Señal

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Para cuando amaneció ya tenía perfilado un plan. Me aposté en la ventana, vigilando la puerta de Yunho, pero al cabo de un rato, como nadie aparecía, desistí. Eso podía esperar. Lo que necesitaba ahora era dinero. Sabía cómo agenciármelo. Hice que Baekhyun se peinara con raya en medio y le saqué de la casa por la puerta de atrás. Le llevé a Whitechapel, una zona lo bastante alejada del barrio como para arriesgarme a prescindir del velo. Encontré un sitio en la High Street.

—Quédate aquí —le dije. Él obedeció—. ¿Te acuerdas de cómo gritaste anoche? Pues hazlo otra vez.

—¿Hacer qué?

Le cogí del brazo y se lo pellizqué. El dio un alarido y empezó a gimotear. Le puse la mano en el hombro y miré de un lado a otro de la calle, con aire inquieto. Unas cuantas personas nos miraron con curiosidad. Les indiqué que se aproximaran.

—Por favor, señor; por favor, señora —dije—. Acabo de encontrar a este pobre chico que ha venido del campo esta mañana y ha perdido a su amo. ¿Pueden darle unos peniques para que vuelva a su casa?¿Pueden? Está completamente solo y no conoce a nadie, no distingue Chancery Lañe de Woolwich. Se ha dejado el chaquetón en el carro de su amo. ¡Dios le bendiga, señor! ¡No llores, muchacho! Mira, este caballero te da dos peniques. ¡Ahí vienen algunos más! Y en el campo dicen que los londinenses tienen el corazón duro,¿no dicen eso?

Por supuesto, la idea de que un señor le diese dinero redobló la llorera de Baekhyun. Sus lágrimas eran como imanes. Aquel primer día ganamos tres chelines, con los que pagamos la habitación; y cuando al día siguiente probamos la misma treta en una calle distinta, recaudamos cuatro. Con ellos nos sufragamos las comidas. Guardé en el zapato el dinero que sobró, junto con el recibo del chaquetón de Baekhyun. No me descalzaba ni siquiera en la cama. «Quiero mi chaquetón», decía Baekhyun, cien veces al día, y cada vez yo le contestaba: «Mañana. Te lo juro. Te lo prometo. Un solo día más...»

Y me pasaba el día entero pegada a los postigos, con el ojo puesto en los orificios en forma de corazón. Vigilaba la casa, aprendiendo sus costumbres. Reconocía el terreno, paciente como un ladrón. Veía llegar a rateros con objetos robados para Yunho: le veía a éste cerrar la puerta con llave y bajar la persiana. La visión de sus manos, de su cara honrada, me daba ganas de llorar. Pensaba: «¿Por qué no voy a verle?» Un poco más tarde veía a Caballero, y volvía a entrarme el miedo. Después veía a Irene. La veía en la ventana. Le gustaba estar allí, con la cara contra el cristal, ¡como si supiese que yo la vigilaba y se burlase de mí! Vi a Joy, que la ayudaba a vestirse todas las mañanas, y le recogía el pelo. Y vi a la señora Boa, de noche, soltándolo. Una vez le vi levantar hasta su boca una trenza de Irene y besarla.

Con cada novedad, apretaba la cara tan fuerte contra el cristal que crujía el marco. Y por la noche, cuando la casa estaba a oscuras, cogía una vela y paseaba, una y otra vez, de una pared a la otra del cuarto.

—Los tienen a todos en su poder —decía—. A Joy, a Yunho y a la señora Boa, y apostaría que también a John e incluso a Max. Han tejido su red, como dos grandes arañas. Tenemos que andar con ojo, Baekhyun. ¡Oh, desde luego! ¡Imagínate que saben, por el doctor Chris, que me he escapado! ¡Deben de saberlo a estas alturas! Están esperando, Baekhyun. Están esperándome. Ella no sale nunca de casa. ¡Qué lista!, porque, estando en casa, está cerca de la señora Boa. Pero él sí sale. Le he visto. Yo también he estado esperando. Eso no lo saben. Él sale. Haremos nuestra jugada la próxima vez que salga. Soy la mosca que buscan. No me pillarán. Te enviaremos a ti. ¡No habrán pensando en esto! ¿Eh, Baekhyun?

EL ENGAÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora