla a sus pies retorciéndose de forma antinatural. No entendía qué sucedía, de dónde venía el ataque. Vio a Nellie mirándola con los ojos muy abiertos. Se olvidó de la sueca y sonrió alegremente.

-¡Nell! ¡Te estaba buscando! ¿Tú sabes si en el infierno ese...?

Se interrumpió porque la expresión de dolor y espanto de la muggle la devolvió a la realidad. Le estaba costando mucho centrarse. Pero lo logró. Bajó la vista a su mano y vio la varita de sauco y la luz roja que emergía de ella. Su hechizo favorito era una extensión de ella misma, le salía con la misma facilidad con la que respiraba.

-¡Oh! -exclamó sorprendida- La estoy torturando yo. ¡Entonces genial!

Sin embargo su alegría se interrumpió cuando logró focalizar finalmente su brumosa mirada y detectó que su novia estaba llorando. Procesó finalmente lo que había pasado. Y de inmediato empezó a disculparse con auténtico miedo:

-¡Lo siento, Nell! De verdad que lo siento, no era consciente. Esta maldita desgraciada me ha besado y yo... creía que eras tú... Perdóname, por favor, perdóname, no podría... Yo solo te quiero a ti. Yo... yo...

No estaba claro si ella también estaba llorando. El terror que sentía ante la idea de perder a su novia era absolutamente real. La castaña la miraba sin saber qué decir. Con voz abatida y expresión de absoluto dolor, la mortífaga añadió:

-Entiendo que no puedas perdonarme... Te he hecho daño, no merezco estar contigo. Es culpa mía, he bebido mucho porque odio estas fiestas y... No debería haber bebido, es culpa mía.

Eso sacó definitivamente a Nellie de su parálisis.

-¡Por supuesto que no es culpa tuya! Tienes todo el derecho del mundo a beber hasta perder la conciencia, no haces daño a nadie. El que actúa mal es el que se aprovecha de ti en esas circunstancias -terminó con rabia.

Bellatrix sonrió tímidamente al reavivarse en ella la esperanza de que la perdonara. Se miraron a los ojos. La muggle comprendió que la mortífaga se sentía profundamente asqueada, no deseaba besar a nadie más. Ni tampoco podría continuar sin ella. Ambas sentían el mismo amor enfermizo y dependiente, no conocían otra forma de amar y tampoco les interesaba.

Juntas en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora