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Treinta y dos semanas de embarazo...

Hoy es un día malo, el peor de todos.

El dolor comenzó a las cuatro de la madrugada, despertándome entre sudor frío y retortijones horribles. Arthur abrió sus ojos cuando me escuchó quejarme contra la almohada y llamó rápidamente a su abuela, que intentó aliviarme con su masaje en los riñones. Pero falló.

Ahora estoy acostada en la cama, encogida por el dolor persistente y empapada en sudor.

Arthur ha llamado a la doctora y Lupe me pone paños fríos en la frente.

—¿Está de parto? —pregunta mi marido, el cual se encuentra desde la madrugada al lado de la cama, y ella sacude la cabeza.

—Lo dudo, mijo, pero algo va mal.

Mi corazón se acelera y las lágrimas no tardan en salir de mis ojos. ¿Qué va mal?

No te vayas, cielo.

Gimo dolorida cuando me giro y el paño se resbala de mi frente.

—No digas eso, nada va mal, solo... —Aprieto los dientes y me llevo la mano a la barriga— solo es un dolor normal.

—Ninguno te había puesto así, preciosa —replica Lupe poniendo de vuelta el paño y me observa con preocupación—. Pero yo no soy doctora para decir qué es lo que está pasando.

—Ya ha venido —informa Arthur y sale de la habitación.

Lupe enjuaga mis lágrimas con un papel seco y la doctora aparece en la puerta con ropa normal y un maletín negro.

—¿Cuánto lleva así?

—Desde la madrugada. Se despertó con dolores y han ido a más —le responde Arthur y Lupe se levanta de la cama para dejarle espacio a la mujer.

—Seguramente no sea nada —murmura al acercarse y abre su maletín para sacar un estetoscopio—. Súbete la camisa, Nira. ¿Cómo estás? Del uno al diez ¿qué grado de dolor estás sintiendo?

Pone el cabezal frío sobre mi estómago y respiro profundamente.

—Un siete —contesto y la mujer escucha atentamente durante unos segundos después de asentir.

—El bebé está bien, los latidos son calmados y parece que todo está en orden, pero tengo que averiguar si la placenta se ha desprendido más y eso causa esos dolores —indica y vuelve a meter el aparato en el maletín, del cual saca dos guantes azules y se los pone con tranquilidad—. Necesito que te quites el pantalón y la ropa interior.

Lupe murmura que se va abajo y la doctora me ayuda a despojarme de las prendas con la mirada de Arthur sobre nosotras. Flexiono las piernas y miro a Arthur, extendiendo la mano para que la coja, lo que hace rápidamente subiéndose en la cama.

—¿Has sangrado?

—La última compresa estaba casi llena, pero ahora ha disminuido —contesto.

—Vale, parece que ya sé lo que pasa —resuelve la doctora mientras siento que un torrente de dolor me rompe en dos—. El bebé se está colocando.

—¿Y por eso duele tanto? —inquiero y ella sacude la cabeza.

—No es algo anormal en embarazos con placenta desprendida el hecho de que sientas más que otros cuándo se mueve el bebé. Pero cuando se coloca, no solo lo sufre el útero, sino también la pelvis, que se va abriendo para dejarle hueco a la cabeza —responde y se quita los guantea—. No tienes que preocuparte por nada, el procedimiento va como debería.

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora