Así transcurre el día. Así pasan los días siguientes. Me acuesto temprano; todas las noches me desviste la señora Boa, que coge mi vestido y mis enaguas y las guarda con llave, y luego me encierra a mí. Duermo mal y me despierto todas las mañanas mareada, con miedo y con la cabeza despejada; y me siento en el sillón dorado, rumiando los detalles de mi reclusión y perfilando mi plan de fuga. Porque debo fugarme. Huiré. Huiré e iré a buscar a Seul. ¿Cómo se llaman los hombres que se la llevaron? No me acuerdo. ¿Dónde estaba la casa? No lo sé. Da igual, da igual, lo averiguaré. Pero primero iré a Briar, a pedir dinero a mi tío -él, por supuesto, seguirá creyendo que es mi tío-, ¡y si no me lo da, lo mendigaré a los criados!
¡Se lo mendigaré a la señora Stiles! ¡O lo robaré! ¡Robaré un libro de la biblioteca, el más raro de todos, y lo venderé...!
O, no, no haré eso... Porque la idea de volver a Briar me produce escalofríos, incluso ahora; y poco después se me ocurre pensar que tengo amigos en Londres, después de todo. Tengo a Huss y a Xia. A Huss..., a quien le gustaba verme subir la escalera. ¿Podría ir a verle y ponerme en sus manos? Creo que sí, tan desesperada estoy... Xia, sin embargo, era más bondadoso, y me invitó a su casa, a su tienda en Holywell Street. Creo que me ayudará. Seguro que sí. Y pienso que Holywell Street no puede estar lejos. No lo sé, y no hay mapas aquí. Pero encontraré el camino. Xia me ayudará. Xia me ayudará a buscar a Seul...
Así discurren mis pensamientos, mientras los amaneceres de Londres despuntan, sucios, sobre mí; mientras Yunho cocina arenques y su hermana chilla y Caballero tose en su cama y la señora Boa se remueve en la suya, y ronca y suspira.
¡Si por lo menos no me controlaran tan de cerca! Un día, pienso, cada vez que cierran una puerta a mi espalda, un día se olvidarán de cerrar con llave. Entonces huiré. Se cansarán de tenerme siempre vigilada. Pero no se cansan. Me quejo del aire espeso y viciado. Me quejo del calor creciente. Pido permiso para ir al excusado con más frecuencia de lo necesario, pues está en el otro extremo de ese pasillo oscuro y polvoriento que hay en la parte trasera de la casa, y puedo ver la luz del día. Sé que huiría desde aquí a la libertad si tuviera ocasión, pero la ocasión no se presenta. Joy me acompaña al retrete cada vez, y aguarda hasta que salgo. Una vez que trato de escapar, ella me atrapa enseguida y me lleva de vuelta, y la señora Boa le pega por haberse descuidado.
Chanyeol me conduce arriba y me golpea.
—Lo siento —dice, mientras lo hace—. Pero tú sabes lo mucho que hemos trabajado por el plan. Lo único que tienes que hacer es esperar a que llegue el abogado. Vales para esperar, me dijiste una vez. ¿Por qué no nos complaces?
El golpe me produce una contusión. Todos los días veo cómo se va borrando, y pienso: Antes de que esta marca desaparezca, ¡huiré!
Paso muchas horas rumiando esto en silencio. Sentada en la cocina, en la penumbra al borde de la lámpara, pienso: Quizás se olviden de mí. En ocasiones parece que es así: el bullicio de la casa continúa, John y Joy se besan y riñen, los bebés chillan, los hombres juegan a los dados y a las cartas. De cuando en cuando vienen otros hombres, o chicos, o incluso -aunque más raramente- mujeres y chicas, con objetos robados que venden a Yunho y que éste a su vez venderá luego. Vienen a cualquier hora del día, con cosas increíbles, cosas burdas, chabacanas, baratijas: una vez, una madeja de pelo rubio, atada todavía con una cinta. Una lista inacabable de cosas, no como los libros que llegaban a Briar, que parecía que hubieran salido del fondo de un naufragio en un mar viscoso, a través de tenues y silentes brazas; ni como las cosas que los libros describían, objetos con alguna utilidad y sentido: sillas, almohadas, camas, cortinas, cuerdas, varas...
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EL ENGAÑO
FanfictionSeulGi Kang, una joven huérfana de diecisiete años que vive en el Londres más salvaje, protegida por la señora Boa, la gran «madre» de una dickensiana comunidad de delincuentes, es enviada a una mansión en el campo como doncella de la joven Irene Ba...