Capítulo 20

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Vigilo sigilosamente desde la sombra que da un árbol.

Quiero correr y evitar que Abaddon sea echado por el abismo, sin embargo no puedo hacer nada.

Mi padre lo ha echado.

Y si yo lograse de alguna forma mantenerlo aquí... ¿qué sería de él?

Tendría que vivir oculto para que nadie le viese.

No sería una vida.

No sería mas vida de la que le espera cuando llegue abajo.

Aún no sé qué hizo para ganarse la caída. Tal vez sea algo tan malo que se merece esto en verdad.

O tal vez sea algo absurdo.

Ya lo investigaré después.

Mi corazón se contrae cuando veo el cuerpo de Abaddon caer de los brazos de Uriel.

Trago saliva con mucha dificultad y me limito a observar a Uriel. Aún no se mueve, al parecer está mirando la caída de Abaddon.

Aprovecho el momento de distracción y salgo de mi escondite.

Derribo a Uriel sin que lo prevea, y lo mantengo en el suelo inmóvil.

—Disfrutas esto, ¿no? — pregunto sin soltarlo —. Disfrutas ver cómo ángeles reales son echados al lugar al que tú perteneces.

—¿Qué haces, Luzbel? — pregunta con voz forzada a causa de mi agarre.

—¿Qué parece que hago?

—Suéltame ahora — ordena.

—No, no voy a soltarte.

Uriel me empuja e intenta librarse de mí, sin embargo mi peso no se lo permite y apenas me mueve un poco.

—¡Suéltame!

—¿Quieres que te suelte? — pregunto mirándole a los ojos.

—Hazlo.

Nos levanto del suelo con violencia, sin embargo aún lo tengo en las manos.

Camino unos cuantos metros y nuevamente lo pongo en el suelo.

—¿Quieres que te suelte? — pregunto mientras su cabeza está al borde del abismo —. Eso quieres, lo sé. Y qué mejor que soltarte justo aquí.

—Papá va a echarte si lo haces.

—No digas eso — ordeno con la mandíbula trabada —. No es papá, para ti es Yahvé, no es tu padre.

—Que raro, para él soy su hijo.

Le suelto un golpe en la cara, pues su tono de voz tan superior me es tremendamente insoportable.

—Será como él piense, pero la realidad es otra. Tú tienes un padre, y lo sabes. Ahora mismo estás imaginándolo, lo tienes en mente justo ahora... pues él es tu único padre, no Yahvé. E igualmente tú no eres un ángel, eres un bastardo, métetelo bien en la cabeza.

Uriel vuelve a empujarme y por fin logra liberarse de mí, acabo parado y le miro inerte esperando algo más de su parte.

—¿Son celos, o envidia? — cuestiona caminando lentamente y mirándome.

—¿Qué dices?

—Me tienes celos o es envidia — especifica.

Suelto una carcajada al entender a lo que se refiere, podría enfurecerme por ello, pero es tan ridículo que no puedo evitar reírme.

—Que ridículo eres, Uriel — contesto negando con la cabeza y aún sonriendo —. Tenerte envidia. Por favor, bastardo, un ángel tan real y puro, teniéndole envidia a una sangre tan impura... déjate de chistes, por favor.

—Pues eso no es lo que demuestras.

—Lo único que demuestro es lo mucho que te aborrezco por venir a manchar la perfección divina. Un demonio entre ángeles, que ironía.

—Soy tan ángel como tú.

—No exageres, que si lo dices por tus alas regaladas, hasta los demonios tienen alas. Y lo peor del caso es que ni por ese lado te salieron a ti.

—Deja de molestarme con eso, me tienes harto. Si se me ha dado la oportunidad de estar aquí, lo menos que puedes hacer es aceptarme también, igual al resto de ángeles.

—No, Uriel, no te confundas, nadie te quiere ni mucho menos te aceptan. Todos están en tu contra, porque aunque yo prometí ponerte las cosas en contra, nadie te aceptó desde el momento en el que pusiste un pie aquí. Todos sabemos lo que eres, tu impureza se mira a kilómetros, es más que obvio. Y si nadie te ataca tan directamente, es porque simplemente no quieren retar a mi padre, pero yo no soy así. Yo jamás me guardo las cosas que me molestan. Y tú me molestas.

—Pues tendrás que acostumbrarte.

—Tú no te acostumbres a esto, voy a sacarte de aquí, no importa lo que haga, te vas a ir tarde o temprano. Lo juro.

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