El plan a la libertad

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Es la noche del martes. Park estará en Briar hasta el domingo. Al día siguiente me ausento de la biblioteca mientras los hombres examinan los libros; durante la cena él me observa, y después escucha mi lectura, pero luego se ve obligado a sentarse de nuevo con mi tío y no puede hacerme compañía. El sábado doy un paseo por el parque con Agnes y no le veo; esa noche, sin embargo, mi tío me manda que lea de un libro antiguo, uno de los más selectos, y cuando termino, Park viene a sentarse a mi lado para estudiar sus singulares cubiertas.

—¿Le gusta, Park? —le pregunta mi tío—. ¿Sabe que es muy raro?

—Pienso que tiene que serlo, señor.

—¿Y no le parece que quiero decir con eso que hay muy pocos ejemplares más?

—Sí, lo suponía.

—Hace bien. Pero los coleccionistas medimos la rareza con otros criterios. ¿Considera rara una pieza única si nadie la quiere? Llamamos a eso un libro muerto. Pero imaginemos que mil hombres buscan una veintena de ejemplares idénticos: cada uno de ellos es más raro que el único. ¿Me comprende?

Park asiente.

—Sí. La rareza del artículo se mide por el deseo del corazón que lo busca. —Me lanza una mirada—. Es algo muy extraño. ¿Y cuántos coleccionistas buscan este libro que acabamos de escuchar?

Mi tío se muestra evasivo.

—¿Cuántos, señor? Le responderé así: ¡subástelo y verá! Ja!

Park se ríe.

—Sí, desde luego...

Pero parece pensativo bajo su capa de cortesía. Se muerde el labio; sus dientes asoman amarillos, voraces, contra la negrura de su barba, pero su boca tiene una sorprendente y mórbida tonalidad rosada. No dice nada mientras mi tío da un sorbo de su bebida y Xia se ocupa de la lumbre. Después habla de nuevo.

—¿Y si un comprador único busca un par de libros, señor Bae?—dice—. ¿Cómo se valoran?

—¿Un par?—Mi tío se quita las gafas—.¿Dos volúmenes?

—Un par de títulos complementarios. Alguien posee uno y quiere adquirir el otro. ¿El segundo aumenta mucho el valor del primero?

—¡Por supuesto!

—Eso pensaba.

—La gente paga cantidades absurdas por cosas así —dice Huss.

—Cierto —dice mi tío—. Es cierto. En mi índice hallará una referencia a estas cuestiones...

—El índice —dice Park en voz baja, y los demás siguen conversando. Les escuchamos, o fingimos hacerlo, y enseguida él vuelve la cabeza y examina mi cara—. ¿Puedo preguntarle algo, señorita Bae? —Y cuando asiento—: ¿Qué hará cuando esté terminada la obra de su tío? Es más, ¿por qué hace este trabajo?

Le he esbozado lo que me figuro que es una sonrisa amarga. Digo:

—Su pregunta no significa nada, difícilmente puedo contestarla. La obra de mi tío no concluirá nunca. Se escriben incontables libros nuevos que hay que añadir a la lista de los antiguos; muchísimos que volver a descubrir; demasiada incertidumbre. Él y Xia discutirán al respecto eternamente. Míreles. Si publica el índice, como proyecta hacer, empezará de inmediato con los suplementos.

EL ENGAÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora