4Creo que Caballero vino unas dos semanas después de mi llegada. Sólo fueron dos semanas, pero como las horas en Briar pasaban tan despacio, y los días -que eran todos iguales- discurrían tan parecidos, silenciosos y largos, podría haber sido el doble de ese tiempo.
De todos modos, fue un plazo suficiente para que yo descubriera todas las costumbres singulares de la casa; suficiente para acostumbrarme a los otros sirvientes, y para que ellos se habitarán a mí. Durante algún tiempo, no sabía por qué no me hacían caso. Bajaba a la cocina y decía «¿Qué tal?» a quienquiera que encontrara. «¿Cómo estás, Margaret? ¿Todo bien, Baekhyun?» (Era el afilador de cuchillos.) «¿Cómo está usted, señora Bizcocho?» (La cocinera: era su verdadero nombre, no era una broma y nadie se reía de su apellido.) Y Baekhyun me miraba como si tuviera miedo de hablar conmigo, y la señora Bizcocho me respondía, de un modo de lo más desagradable: «Oh, estoy estupendamente, por supuesto, gracias.»
Supuse que les daría rabia mi presencia allí, porque en aquel lugar tranquilo y remoto yo les recordaba todas las cosas bonitas de Londres que nunca verían. Pero un día la señora Stiles me llevó aparte. Dijo:
—¿No le importará, señorita Smith, que le diga algo? No sé cómo gobernarían la casa en su último empleo... —Empezaba con una frase así todo lo que me decía—. No sé cómo haría las cosas en Londres, pero aquí en Briar nos gusta tener presentes las normas de la casa...
Resultó que la señora Bizcocho se había sentido insultada porque les daba los buenos días antes que a ella a su ayudante de cocina y al afilador, y que Baekhyun creía que quería pincharle dándole los buenos días. Era la nimiedad más tonta del mundo, para morirse de risa, pero para ellos era algo sagrado; supongo que lo sería para todo el mundo si lo único que uno tiene por delante son cuarenta años transportando bandejas y cociendo masa. Total, que comprendí que si quería ganár me los tendría que andar con pies de plomo. A Baekhyun le di un trozo de chocolate que me había traído del barrio y no había comido, a Margaret le regalé un pedazo de jabón perfumado y a Bizcocho le di un par de aquellas medias negras que Caballero le había encargado a Max que comprara en el almacén de mercancías robadas.
Dije que esperaba que no me guardasen rencor. A partir de entonces, si me encontraba con Baekhyun por la mañana en la escalera, miraba a otra parte. En adelante, fueron mucho más simpáticos conmigo.
Así es una criada. Una criada dice: «Todo para el amo», y quiere decir: «Todo para mí.» Son estas dos caras lo que no soporto. En Briar, todo eran artimañas de un tipo u otro; siempre estaban con pequeños chanchullos que a un ladrón de verdad le habrían sacado los colores, como por ejemplo, sisear la grasa de la salsa del patrón para vendérsela a hurtadillas al chico del carnicero, como hacía Bizcocho. O arrancar los botones de nácar de las camisas de Irene y esconderlas, diciendo que se habían perdido, que era lo que hacía Margaret. Yo había descubierto todo el pastel tras unos días de vigilancia. Al fin y al cabo, yo podría haber sido hija de la señora Boa. Respecto al señor Way, tenía una marca en un lado de la nariz; en el barrio lo habríamos llamado un lobanillo de borrachín. ¿Y cómo creen que le había salido, en un sitio como aquél? Tenía la llave de la bodega de la casa, atada con una cadena. ¡Nunca habrán visto un brillo como el de aquella llave! Y cuando habíamos terminado de comer en la antecocina de Stiles, montaba el número de cargar la bandeja...; yo le había visto, cuando él creía que nadie le veía, verter la cerveza que quedaba en los vasos en una copa grande y después pimplársela.
Lo vi, pero, por supuesto, no dije ni pío. No estaba allí para armar jaleo. A mí me daba lo mismo, como si cascaba de una borrachera. Y de todos modos pasaba casi todo el tiempo en compañía de Irene. También me acostumbré a ella. Tenía sus manías, de acuerdo; pero eran inofensivas, a mí no me perjudicaba que las practicase. Y yo era ducha en trabajar de firme, en pequeñas tareas: empecé a cogerle cierto gusto a lo de guardar sus vestidos y ordenar sus alfileres, peines y cajas. Estaba habituada a vestir a bebés. Me habitué a vestir a Irene.
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EL ENGAÑO
FanfictionSeulGi Kang, una joven huérfana de diecisiete años que vive en el Londres más salvaje, protegida por la señora Boa, la gran «madre» de una dickensiana comunidad de delincuentes, es enviada a una mansión en el campo como doncella de la joven Irene Ba...