Capítulo 22: Los muertos no testifican

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La energía comenzó a irse y volver con frecuencia, una y otra vez. Indeciso con lo que debía hacer con Luna me quité un anillo de mi mano izquierda para utilizarlo entre la puerta y el marco. La puerta no se cerraría por completo.

Respirando en grandes bocanadas de aire comencé a caminar por los pasillos cegado por el constante cambio de luz. Las luces de emergencia y las habituales se turnan e iluminan mi camino. No había nadie en los pasillos; probablemente no son conscientes de lo que ocurre ni de lo peligroso que puede ser no tener energía. Al parecer soy el único que está al tanto de la situación. La soledad absoluta que me acompaña es palpable. Continúe mi camino con cautela no quería llamar la atención de ninguna persona dentro de las habitaciones.

Es la tercera vez que las luces de emergencia se apagan eso no me da ninguna tranquilidad. Me da escalofríos ver de dos tonalidades de luz en el mismo oscuro, desolado y tétrico pasillo. Pensar en las experiencias que recolecté de este lugar durante estos años laborales me recuerdan: porqué no suelo recorrerlos tanto tiempo. Si las paredes pudieran hablar hasta la persona más fuerte mentalmente no querría ni pisar una baldosa.

Llevé por instinto la mirada hacia las cámaras de seguridad, estas están dispersas alrededor de la instalación y no eran difíciles de encontrar si sabes dónde buscar. Si Stella hubiera pensando las cosas con calma, quizá encontraba en su sentido común que un lugar así tendría cámaras vigilando veinticuatro horas cada maldito movimiento. Fue muy estúpida esa noche. A la distancia buscaba con atención la pequeña luz roja en cada una de las cámaras. No estaban en ninguna. Por un instante pasó en mi mente la posibilidad de que se hayan fundido entre los cortes eléctricos.

Cerca de la habitación de Stella me orillé en la pared y palpé con la mano mi pantalón de mezclilla; dentro del bolsillo tenía la pastilla lista para serle entregada.

Muy dentro de mí tengo en claro que no está sola como hace una hora atrás, todos los cuidadores están cuidando a sus rehenes; Joe no es la excepción. Apreté mis manos y estas se hacen puño por inercia; mis pensamientos retorcidos se hacen más frecuentes con cada paso que doy; la rabia producida por sus actos crueles se combina con el lógico deseo de querer protegerla y no dudé en aporrear la puerta con un puño. Me niego a dejarla con ese animal un minuto más.

Los golpes torpes e insistentes contra la puerta metálica anuncian mi presencia y lo decidido que estaba en ser atendido. Con la energía a mi favor la maldita puerta podía abrirse hasta el momento.

Me resultó una eternidad la espera, no me detuve ni un instante seguí golpeando. Mis oídos se taparon por un instante, aquel sonido agudo logró hacerme sentir desorientado mientras frente a mí la puerta se abrió. Dentro de la habitación quejas hechas con gritos hacen que mi cabeza comience a doler, él le estaba gritando.

—¿Qué sucede? —su voz áspera fue la única que se escuchó. Detrás de su cuerpo ancho sobre la cama Stella se encontraba sentada mirando sus manos. Joe encontró mi mirada interponiéndose entre ella y yo— Mira que tenemos aquí —sujetó la puerta con la mano izquierda—: el chico una noche —esbozó una sonrisa cargada de gracia y sarcasmo.

—Joe —respondí meditando en silencio reprimiendo mis demonios—. Sal de la habitación.

—¿Él es tu motivo?—volteó la mirada sobre su hombro en dirección a la pequeña castaña sobre la cama— ¿Por este insignificante ser no me dejas tocarte ahora? —mis manos se tensaron mientras lo escuchaba hablar— Cuéntale pimpollo que rico la pasamos.

Tuvo la reacción de cerrar la habitación jalando de la puerta pero el tiempo no lo acompañó. Quedamos a oscuras con una luz de emergencia no muy lejana alumbrándonos. Otra vez se había ido la energía.

LOBO (+18)  [Noches oscuras 1#]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora