28.

255 24 0
                                    

28.

Dos semanas después...

—Reina, despierta, que nos tenemos que ir al aeropuerto —me llama la voz melodiosa de mi querido marido y me giro hasta llegar al borde del colchón.

—Me tengo que duchar —informo entrecortadamente y abro los ojos para verlo pasar por delante de la cama sin camisa y la toalla enrollada en su cintura—. ¿Cuánto llevas despierto?

—Solo una hora. He preparado lo del niño y he bajado las maletas al salón –responde y abre el armario, dándome la espalda.

Mis ojos recorren su impresionante físico lleno de tatuajes, excepto en los brazos, y me siento sobre el colchón. Tiene los hombros algo húmedos y las gotas de agua caen de las puntas de su cabello.

Hace más o menos una semana que se me ha ido la regla y aún no hemos tenido ese momento tan esperado por mí, aunque no sé si por él también.

Estoy en la cuarentena, pero existen los malditos condones. ¿A lo mejor no se ha acercado a mí por eso?

No hemos pasado más allá de besos ardientes, pero ni siquiera sus manos se han aventurado por mi cuerpo para empezar un momento subidito de tono.

Por mi mente han pasado pensamientos culpando al cambio en mi físico, pero me los he quitado rápidamente, pues confío plenamente en que Arthur no se deje llevar por eso.

A ver, no estoy tan mal, pero sí diferente a antes de inflarme. Es algo obvio, pues mi cuerpo tuvo que acoger a un bebé, y es por eso por lo que no pienso que sea esa la razón.

También noto que me mira cuando yo no me doy cuenta, o cuando él piensa que no lo hago, y sus ojos color miel se transforman momentáneamente en tristeza.

—¿Vas a tardar mucho en el baño? —pregunta, sacándome de mis pensamientos, y desvío la mirada hacia la cuna.

—Solo me tengo que lavar el cuerpo y vestirme —contesto y me levanto, pasando por encima de las pantuflas sin ponérmelas hasta mi pequeño.

El bebé se ha comportado espectacularmente. Duerme toda la noche y casi todo el día, come como si no hubiera un mañana y nos hace sonreír las veinticuatro horas.

—¿No me vas a dar el beso de buenos días? —inquiere Arthur antes de acercar su pecho a mi espalda y sonrío torcidamente, inclinándome para tapar un poco más a Jaime. Me estremezco cuando sus manos sujetan mis caderas y me giran para que le dé la cara—. Estás hermosa esta mañana, reina.

Me sonrojo y pongo los ojos en blanco, pero me apoyo en las puntas de mis pies y agarro su nuca para besarlo con cariño. Sus brazos rodean mi cintura y me apretujan contra su cuerpo semidesnudo. Mis dedos se mojan cuando los enredo en su cabello y nuestras bocas se abren.

Desciendo por sus hombros con mis manos y me separo para ver cómo se deslizan por la curvatura de su bíceps. Muerdo mi labio inferior y alzo mi mirada a sus ojos color miel. Él me está contemplando con atención y siento que su piel reacciona a mi toque cuando se eriza.

—No quiero llegar tarde, así que me voy a la ducha —murmuro y él asiente, aunque lo siguiente que hace es empujarme hacia su pecho y tapar mi boca con la suya.

Bueno, parece que la cosa ha cambiado. O eso creo. Pero no desaprovecho la situación e introduzco mi lengua en el interior de su boca para saborearlo con ansias. Nuestras respiraciones se aceleran y cojo entre mis manos su rostro para apretarlo más contra mí.

Vamos a ver si la situación ha cambiado realmente.

Bajo las manos a sus pectorales y luego a su abdomen, rodeando su cintura y clavando mis dedos en su espalda desnuda.

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora