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—A ver, querida, eso no se hace así. Harás que Nira parezca un payaso —protesta Freddie y le extiende la mano a Gail, que lo mira con una ceja alzada antes de darle el cepillo.

Pongo los ojos en blanco y le dedico una sonrisa de disculpa a la muchacha, que se marcha con una expresión de impotencia.

—Freddie, ya es la tercera vez que tratas así a Gail —reprendo y el cubano niega con la cabeza.

—Es que no lo hace bien y, como tu representante, tengo que cuidarte y asegurarme de que sales al escenario como la diva que eres.

—¡No soy ninguna diva! Además, que yo sepa, no dice nada de eso en nuestro contrato.

—Lo dice en el contrato de amigos —replica rápidamente y suspiro.

—¿Tus nervios no tienen nada que ver con que Gina esté aquí esta noche? —pregunto mirándolo a través del espejo y observo que aprieta la boca en una línea recta.

—Para nada.

Mi rostro esboza una expresión escéptica y él clava sus ojazos azules en los míos. Frunce el ceño y me da un golpecito en la cabeza con la parte dura del cepillo.

—¡Freddie, eso duele! —grito frotándomela y el cubano sonríe orgulloso.

—Eso para que aprendas a no pensar tan mal.

—No pienso mal, simplemente tengo ojos en la cara y sé que sientes algo por ella.

Al igual que ella por ti.

La extraña y complicada relación entre Gina y Freddie comenzó poco después de mi boda, cuando se cruzaban más a menudo en mis numerosos viajes a Lanzarote y los de mi amiga a San Diego junto a Guaci. El cubano y la conejera, aparentemente, no se soportan y se tratan de lo peor cada vez que se ven, pero mi amiga me confesó, en una noche de borrachera, que mi amigo le atraía desde la primera vez que lo vio.

Después de su confesión, no ha querido volver a hablar del tema y ha fortalecido su "odio" hacia Freddie.

A su vez, el muchacho le ha seguido el juego todo este tiempo, pero veo su sonrisita cada vez que hace enfadar a Gina con alguna de sus inteligentes contestaciones que la hacen callar.

Ahora que mi amiga se ha mudado a San Diego junto a Guaci, la situación ha empeorado y noto que Freddie está constantemente nervioso. No juega a su favor que tenga que estar casi todo el tiempo a mi lado por ser mi representante ni que Gina me visite con regularidad y venga a todos mis conciertos.

Guaci finalmente vendió la casa que la tenía hasta el moño y ha dejado el restaurante y La Loba para probar suerte en Estados Unidos con el dinero que ha conseguido. Por ahora, ha encontrado trabajo en el restaurante llamado El Cabaret y le va muy bien.

—Tu amiga está loca y, además, no es mi tipo.

—¿Tampoco lo eran todas las chicas que has dejado tiradas en todos estos años?

—Te estás ganando que te dé otra vez, aserita —advierte alzando el cepillo y pongo los ojos en blanco.

—Termina de una vez para que puedas ir a la zona Vip junto a Gina —provoco y su rostro se vuelve enfadado, pero le dedico una de mis mayores sonrisas y acaba de arreglarme el pelo.

Justo cuando me levanto, la puerta suena y aparece mi maravilloso y más que guapo marido. La sonrisa que decora mi rostro es más grande que la anterior y corro hacia él para lanzarme a sus brazos abiertos.

Aspira profundamente cuando guarda su rostro en el hueco de mi cuello y aprieta mi cintura.

—Hola, reina.

—Hola, cariño —susurro y me separo para unir nuestros labios. Suspiro y apoyo mi frente en la suya—. Estás tremendo, perita en dulce.

—No más que tú, malota —responde con una sonrisa complacida y me roba otro beso.

—Venga ya, que llevan cinco años casados y siguen pareciendo dos adolescentes con las hormonas revolucionadas —protesta Freddie acercándose a nosotros y Arthur mantiene su brazo en mi cintura cuando me coloca a su lado.

—Dime si tú no estarías así teniendo a una mujer como Nira a tu lado —replica el mexicano y suelto una risita, echándole una mirada de reojo a mi amigo.

—Puede que yo no...

—Como sigas te juro que vamos a tener problemas serios —me corta Freddie y ahora mi risa es más sonora—. Voy a irme para que puedan besuquearse todo lo que quieran, pero no se olviden que el espectáculo empieza dentro de media hora y Nira aún no ha calentado la voz.

—De eso me encargo yo —apunta Arthur y le doy un golpe leve en el estómago con las mejillas coloreadas.

Freddie cierra la puerta cuando se marcha y Arthur me empuja contra su cálido y firme pecho para volver a juntar nuestras bocas. Mi respiración y pulso se aceleran y agarro con suavidad su rostro cuando introduzco mi lengua entre sus suaves labios.

—Cuando volvamos a casa, te daré eso que te prometí anoche —susurra separándose y muerdo mi labio inferior.

—Es la mejor promesa que he escuchado nunca.

—¿Segura? —masculla y coge mi mano, llevándosela a la boca para mimar mis nudillos. Alza su mirada color miel cuando le da un beso a los anillos, el de compromiso y la alianza de boda, y ya entiendo lo que quiere decir.

—La segunda mejor —rectifico y ahora el que se sonroja es él.

—Así me gusta. —Se inclina de nuevo sobre mi boca y le cuesta separarse—. Si seguimos no sé si lograré parar y esta noche tienes un asunto del que ocuparte. ¿Estás nerviosa?

—Ahora mismo estoy en el paraíso de la tranquilidad, pero seguramente me pondré histérica justo antes de salir, como siempre. Ya me conoces —contesto, acariciando su mejilla—. Te amo.

Arthur contiene el aliento y sus ojos se iluminan, tal y como ocurre siempre que le digo esas dos palabras a pesar de haber pasado cinco años desde la primera vez que lo hice.

—Te amo, reina. —Sujeta con ternura mi rostro y desliza su pulgar por mis labios—. Te juro que si no salimos de aquí en dos segundos, te haré el amor en esa mesa mientras te miras en el espejo.

Trago saliva y no puedo evitar coger la solapa de su chaqueta en un puño cuando siento que todo mi cuerpo se revoluciona. Asiento y me cuesta horrores separarme de él.

Planta un beso en mi frente antes de abrir la puerta y veo que Brian se pone rígido. Mi marido deja que salga primero y camino entre los dos hombres hacia el backstage mientras mantenemos una conversación calmada. Arthur se va cuando me comienzan a poner los cables y caliento la voz antes de que me den el micrófono.

Tal y como me imaginaba, me dan los choques justo cuando las luces del auditorio se apagan para dar paso a mi entrada. Pero he aprendido a vivir con estos, a controlarlos e incluso necesitarlos.

Tengo claro que, si me pongo tan nerviosa, es porque lo quiero hacer lo mejor que pueda por mi familia y fans. Y porque realmente me importa la música. Si no siento nada, ¿qué sentido tiene todo esto?

Los nervios son buenos, me hacen concienciarme de que lo que estoy haciendo es real y me ubican en cada escenario que piso. Sin ellos, creo que dejaría de gustarme lo que hago.

Además, sé que son pasajeros, pues desaparecen nada más salir y ver los rostros ilusionados de todas las personas que vienen a oírme cantar.

Y ese es un sentimiento irrepetible que nunca quiero dejar de vivir. 

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora