10: Batalla

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—Genial. Sasuke me las pagará por esto.

Perdida en el bosque, no se me ocurrió mejor idea que concentrarme en intentar buscar un chakra cerca, alguien a quién pudiera preguntarle dónde me encontraba. Solo encontré uno.

Peor es nada.

Caminé en dirección al chakra y a medida que me acercaba, me sorprendí de ir viendo flores que resplandecían en la oscuridad. Eran de tonalidades blancas y azules. Me las quedé viendo un buen rato, preguntándome cómo es que brillaban en la oscuridad como las luciérnagas, hasta que decidí por ir pronto con la persona que había logrado rastrear.

Cuando la encontré, me fijé en que era una mujer de cabello largo y negro, usaba un kimono y un abrigo de lana. Estaba recogiendo alguna de esas flores resplandecientes y las guardaba en un canasto.

—Disculpe —le dije, ella no se sobresaltó—, ¿puedo hacerle una consulta?

La mujer se volteó. Era de facciones delicadas y piel pálida. Muy guapa.

—Dime.

—¿Sabe dónde me encuentro? Digo, sé que estoy en el País de las Olas, pero creo que me perdí. Si me dice hacia qué lado queda el mercado central, puedo arreglármelas para llegar a casa.

Ella sonrió de lado y asintió. —¿Puedes esperarme un poco? Estoy recogiendo estas flores, luego podemos ir ambos al mercado central.

—Ah... bueno. Espera. ¿Ambos? Las dos somos chicas, ¿no?

Volvió a sonreír. —Soy un chico.

—Ah. Wow. Digo, claro que eres un chico —me reí con vergüenza.

Él carcajeó un poco y volvió a su tarea de recoger flores brillantes. No quería estar en un silencio incómodo, así que comencé a hablarle.

—Y... ¿para qué sirven esas flores? Son extrañas, ¿no? Nunca había visto que flores que brillaran en la oscuridad. Parecen luciérnagas.

—Son flores que solo crecen en este país, se llaman uchikiko* —dijo. Me acuclillé a su lado, observando muy de cerca lo que hacía. Sus manos se movían con fluidez y delicadeza. —Aprovechando que estoy aquí de paso, las estoy recolectando, pues sirven para regular la temperatura, tanto en casos de hipotermia como de fiebre. Y también ayudan a conciliar el sueño.

—¿En serio? —pregunté asombrada. Él asintió— ¿Sabes mucho de plantas medicinales?

—Sí, ya que mi trabajo es cuidar de alguien.

—¿Eres enfermero o doctor?

El chico sonrió y negó lentamente con la cabeza. —No, solo lo cuido porque lo amo.

—Ah...

Abracé mis rodillas, sin quitarle los ojos de encima a sus manos. En un momento, sacó una de las flores y me la tendió. Yo la agarré con confusión. En su pistilo, la flor tenía un hermoso y resplandeciente color azul que iluminaba los pétalos blanquecinos. 

—¿Tú no tienes alguien a quien quieras cuidar?

—No realmente —dije, encogiéndome de hombros—. En toda mi vida no me he relacionado con mucha gente. Y la poca gente con la que he estado, son infinitamente más fuertes que yo, así que no he pensado en que yo pueda cuidarles.

El chico negó y yo lo miré extrañada.

—Sin importar si son más fuertes que tú, puedes cuidarlos de todas formas —dijo—. Por ejemplo, si están teniendo un mal día puedes escucharlos quejarse, si tienen un sueño que persiguen incansablemente, puedes darles ánimo. Y si tienen fiebre o mucho frío, puedes darles una infusión de esta flor, pero asegúrate de hervirla mientras aún brilla, de lo contrario, no te servirá para nada.

La última UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora