¡No soy Irene Park!

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En cualquier otro momento me habría compadecido de ella, pero en aquél, si la hubieran tumbado en el suelo, a ella y a diez mujeres más, y me hubiesen dicho que el camino de la huida era a través de sus espaldas, se las habría pisoteado a todas, calzada con unos zuecos. Aguardé hasta que el doctor Chris hubo acabado de impartir instrucciones a la enfermera, y después me lamí la boca, me incliné y dije:

—¡Doctor Chris, señor!

Se volvió y se dirigió hacia mí.

—Señora Park. —Me tomó de la mano alrededor de la muñeca, sin sonreír—.¿Cómo está?

—Señor —dije—, señor, yo...

—Pulso algo rápido —le dijo, bajando el tono, al doctor Changbin. Este tomó nota. Chris se volvió hacia mí—. Lamento ver que se ha herido en la cara.

La enfermera Spiller se me adelantó.

—Se tiró al suelo, doctor Chris —dijo—, cuando tuvo el ataque.

—Ah, sí. Ya ve, señora Park, la violencia del estado en que llegó aquí. Espero que haya dormido.

—¿Dormir? No, yo...

—Querida, querida. No podemos permitirlo. Diré a las enfermeras que le den una pócima. Si no duerme, nunca se pondrá bien.

Hizo una seña a la enfermera Bacon. Ella asintió.

—Doctor Chris —dije en voz más alta.

—El pulso se le acelera ahora—murmuró él.

Retiré la mano.

—¿Quiere escucharme? Me han traído aquí por error.

—¿Ah, sí? —Había entrecerrado los ojos y me miraba dentro de la boca—. Los dientes bastante sanos, creo. Pero las encías pueden estar podridas. Tiene que decírnoslo si empiezan a molestarle.

—No voy a quedarme aquí—dije.

—¿No va a quedarse, señora Park?

—¿Señora Park? Por el amor de Dios, ¿cómo puedo ser ella? He visto cómo se casaba. Usted vino a verme y me oyó hablar. Yo...

—Así fue, en efecto —dijo él, despacio—. Y usted me dijo que la preocupaba la salud de su ama; que quería que estuviese tranquila y no sufriera ningún daño. Porque a veces es más fácil, ¿verdad?, pedir ayuda en nombre de otra persona que en el de una misma. La comprendemos muy bien, señora Park.

—¡No soy Irene Park!

Él levantó un dedo y casi sonrió.

—No está dispuesta a admitir que es Irene Park, ¿eh? Eso es otra cosa completamente distinta. Y cuando esté dispuesta a admitirlo, nuestra tarea habrá concluido. Hasta entonces...

—No van a encerrarme aquí. ¡No lo harán! Yo aquí encerrada mientras esos estafadores canallas...

Se cruzó de brazos.

—¿Qué estafadores, señora Park?

—¡No soy Irene Park! Me llamo Seulgi...

EL ENGAÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora