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Abro lentamente los ojos y lo primero en lo que me fijo es en las ventanas tapadas por cortinas que no dejan traspasar la luz del sol.

Las imágenes del parto vuelan por mi mente al mismo tiempo que giro lentamente la cabeza, mirando la habitación con detenimiento e intentando no moverme por si acaso.

¿Qué ha pasado?

Lo último que recuerdo es perder el control de mi cuerpo cuando le estaba mirando la cara a mi pequeño milagro.

¡El bebé! ¡Arthur!

Escucho que algo comienza a pitar con estruendo y me fijo en el electrocardiógrafo que hay a mi lado.

De repente oigo la puerta y una enfermera entra con premura, sus ojos observándome con inquietud.

—Qué bien que se haya despertado, Nira. ¿Cómo se encuentra? —pregunta tranquilizándose en menos de un segundo y trago saliva para lubricar un poco mi garganta.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde están mi marido y mi hijo?

—Está todo bien, Nira, solo hubo un problema en el parto, pero todo salió bien, gracias a Dios —responde con una sonrisa simpática y se acerca para observar la bolsa de sangre que cuelga de un soporte de acero y que está conectada a mi codo mediante una vía intravenosa—. Tu marido está fuera con el resto de los familiares y el bebé se encuentra en el nido, lo estamos cuidando para dejarle un poco de tranquilidad a los dos.

—¿Qué problema hubo?

—Sufrió una hemorragia —responde otra voz femenina y mi doctora aparece por la puerta—. Nos lo esperábamos, pero se nos complicó un poco, por eso llegó a desmayarse. Pero ahora está en perfectas condiciones. ¿Cómo se encuentra?

—Algo desorientada, pero bien —asiento y veo sus sonrisas amables—. Mi marido... ¿cómo está él?

—Bueno, estuvo muy nervioso —contesta la doctora quedándose a los pies de la cama—. Pero se tranquilizó cuando le aseguramos que estaba estable y fuera de peligro, aunque creo que no estará convencido hasta que no la vea con sus propios ojos.

—¿Y el bebé?

—El bebé está sano, tiene un peso y una altura normales y unos pulmones de cantante —asegura la enfermera y sus mejillas se colorean—. Igual que su madre.

—¿Puedo verlos? —profiero y agarro la sábana a puñados cuando la doctora le hace un gesto de afirmación a la enfermera y esta sale de la habitación.

—El bebé vendrá después de su marido y su hora de comer se está acercando, así que no me alejaré mucho para poder enseñarle cómo darle el pecho, si eso es lo que quiere.

—Sí —sentencio al instante y me sonrojo.

—Muy bien —susurra y gira su cabeza hacia la puerta cuando entra alguien—. Los dejaré a solas.

Inclina la cabeza antes de desaparecer y contengo el aliento hasta ver a Arthur entrar en la habitación.

Ambos soltamos un quejido, el de él es más profundo que el mío, y no tarda en acercarse a mí para rodear mi cuerpo con sus brazos. Siento que comienza a llorar nada más tocar mi piel y tiembla como una hoja.

—Estoy bien, estoy bien —le aseguro, guardando mi rostro en el hueco de su cuello y aspirando su aroma—. Estoy aquí, cariño, tranquilízate.

—Reina... —solloza y acaricio sus hombros con delicadeza y firmeza para que sepa que estoy con él.

—No pasa nada, cariño —murmuro y lo empujo levemente para verle la cara. Mi corazón se encoge al ver su aflicción y rozo sus mejillas mojadas con ternura, sonriendo un poco—. Estoy bien.

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora