16.

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16.

Inspiro profundamente y sonrío levemente mientras froto mi nariz en la tela. Al apretar la almohada, frunzo el ceño. Está demasiado dura.

Abro los ojos y aparto la mano lentamente al mismo tiempo que levanto la cabeza. Ahogo un quejido y me arrastro por el colchón hasta llegar al borde.

Arthur suspira y se frota la cara antes de abrir sus ojos color miel y clavarlos en mí.

—¿Qué haces aquí? —reprocho con mi cuerpo tembloroso y los ojos se me llenan de lágrimas—. ¡Vete!

Él me contempla desconcertado y observa el espacio que nos separa.

—Estabas tan tranquila que pensé... —Sacudo la cabeza y asiente, incorporándose y sacando las piernas por el otro lado.

Mi corazón late a mil por hora y mi cuerpo está tan tenso que tardo en moverme. Y cuando lo hago, me domina un dolor intenso proveniente de mi vientre.

Profiero un grito, no por la magnitud del dolor, sino por la sorpresa, pero Arthur reacciona rápidamente y rodea la cama para acuclillarse enfrente de mí y apoyar sus manos en mis hombros cuando mi cuerpo se inclina hacia delante.

—Reina, ¿estás bien? —pregunta con preocupación y gimo levemente rodeando su muñeca con mi mano y apretando los labios cuando otra contracción me vuelve a paralizar.

—El bebé... —musito entrecortadamente e intento respirar para que el dolor se pase—. Lupe...llámala.

—¡Abuela! —grita al instante y sus ojos recorren mi rostro con atención—. Dime qué puedo hacer para ayudarte. ¡Abuela!

La puerta se abre y aparece la mujer con cara de angustia.

—¿Qué ocurre, mijo? —pregunta con preocupación cuando se acerca y nos mira alternativamente.

Suelto a Arthur para buscar su mano y se la aprieto cuando otro torrente de dolor me recorre la barriga.

—Me duele... —susurro con un hilo de voz y la mujer actúa rápidamente quitando a su nieto y tomando su lugar.

Sin soltar mi mano, frota mis lumbares con la que tiene libre y suspiro apoyando mi cabeza en su pecho.

—Tranquila, ya te dijo la doctora que esto podía pasar, solo tienes que respirar y relajarte —indica con cariño y asiento apretando mis ojos. Pongo una mano en mi pequeña barriga hinchada y respiro profundamente.

El dolor va disminuyendo y cuando alzo la vista, veo que Arthur ha caminado a la esquina más alejada y nos observa con el rostro pálido.

—Que se vaya... —mascullo y Lupe mira a su nieto.

—Sal un momento, Arthur, yo la cuidaré —le pide la mujer y él niega con la cabeza, dando un paso hacia nosotras—. Arthur, ha dicho que te vayas, no la hagas coger más nervios.

Él aprieta los labios y me mira con desasosiego. Aparto la mirada y trago saliva, esperando escuchar sus pasos alejándose.

—Ya se ha ido —me avisa Lupe y coloca una mano bajo mi barbilla para que la mire—. ¿Por qué te ha puesto tan nerviosa?

—Estaba aquí cuando me desperté y no lo quiero cerca —contesto y ella suspira con desasosiego.

—Bueno, no voy a decir nada. —Decide y trato saliva, porque sé lo que piensa—. Vuelve a acostarte y te traeré un vaso de agua. ¿Estás mejor?

—Sí, mucho mejor, aunque me sigue doliendo un poco —murmuro y me ayuda a volver a acostarme sobre el colchón.

Froto suavemente mi tripa y se marcha para traerme un vaso lleno de agua. Me lo bebo en un santiamén y agradezco que esté aquí.

—No puedes coger estos nervios, mija, la doctora fue muy estricta con ello. Y si mi nieto te pone así, será mejor que se mantenga alejado hasta que lo admitas. Sé que te ha hecho daño por volver a ver a esa muchacha, pero lo conozco y sé que no fue con malas intenciones —opina y desvío la mirada de sus ojos porque sé que está siendo sincera, pero sus palabras me duelen—. Te ama como nadie ha amado a alguien en toda la historia.

—Estaba segura de eso antes de que me dijera todo lo que me dijo al enterarse del embarazo, pero ahora ya no lo sé —musito y la oigo chasquear la lengua.

—Necesitan tiempo y estar unos días separados, aunque no sé si eso es aconsejable en la situación por la que estás pasando. —Se sienta a mi lado y coge mi mano para llamar mi atención—. Pero no te olvides de que él también está sufriendo y estoy convencida de que le duele no poder estar contigo. Ese bebé es tanto tuyo como de él.

—¿Sí? Pues él me aseguró que no lo quería —replico y ella acaricia mi brazo con ternura.

—Hablamos de esto, Nira; el que habló en ese momento no fue él, fue el miedo.

Asiento, aunque sé que no está convencida de que lo estoy entendiendo bien, y sonrío a medias:

—Voy a seguir descansando —murmuro y ella me devuelve la sonrisa.

—Pronto estará la cena.

Recibo su beso en la mejilla con los ojos cerrados y muerdo mi labio hasta que se va de la habitación.

Miro alrededor y veo los restos de lo que acaba de pasar: el edredón arrugado que ha dejado el cuerpo de Arthur, la almohada solitaria a mis pies y el vaso de agua vacío.

Me inclino para coger la almohada y me quedo con ella unos segundos antes de tirarla al suelo por el otro lado. Aparto el edredón y me meto debajo de él hasta la cabeza, me acuesto de lado y me abrazo el torso al mismo tiempo que las lágrimas salen de mis ojos.

No me permito llorar durante horas, sino que me limpio la cara a los pocos minutos y saco la mano para coger el móvil de la mesilla de noche. Tengo miles de mensaje de mis amigos y me alegro al enterarme de que Freddie vendrá mañana a verme.

Cuando lo bloqueo, lo dejo a mi lado y cierro los ojos para ver otra vez la cara asustada de Arthur mientras su abuela me aliviaba. No puedo soportar el hacerle tanto daño; sus ojos estaban angustiados cuando lo aparté nada más despertarme. No quiero imaginarme qué estará haciendo ahora mismo.

¿Estará solo en una de las habitaciones de invitados? ¿Estará llorando?

No puedo hacerme esto a mí misma.

No debo pensar en su dolor hasta que el embarazo termine y esté segura de que el bebé ha nacido sano, como tanto deseo.

Debo ser egoísta hasta que esto acabe.

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora