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»Un té no hará daño«. Pensó la pelinegra mientras revolvía el azúcar. Además de no querer prestar atención al hecho de que estaba en una sala con Tokio y Río, respirando el mismo aire.
Soltó un resoplido silencioso y se sentó en la silla más próxima a ella. Terminó por revolver y saca el palillo de plástico, dando un corto sorbo. Rápidamente el dulce sabor a manzanilla llega a sus papilas gustativas. Aún mantenía algunas costumbres del período que vivió en Inglaterra.
Sus oscuros ojos se arrastran a la puerta cuando esta fue abierta bruscamente, provocando incluso que chocara contra la pared y rebotara. Denver entra agitando y con una expresión de puro pánico.
—Se están escapando, dieciséis rehenes, por la zona de carga.
Milán pone los ojos en blanco, »lo que le hacía falta a este atraco«.
—Tokio, vete a por Nairobi —la de cabello corto sale corriendo. —Río, Denver, traed a Oslo y Helsinki.
La joven se encoge de hombros y ve a todos correr como gallinas sin cabeza. Ella emboza una sueva sonrisa, sin mostrar los dientes, y le da otro sorbo a su té, bebiendo con tranquilidad.
Berlín toma el teléfono rojo, ella supuso que estaba llamando al Profesor, buscando alguna indicación de cómo proceder. Lo cierto es que se estaba tardando demasiado en responder, cabía la posibilidad de que él no estuviera allí.
Milán solo se dedicó a tomar sorbos de su té.
—¿Qué pasa? —preguntó Nairobi entrando agitada.
—Dieciséis rehenes intentan escapar —informa con el teléfono en su oído.
—Joder —murmuró la morena y, con ayuda de la castaña, se puso el chaleco antibalas.
El alto espera por un par de segundos más a que el teléfono sea contestado, pero no pasa. Cuelga y recarga su arma.
—Y vamos a ir por ellos.
—Mm… no —contestó Milán y terminó su té. Los tres se giran a verla.
