Epílogo.

337 33 18
                                    

Epílogo.

Cinco años después...

La música resuena en el jardín y me río por una perla que me acaba de soltar Aday.

Freddie se acerca a nosotros con un vaso de zumo en la mano y le sonrío al mismo tiempo que palmeo la silla vacía a mi lado para que se siente.

—¿Cómo estás, guapo? —exclamo y me sonríe con cariño.

—Bueno, nunca había estado en una fiesta de cumpleaños de dos niños —responde y señala alrededor mientras me río—. Son muchos niños.

—Siempre hay una primera vez para todos —replico y observo a todos los pequeños de distintas edades que corren por el jardín de mi casa.

Gina se acerca junto a Guaci y Freddie se reclina sobre el respaldo del asiento.

—Yo me voy antes de que empiecen a volar los vasos de zumo —cuchichea Aday a mi lado antes de levantarse y me río sacudiendo la cabeza.

Guaci toma el asiento con rapidez y Gina mira al cubano con una ceja alzada.

—Hola.

—Hola —responde este y se contemplan con intensidad durante unos segundos hasta que se ríen.

Gina le da un golpecito en la frente antes de sentarse sobre sus piernas con una sonrisa enorme.

—Eres un idiota —masculla y Freddie se encoge de hombros, buscando juntar sus labios con una sonrisa aún más grande que la de ella.

—Soy tu idiota, hermosa. —Se besan y Guaci me codea con picardía, haciéndome reír.

¡Sí, salió bien!

Bueno, lo contaré brevemente: después de encontrarse en la ópera, lugar donde no se podían lanzar las lindezas habituales, tuvieron que soportarse durante dos horas de concierto, del cual salieron con los humos apagados. Esa noche terminó en cena, a la cual le siguieron unas cuantas más antes de que Gina se dejara de boberías y se lanzara sobre el cubano de una vez por todas.

Y han sido felices hasta hoy en día, aunque siguen teniendo discusiones acaloradas, pero las solventan de la mejor manera.

Sí, esa manera.

—Voy a por algo de beber —comunico cuando veo que Brian también se acerca y le doy un golpecito en el hombro al pasar a su lado.

Me acerco a la mesa y me lleno un vaso de plástico de zumo. Veo a Félix y Evolet hablando con mis padres, Fran y Gloria y camino hacia ellos con una sonrisa.

Papá me abraza por el cuello para darme un beso en la frente y mamá me pellizca la mejilla. Hablo un rato con ellos hasta que decido ir a buscar a Jaime y Tito para comenzar a cortar las tartas.

Veo a los hermanos Díaz en la gran mesa, riendo y hablando entre ellos con Talía sentada al lado de Mike. Le tiro del pelo a Charles cuando llego a ellos y él se ríe, cogiendo mi mano para darle un beso a mis nudillos. Bromeo con ellos durante unos minutos, completamente ensimismada en la relación que comparten, y le hago señas a Mike.

—Ven y ayúdame a encontrar a tu sobrino, hay que empezar a cortar la tarta antes de que se haga más tarde —le explico y el muchacho se levanta rápidamente para seguirme por el jardín.

Aparece Malote y me agacho para acariciarlo con cariño. No sé quién le ha puesto el sombrero puntiagudo de cartón, pero está monísimo y me hace reír.

—Ahí está —advierte Mike señalando el columpio que le instalamos al lado de la piscina y mi sonrisa se amplía al ver a mi pequeño milagro columpiándose entre carcajadas.

—Gracias, Mike, vuelve con tu mujer y hermanos, no quiero que esta fiesta infantil se desmadre más —replico, nos reímos y el hermano menor de los Díaz me da un beso en la mejilla antes de marcharse.

Me acerco a mi maravilloso y revoltoso hijo y él se baja del columpio nada más verme, corriendo velozmente hacia mí. Choca con mis piernas y se ríe con gracia.

—Hola, mami.

—Hola, mi amor. ¿Te estás divirtiendo?

—¡Mucho! La pelota que me ha regalado el tío Edward es genial.

—Me alegro, cariño. Pero ahora tienes que dejar de jugar un momento porque te toca soplar las velas de la tarta.

—¡Sí, vamos! —Coge mi mano con decisión y tira de mí hasta la mesa donde están los dulces y la comida—. ¡Mami, la tarta no está!

—¿Cómo que no? ¿Estás seguro de eso, revoltijo? —exclama una voz detrás de nosotros y al girarnos, mi sonrisa se amplía.

—¡Bien, papi ha traído la tarta! —Jaime salta y acaricio su cabeza observando cómo Arthur coloca los dos platos sobre la mesa.

—Vete y avisa a Tito y todos tus amigos —le digo y el niño echa a correr.

Sonrío viéndolo alejarse y siento una mano sobre la parte baja de mi espalda.

—¿Cómo está mi impresionante esposa?

—Inflada como un globo —me quejo, acariciando mi prominente barriga, y la risa de Arthur me hace sonreír. Apoya su frente en mi sien y coloca su mano sobre la mía.

—Pero más hermosa que nunca.

—Ya, lo que tú digas —cuchicheo rodando los ojos, pero sé que me lo dice sinceramente y por eso lo amo más.

—¿La pequeña te ha estado molestando?

—No, ha estado realmente tranquila desde hace unas horas, pero deja que llegue la noche y se despertará para darme sus maravillosas patadas —murmuro entre risitas y Arthur me empuja contra su pecho.

—Tranquila, reina, ya no queda mucho.

—Lo sé —asiento y giro la cabeza para mirar sus impresionantes, preciosos y deslumbrantes ojos color miel—. Pronto seremos cuatro.

Malote pasa delante de nosotros corriendo y ladrando mientras persigue una mariposa, sus enemigas mortales por lo visto, y nos reímos.

—Bueno, más bien cinco —corrige mi marido y muerdo mi labio, afirmando con la cabeza—. Y nunca tendré vida suficiente para agradecerte que me hayas entregado tanta felicidad.

—Oh, Arthur, sabes mejor que nadie cómo me lo puedes agradecer.

Sus carcajadas son el mejor sonido que jamás escucharé y adoro ser yo la que las provoque.

Agarro su mejilla y me inclino sobre su boca, plantando un pequeño beso que se convierte en otro, y otro, y otro mucho más largo. Escuchamos la risa de nuestro pequeño milagro y nos separamos para verlo regresar con Tito y todos sus amigos detrás.

Él se abalanza sobre nosotros y vemos cogidos de la mano cómo sopla la vela en forma de cinco que está clavada en su tarta preferida de chocolate: la que hago yo.

—¡Mami, papi, ya tengo cinco años! —festeja emocionado con la boca manchada de dulce y nosotros reímos, abrazándonos y observando junto a todos nuestros seres queridos y amigos cómo nuestro hijo se come su tarta de cumpleaños.

A veces la vida te cambia en un segundo. O de golpe, como me sucedió a mí hace doce años.

Pero siempre, aunque sea para mal o para bien, todo tiene un porqué.

Arthur era el mío.

Ahora bien, ¿cuál es el tuyo?

Fin.

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora