25.

212 26 0
                                    

25.

Treinta y cuatro semanas de embarazo...

El día comienza como otro cualquiera, excepto por un dolor punzante en los riñones que he sentido durante la noche.

Cuando el líquido corre por mis piernas nada más levantarme de la cama, me doy cuenta de lo que pasa.

—Mierda. —Maldigo, más bien por el agua en el suelo que por miedo, e intento no resbalarme cuando camino al baño. Cojo varias toallas y las tiro al suelo conforme vuelvo a la cama—. Arthur... ¡Arthur, despierta!

El mexicano se gira perezosamente hacia mí y abre un ojo.

—¿Qué pasa?

—O me acabo de mear o he roto aguas —le comunico y se levanta como un resorte. Observa el suelo y la cama húmedos y su rostro palidece.

—¿Estás de parto?

—Eso parece —respondo y me miro el pantalón mojado—. Tengo que darme una ducha.

—¿Vamos al hospital?

—Después de cambiarme.

—¿Por qué estás tan tranquila? —protesta y me detengo a mitad de camino, girándome con las cejas alzadas.

—Porque el bebé está de camino.

Él alza las manos y sonrío porque sé lo que va a decir:

—¡Ese es el motivo por el que deberías estar nerviosa!

—Cariño, llevo esperando este bebé ocho meses y medio, me he preparado mentalmente para el momento de tenerlo por fin en mis brazos y estoy tan feliz que no me da tiempo de ponerme histérica.

Pero claro, eso lo dije cuando las contracciones estaban empezando a aparecer. Nada más llegar al hospital, me revisan y dan luz verde al parto. Al parecer llego bastante avanzada en dilatación, pero primero llaman a mi doctora, que es la que sabe todo sobre el embarazo por el que he pasado.

Me mandan directamente a paritorio y me preparan para la idea de que se vean obligados a practicarme una cesárea si el parto natural tuviera problemas. Asiento a todo lo que me dicen sin saber muy bien lo que significa, pues el dolor ha aumentado gradualmente. No es un dolor mayor al que sufrí cuando el bebé se colocó, pero es diferente.

—¿Ahora estás nerviosa? —pregunta Arthur con su gorro azul y resoplo entre dientes.

—Cállate si no quieres que te tire uno de estos trastos —le amenazo y aprieto la mandíbula y la mano de Arthur cuando otra contracción me cruza el vientre.

—Respira como nos enseñó aquella coach que vino a casa —indica con suavidad y asiento, intentando recordar cómo era.

Entonces él comienza a hacerlo, cogiendo tres inhalaciones y dos exhalaciones rápidas, terminando con la tercera más larga. Lo imito sin dejar de observar sus ojos color miel y él asiente lentamente al ver que lo estoy haciendo bien.

—Lo vas a hacer bien, reina —asegura mientras yo sigo respirando y me sonríe con orgullo—. Eres fuerte, eres la mujer más valiente que he conocido en mi vida, eres una guerrera y traerás a nuestro bebé al mundo.

—Sí. —Exhalo lentamente y lo miro directamente a sus ojos color miel—. Y nacerá sano.

—Lo sé —murmura, pero no le quito esa sombra de preocupación que domina su mirada.

—Ya lo... —me corto y me agarro con fuerza a los barrotes de la cama. Tengo que hacer unas cuantas respiraciones hasta que se me pasa la contracción y repito la frase—: Ya lo verás.

—Tranquila, no hables, solo respira, reina. —Me hace mirarlo y respiro de nuevo con él hasta que la doctora regresa vestida de azul de pies a cabeza.

—Veamos cómo va esto, Nira —dice con dulzura y cierro los ojos cuando introduce los dedos—. Vaya, has adelantado demasiado. Seguramente has tenido ganas de empujar.

—Unas pocas —afirmo entre dientes y la muy hija de su madre se ríe.

—Pues empecemos —resuelve y levanta la cabeza—. Enfermeros, por favor, necesito que estén atentos, es un embarazo con desprendimiento de placenta y...

Dejo de escucharla y miro a Arthur, que escucha cada una de sus palabras con atención.

Esto se está haciendo real. Estoy a punto de dar a luz a mi primer hijo y lo haré al lado del amor de mi vida. Después de hoy, seremos una familia.

Uno de los enfermeros se pone a mi otro lado y veo que dos enfermeras se ponen detrás de la doctora, que me mira con los ojos muy abiertos.

—Venga, Nira, cuando yo te diga... —El pitido de la correa que tengo alrededor de mi estómago resuena y aprieto los dientes, aguantando el dolor como la última media hora—. ¡Empuja, Nira, empuja con todas tus fuerzas!

Suelto el aire muy rápido y me mareo un poco, pero logro recobrar los sentidos y empujo con energía. Respiro cuando la doctora me dice que puedo descansar y Arthur me pasa un paño mojado y frío por la frente.

—Estás haciéndolo bien, reina. Tú puedes, sé que puedes. —Asiento y empujo cuando la doctora me vuelve a avisar.

No sé cuánto tiempo pasa, simplemente siento que algo sale de mí y se asienta una quietud momentánea en la habitación. Arthur se incorpora como un resorte y agarra mi mano con más fuerza.

Un llanto agudo y potente rompe el silencio y todos suspiramos hondo. Pero me impresiona la reacción de mi marido, quien se gira rápidamente hacia mí justo cuando las lágrimas salen de sus ojos y se agacha para apoyar sus codos en el colchón. Se lleva mi mano a la boca y me mira con una emoción inmensa en sus ojos color miel que me hace reír de felicidad.

—Está vivo —susurro y él asiente, arrugando la cara por el llanto.

—Vivo y tan sano como un roble —confirma el enfermero a mi lado y veo que tiene un revoltijo de manta entre las manos—. Aquí tienen a su bebé, es un niño precioso.

Suelto una mezcla de sollozo y risa cuando me lo coloca en el pecho y mis manos buscan rápidamente su pequeña carita.

—Oh, por Dios —exclama Arthur a mi lado y nos rodea a ambos con sus brazos—. Nira, es perfecto, es nuestro hijo...

—Sí —musito y lo que mis ojos ven es algo de otro mundo. Nunca he tenido un bebé en mis brazos, pero he visto cientos.

Aunque ninguno tan hermoso como el que tengo sobre mi pecho. Sus ojos son enormes y negros, su nariz es pequeñísima y sus labios de un color rosado que nunca había visto. Sus manos enanas salen por fuera de la manta y las tiene apretadas en puños.

Me mira con los ojos muy abiertos y siento un cosquilleo enorme justo en el centro de mi estómago.

Entonces mi vista vibra y dejo de verlo por un segundo. Pestañeo y me agarro con una mano a la barandilla de la cama.

—¿Qué ocurre? —pregunta Arthur poniendo su mano sobre la coronilla del bebé y sacudo la cabeza.

—No...

—¡Saquen al padre de aquí y que alguien se encargue del bebé! No la dejes dormir, mantenla despierta —ordena la voz de la doctora y, aunque la estoy viendo metida entre mis piernas, parece que habla desde veinte metros más allá.

—Arthur... —llamo y giro la cabeza para mirarlo, pero lo único que veo es su rostro pálido traspasar las puertas—. ¿Qué...qué pasa?

—Nira, tienes que estar despierta, no cierres los ojos —me pide el enfermero que está a mi lado mientras me golpea suavemente las mejillas, pero mis párpados pesan demasiado—. ¡Nira, no cierres los ojos, mírame! ¡Doctora! Tiene que...

Mi cabeza cae entre las manos del enfermero y lo último que escucho son voces exaltadas diciendo mi nombre.

Enamorada de ti (NTEDM 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora