Capítulo 2: No deberías quejarte

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De un lado a otro estaba paseándome con la sensación de no haber bebido agua en muchas horas. Tragaba saliva cada dos segundos, tibia y en abundante cantidad se juntaba en mi boca, no cesaba.

Lejos algunos metros más hacia la esquina derecha del cuarto se encontraba la botella de agua, en el suelo de forma horizontal; no contenía mucha pero me quitaría la sed, la sensación asfixiante del encierro y la desesperación, o eso es lo que deseo en este momento. No podía quedarme quieta mucho menos sentada, y lo comprobé por lo rápida que fui al tomar la botella del suelo. Arroje la tapa al suelo vaciando en mis labios el contenido caliente y ahora con un sabor extraño: metálico, sabor a sangre.

Deslizando lentamente la lengua en mi cavidad bucal hice que el sabor incrementara como se sentía: desagradable e invasivo. No podía quitármelo por más que lo intentara. Quizá no era el agua, sino mi boca. Arroje la botella tal como la tenía contra la pared; esta se salpicó casi completa las gotas de agua poco a poco eran absorbidas, sin saber que pensar me pose de rodillas inclinándome a observar de cerca ¿Dónde se supone que estoy? La habitación no era pequeña, tampoco como la mía pero no parecía una en donde tendrían alguien en cautiverio. Esas paredes estaban acolchonadas como si habláramos de un psiquiátrico, no son blancas sino grises, un tono pastel que hacia contraste con la luz.

Intranquila mis manos comenzaron a temblar sobre aquellas pequeñas marcas de agua en la pared. Tuve las yemas húmedas durante en el recorrido suave que daba grabando en mi tacto la rugosidad de la pared, buscaba pliegues, grietas o cualquier anomalía que me permitiera encontrar la salida. Deslizando mi cuerpo sobre las rodillas comencé a mover los dedos a la par que ascendía mis manos. De pie frente a la pared, la misma por la cual él salió vi un rectángulo con un tamaño limitado, una ventana camuflada entre el material de las paredes.

Ignoré durante el mayor tiempo posible como me estaba sintiendo: mal, descompuesta pero no quería darle el lujo de verme así. Me niego. Apreté las manos los dedos entumecidos se aferraron a la pared con los brazos flexionados tuve que apoyar la frente a la par de mis manos. Con dificultad y mentalizada en una caída me alejé todo lo posible de ese lugar quería llegar a la cama, alguna de las dos que disponía, era la única superficie que me evitaría un brusco golpe contra el suelo. Perdía la estabilidad y eso me daba más terror que estar encerrada.

—Espero estés dormida y no molestando.

Apenas tuve la noción de oírlo lo escuchaba a lo lejos. Sobre el pequeño mueble vi dos botellas de agua y algo que parecía a un sándwich, poco apetitoso a decir verdad.

Mis manos repitieron el esfuerzo por disimular y con las piernas débiles me senté en la orilla de la cama. Teniendo la vista borrosa cerré los ojos y los froté con la yema de los dedos.

Me observó unos momentos mientras extendía una de las dos botellas a mi mano, negué con la cabeza y miré lo solido que trajo. Ni siquiera lo vi entrar —Bebe agua, estás pálida —hubiera negado a muerte una orden como esa, sin embargo él tenía razón, negarme provocaría un desmayo—, podrás comer luego, estas ansiosa, se te pasará mientras más tranquila estés.

Con la boca ocupada en beber traté de mirar un punto fijo eso evitaba sentirme mareada.

Lo último que estaba pensando ese momento era lo cerca que estaba de mí, sentado en la misma cama se aseguraba que bebiera todo. Minutos de silencio se adueñaron de la habitación durante mi proceso de recuperación. Ya me sentía mejor, lo supo cuando sin pedir permiso me extendí sobre la cama y tomé aquel bocadillo de jamón y queso.

Comía despreocupada más no desesperada, el hambre era la sensación más vacía que había experimentado nunca.

—¿Ya se comunicaron con mi madre? —pregunté con la mirada puesta en su rostro. Masticando un bocado saboreaba en silencio a la espera de su respuesta.

LOBO (+18)  [Noches oscuras 1#]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora